Más sobre filología urbana
UEntendiendo, como se adelantó, por “filología urbana”, la reconstrucción y el rescate de “textos urbanos” antiguos, su identidad originaria desfigurada, ora por el transcurrir del tiempo, ya por la incuria de gobernantes y gobernados; ora por el brutal negocio inmobiliario, ya por los sueños propietarios de sus clases poco o mucho, pudientes; ora por la falta de planeación, ya por la generala amnesia histórica; me permito compartir algunas experiencias personales.
Aclarando, sin embargo, que, en algunos casos, sólo se trata de lejanas aproximaciones a la estricta filología urbana (disciplina multidisciplinaria, es verdad, en proceso); y que no he resistido, en este historiar textos urbanos, a ciudades imaginadas por la literatura.
Ejemplos de los primeros (aproximaciones) serían, por lo menos dos. Vida en Londres,
diario de mi larga estancia dichosa a orillas del Támesis, en el fuste de los 70 del pasado siglo, cuya cadena de rediciones se canceló de súbito, y al que, de darse el milagro de una más, habría que enriquecer con varios apéndices; y mi “reportaje” Paseando por Plateros (ahora Madero), que también requiere complementos.
A Vida en Londres,
hay que añadirle la detenida crónica del Diario de la peste, de Daniel Defoe (suelo bromear, de que, de haberse interpuesto, entre la o y la e final, una doble ese, su apellido sería el mismo
Dos.
Tres.
no.
de mi madre, aunque con la última vocal acentuada: Defossé); el desencantado desenlace de la victoria de los aperturistas contra los insulares, con el ingreso a la Comunidad Europea (anverso: el Brexit), y así por el estilo.
Digamos, el contraste, de que, mientras se pudren en “corralones” próximos a Londres, por falta de clientela fruto de la pandemia, cientos de los legendarios taxis negros, comodísimos, con cristal interior respetuoso de la privacidad del pasaje; cabe la sospecha de que la Soberana Isabel II, quien fuera adiestrada durante la Segunda Guerra, como mecánica automotriz, de tarde en tarde, conduzca alguno de sus predilectos jeeps Land Rover.
En cuanto a Paseando por Plateros, advierto tres inexcusables añadidos. Por lo que se refiere a la rúa, su final conversión en calle peatonal, tan socorrida como la neoyorquina Quinta Avenida; la explosión del género destacado, la fotografía (el libro se quería, en realidad, álbum), a través de las “selfies” y las redes sociales; y la salvaje demolición de referentes (para mí asimismo de educación sentimental) como las Pérgolas, frontera entre el Palacio de Bellas Artes y La Alameda.
Con mayor proximidad a la filología urbana, presumiría mis “lecturas” reconstructivas del Centro Histórico de la Ciudad de México, y de una de sus regiones menos exploradas: el sur. Ese sur separado por absurdas fronteras. Tlalpan, Churubusco, Coyoacán, Chimalistac, San Ángel, Tizapán, El Pedregal y, si me apuran, San Jacinto, Los Dinamos y etcétera.
Como muestra de ciudades inventadas por la literatura, aduzco, inescapable, mi
y posiblemente, Seca, Capital de la República de Seca, uno de los relatos del libro Se garantiza el parecido. Por último, traigo a cuenta un ejercicio franco de filología urbana, referido a Taxco de Alarcón, antiguo Real de Minas del Estado (Mártir) de Guerrero.
¿Cómo opera, cómo se realiza la filología urbana? Al igual que en la edición crítica de textos, se empieza por fijar un texto “base”, del que surgirán “variantes”. En el caso que nos ocupa, con un origen de por los menos tres asentamientos, a Taxco lo cohesiona la edificación, en el siglo XVIII, de la iglesia de Santa Prisca, que le imprime un sello, una morfología, novohispana (colonial, si usted lo prefiere, enfatizando el yugo hispano); proceso que culminaría hacia 1928, por varios motivos. La moda del pasado colonial mexicano, las incursiones al pueblo minero de un grupo de escritores e historiadores, y la inauguración de la carretera a Acapulco que abre al pueblo cual corola.
Asimismo, de 1928, data el primer levantamiento fotográfico de Taxco, de sus iglesias y edificios, de sus calles, de su Santa Prisca, del mobiliario incluso. Obra fundamental de un ingeniero metido a fotógrafo, Enrique A. Cervantes, que hace muchos gobiernos locales (el estatal y el municipal) debió haber reeditado. Resultado de todo lo anterior, surge una legislación protectora del patrimonio del Real de Minas y el Grupo Amigos de Taxco (del que será eco la
Asociación de Amigos de Santa Prisca).
La forma de fijar su texto base, descansa por eso mismo en una reunión de fuentes. Vestigios edilicios de la época, pinturas, material fotográfico, postales turísticas, libros (como los de Manuel Toussaint), guías, textos legales, testimonios de todo orden. De cuyo cotejo y entrecruzamiento, surgiría la población en su momento de mayor identidad y armonía. Recoleta, recorrida a pie, con un mínimo de automóviles, del todo dispuesta su lectura colonial.
¿Mera teorización de un pasado abolido? No. En base a lo anterior, de tiempo atrás, se ha propuesto un Centro Peatonal, que en su versión reducida arranca de la Plazuela de Bernal, comprende las calles aledañas a Santa Prisca, la Plaza de Armas y la Plazuela de los Gallos, y se dilata por la Calle Real hasta topar con la Plazuela de San Juan. Santa Prisca, la joya, quedaría resguardada de la polución qua tanto daña su cantera.
De esta suerte, al igual que un manuscrito, o una crónica periodística del siglo XIX, se fijan, se someten a una ecdótica, el corazón de las ciudades históricas, pueden recobrar, en la medida de lo posible, su fisonomía original. De lo perdido lo que queda.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
Siete.
Ocho.
Santa María de Onetti. Guía de lectores forasteros,
Nueve.
Diez.
Once.
Doce.
Trece.