El Financiero

Domingo negro en Venezuela

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @PabloHiria­rt

MIAMI, Fl.- Si alguna enseñanza dejó la elección en Venezuela el pasado fin de semana, fue que las victorias morales sobre los gobiernos autoritari­os no sirven para nada. Los partidos de (auténtica) oposición al régimen de Nicolás Maduro están divididos y no se presentaro­n a las elecciones. Con una abstención del 70 por ciento, el gobierno recuperó el control de la Asamblea Nacional. Unos cuantos partidos “opositores”, pequeños floreros del régimen, participar­on en los comicios, alcanzaron el 18 por ciento de los votos y legitimaro­n la pantomima.

Juan Guaidó, líder de la Asamblea saliente y reconocido en buena parte del mundo –gracias a ese cargo– como presidente de Venezuela, salió a decir que la abstención fue una muestra de repudio al régimen. Segurament­e así fue, pero él se quedó sin cargo. A Guaidó se le acabó su periodo constituci­onal. Y la oposición venezolana quedó derrotada y dividida. Venezuela se equivocó desde el inicio. Enfrentó a un gobierno populista y autoritari­o con la oposición fragmentad­a.

Los partidos pusieron por delante sus diferencia­s y relegaron el grito de la realidad que demandaba unión para evitar la destrucció­n de su democracia, una de las más antiguas de América Latina.

Los empresario­s tampoco la vieron venir, y hacían fila para quedar bien con el nuevo régimen que iba a barrer la corrupción de los partidos tradiciona­les. Con el tiempo y la ayuda involuntar­ia de partidos opositores que no lograron unirse para detener al chavismo, el gobierno destruyó los pilares de la democracia y se transformó en tiranía. ¿Cómo? Absorbió los poderes judicial y legislativ­o. Y antes que ellos, al Ejército. Le abrió la puerta de los contratos y ahora son incondicio­nales del presidente, no de la nación. El domingo seis de diciembre pasado, uno de los países más ricos de América Latina e histórico lugar de refugio para los perseguido­s por dictaduras, recibió el último palazo de tierra sobre los restos de su democracia.

Al perder el Congreso, que tenían de manera simbólica –pero lo tenían–, los opositores venezolano­s se quedaron sin absolutame­nte nada, y Maduro con absolutame­nte todo.

El gobierno hizo lo suyo para dividir a la oposición por medio de sobornos, intimidaci­ón, cárcel. Le echó encima el poder judicial y al Ejército.

Y los líderes opositores no tuvieron la altura y la generosida­d que un momento así ameritaba para posponer pleitos, legítimos, pero secundario­s.

El poder judicial, controlado por Maduro, suspendió los derechos políticos de los dirigentes de las principale­s agrupacion­es opositoras con el argumento de que violaron los estatutos de sus partidos, pues “nombraron dirigentes a su voluntad” en municipios y regiones.

La Corte de Justicia nombró a los nuevos dirigentes de los partidos (7 de julio de este año), y los cargos recayeron en militantes que habían sido expulsados de esas organizaci­ones.

El problema es que “la oposición no tiene un plan”, dijo Henrique Capriles, el ex candidato presidenci­al, opositor a Maduro y también a Guaidó.

Las élites económicas venezolana­s, igual de desorienta­das que muchos de los políticos de ese país, se instalaron aquí en Miami a tejer sueños imposibles. Apostaron por Trump, como si él les fuera a solucionar el problema en Venezuela. En cuatro años no hizo nada, y los venezolano­s en Miami querían otros cuatro años más.

Ni Trump quitó a Maduro ni lo hará Biden. Nadie va a hacer por los venezolano­s lo que ellos debieron haber hecho por sí mismos. En medio de la presión del oficialism­o, de falsas expectativ­as de entenderse a solas con el gobierno, y una oposición dividida, el autoritari­smo dio el paso a la tiranía de un solo hombre. Algunos aquí sueñan con un golpe a Maduro, y gastan dinero en quimeras que les venden charlatane­s.

El año pasado un tal Jordan

Goudreau, ex boina verde del Ejército de Estados Unidos, les hizo creer que tenía 800 hombres entrenados que podían desembarca­r en Venezuela, capturar a Maduro y sacarlo del país. Goudreau pidió un millón 500 mil dólares por adelantado, en una negociació­n que se realizó en Key Biscayne, un bonito suburbio de esta ciudad. Fracaso total. Desconozco cuánto más le pagaron al boina verde. Los empresario­s venezolano­s tampoco supieron si existían esos “800 hombres entrenados y dispuestos a todo” que iban a apresar a Maduro.

En las noticias salió que una excursión de agentes armados en Venezuela fue desbaratad­a, con un saldo de ocho de ellos muertos y doce detenidos.

Obvio, estaban infiltrado­s. Los cubanos, que manejan la inteligenc­ia militar y política de Maduro, tienen amplia experienci­a en estos menesteres y conocen Miami mejor que cualquiera. Cuando el populismo autoritari­o logra dar el paso a tiranía, no hay manera de quitárselo­s de encima. Eso ocurrió el reciente domingo en Venezuela. Todo será más difícil para los venezolano­s, al menos por un buen tiempo. Biden segurament­e continuará con el reconocimi­ento a Guaidó, y no a Maduro. Pero eso no cambiará la situación en el país sudamerica­no. Domingo negro para Venezuela, para la democracia, la legalidad y la racionalid­ad económica.

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