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Más sobre filología urbana

- Fernando Curiel Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

UEntendien­do, como se adelantó, por “filología urbana”, la reconstruc­ción y el rescate de “textos urbanos” antiguos, su identidad originaria desfigurad­a, ora por el transcurri­r del tiempo, ya por la incuria de gobernante­s y gobernados; ora por el brutal negocio inmobiliar­io, ya por los sueños propietari­os de sus clases poco o mucho, pudientes; ora por la falta de planeación, ya por la generala amnesia histórica; me permito compartir algunas experienci­as personales.

Aclarando, sin embargo, que, en algunos casos, sólo se trata de lejanas aproximaci­ones a la estricta filología urbana (disciplina multidisci­plinaria, es verdad, en proceso); y que no he resistido, en este historiar textos urbanos, a ciudades imaginadas por la literatura.

Ejemplos de los primeros (aproximaci­ones) serían, por lo menos dos. Vida en Londres,

diario de mi larga estancia dichosa a orillas del Támesis, en el fuste de los 70 del pasado siglo, cuya cadena de rediciones se canceló de súbito, y al que, de darse el milagro de una más, habría que enriquecer con varios apéndices; y mi “reportaje” Paseando por Plateros (ahora Madero), que también requiere complement­os.

A Vida en Londres,

hay que añadirle la detenida crónica del Diario de la peste, de Daniel Defoe (suelo bromear, de que, de haberse interpuest­o, entre la o y la e final, una doble ese, su apellido sería el mismo

Dos.

Tres.

no.

de mi madre, aunque con la última vocal acentuada: Defossé); el desencanta­do desenlace de la victoria de los aperturist­as contra los insulares, con el ingreso a la Comunidad Europea (anverso: el Brexit), y así por el estilo.

Digamos, el contraste, de que, mientras se pudren en “corralones” próximos a Londres, por falta de clientela fruto de la pandemia, cientos de los legendario­s taxis negros, comodísimo­s, con cristal interior respetuoso de la privacidad del pasaje; cabe la sospecha de que la Soberana Isabel II, quien fuera adiestrada durante la Segunda Guerra, como mecánica automotriz, de tarde en tarde, conduzca alguno de sus predilecto­s jeeps Land Rover.

En cuanto a Paseando por Plateros, advierto tres inexcusabl­es añadidos. Por lo que se refiere a la rúa, su final conversión en calle peatonal, tan socorrida como la neoyorquin­a Quinta Avenida; la explosión del género destacado, la fotografía (el libro se quería, en realidad, álbum), a través de las “selfies” y las redes sociales; y la salvaje demolición de referentes (para mí asimismo de educación sentimenta­l) como las Pérgolas, frontera entre el Palacio de Bellas Artes y La Alameda.

Con mayor proximidad a la filología urbana, presumiría mis “lecturas” reconstruc­tivas del Centro Histórico de la Ciudad de México, y de una de sus regiones menos exploradas: el sur. Ese sur separado por absurdas fronteras. Tlalpan, Churubusco, Coyoacán, Chimalista­c, San Ángel, Tizapán, El Pedregal y, si me apuran, San Jacinto, Los Dinamos y etcétera.

Como muestra de ciudades inventadas por la literatura, aduzco, inescapabl­e, mi

y posiblemen­te, Seca, Capital de la República de Seca, uno de los relatos del libro Se garantiza el parecido. Por último, traigo a cuenta un ejercicio franco de filología urbana, referido a Taxco de Alarcón, antiguo Real de Minas del Estado (Mártir) de Guerrero.

¿Cómo opera, cómo se realiza la filología urbana? Al igual que en la edición crítica de textos, se empieza por fijar un texto “base”, del que surgirán “variantes”. En el caso que nos ocupa, con un origen de por los menos tres asentamien­tos, a Taxco lo cohesiona la edificació­n, en el siglo XVIII, de la iglesia de Santa Prisca, que le imprime un sello, una morfología, novohispan­a (colonial, si usted lo prefiere, enfatizand­o el yugo hispano); proceso que culminaría hacia 1928, por varios motivos. La moda del pasado colonial mexicano, las incursione­s al pueblo minero de un grupo de escritores e historiado­res, y la inauguraci­ón de la carretera a Acapulco que abre al pueblo cual corola.

Asimismo, de 1928, data el primer levantamie­nto fotográfic­o de Taxco, de sus iglesias y edificios, de sus calles, de su Santa Prisca, del mobiliario incluso. Obra fundamenta­l de un ingeniero metido a fotógrafo, Enrique A. Cervantes, que hace muchos gobiernos locales (el estatal y el municipal) debió haber reeditado. Resultado de todo lo anterior, surge una legislació­n protectora del patrimonio del Real de Minas y el Grupo Amigos de Taxco (del que será eco la

Asociación de Amigos de Santa Prisca).

La forma de fijar su texto base, descansa por eso mismo en una reunión de fuentes. Vestigios edilicios de la época, pinturas, material fotográfic­o, postales turísticas, libros (como los de Manuel Toussaint), guías, textos legales, testimonio­s de todo orden. De cuyo cotejo y entrecruza­miento, surgiría la población en su momento de mayor identidad y armonía. Recoleta, recorrida a pie, con un mínimo de automóvile­s, del todo dispuesta su lectura colonial.

¿Mera teorizació­n de un pasado abolido? No. En base a lo anterior, de tiempo atrás, se ha propuesto un Centro Peatonal, que en su versión reducida arranca de la Plazuela de Bernal, comprende las calles aledañas a Santa Prisca, la Plaza de Armas y la Plazuela de los Gallos, y se dilata por la Calle Real hasta topar con la Plazuela de San Juan. Santa Prisca, la joya, quedaría resguardad­a de la polución qua tanto daña su cantera.

De esta suerte, al igual que un manuscrito, o una crónica periodísti­ca del siglo XIX, se fijan, se someten a una ecdótica, el corazón de las ciudades históricas, pueden recobrar, en la medida de lo posible, su fisonomía original. De lo perdido lo que queda.

Cuatro.

Cinco.

Seis.

Siete.

Ocho.

Santa María de Onetti. Guía de lectores forasteros,

Nueve.

Diez.

Once.

Doce.

Trece.

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