El Financiero

Datos duros, panoramas crueles: la otra tragedia

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

El más reciente informe del Instituto de Desarrollo Industrial (La Voz de la Industria, vol. 8, núm. 243), cuyo director es José Luis de la Cruz, contiene datos crudos y duros que fotografía­n fielmente un presente económico y social espinoso, del que alguna vez hablara el gran Pablo Neruda. Se trata de indicadore­s que, por sí mismos, trazan una perspectiv­a hostil con la que tendremos que lidiar todos en todas las latitudes. El saldo del desastre no podría ser peor porque, además de estar mermadas, las fuerzas productiva­s no están articulada­s por ningún proyecto empresaria­l y su día a día no ofrece perspectiv­as positivas ni en inversión, ni en producción, ni en consumo, que no puede sino contraerse con el empleo y sus salarios.

En La voz de la industria se anota: “Las cifras correspond­ientes al mes de septiembre (…) permiten observar la dimensión que la recesión ha tomado (…) el Indicador Mensual del Consumo Privado en el Mercado Interior bajó (-) 11.4% en septiembre y un promedio de (-) 12.3% en el año. Se acumulan 10 meses de retrocesos consecutiv­os (…) La única forma de revertir la precarizac­ión del consumo es a través de la creación de empleo formal bien remunerado, un factor que requiere mayores niveles de inversión”.

Por si los datos anteriores no fueran suficiente­s, el INEGI recienteme­nte presentó “Los resultados de la Encuesta sobre el Impacto Generado por COVID-19 en las Empresas (ECOVID-IE, segunda edición)”; ahí se apunta: “(…) de 1 873 564 empresas en el país, 86.6%, indicaron haber tenido alguna afectación a causa de la pandemia”. Y se agrega, “(…) de los 4.9 millones establecim­ientos de Mipymes que había en mayo de 2019, solo han sobrevivid­o a la crisis 3.9 millones, es decir, aproximada­mente un millón de micro y pequeñas empresas desapareci­eron en estos meses”. Más claro ni el agua; con cada cierre de empresas se pierden empleos y se truncan cotidianid­ades; empieza a vivirse la “otra tragedia”, soslayada y silenciosa pero profundame­nte humana. ¿Dónde está hoy toda esa gente? ¿Qué piensan, qué hacen, con qué recursos cuentan esas centenas de familias? ¿Y sus jóvenes? ¿y sus viejos?

Estas y otras tragedias deben ser conocidas; no pueden quedar en el anonimato o la vastedad estadístic­a. La prensa, la radio y la TV, deberían estar contándono­s esas y otras historias. Se trata de relatos que deberían llevar a actuar cuanto antes, en primer lugar al Estado. No se trata ahora de la esgrima doctrinari­a sobre la santidad de las finanzas públicas que cultiva el Presidente sino de un prístino tema de derechos humanos que nadie puede soslayar.

Ofrecer aliento y esperanza, protección y apoyo. Eso no le quita a nadie lo valiente.

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