Un año inolvidable
se entere y, en caso de contar con ella, los habitantes de estos regímenes no podrán tener la opción de dudar y no les quedará más remedio que obedecer. Políticamente hablando es un terreno ideal para los dictadores y cuanto más insensatos e insensibles sean, mejor. A fin de cuentas, los dictadores lo único que quieren es obediencia y lealtad seria, no buscan nada más. Y en ese sentido, si lo que está en juego es preservar la vida, imagínese usted el pretexto que tienen para poder ordenar lo que quieran.
En esta época en la que se acabó la posibilidad de hacer predicciones, en la que nadie sabe cómo ni si habrá un mañana. En una época en la que nuestros hijos acuden a los colegios y dejan de acudir a ellos porque alguien se contagió, ha llegado el momento de cuestionarnos qué vigencia tiene lo que estudien nuestros hijos y cómo será su mundo. A partir de aquí tenemos que definir qué es primero, si enseñarles a conseguir un equilibrio con su propia salud y su permanencia o seguir fomentando el estudio de materias que probablemente no les sean útiles ni en el presente ni en el futuro.
En la actualidad ya se ha perdido lo que más necesita el ser humano que es la certeza que sustente sus acciones, colocándonos en una posición en la que sólo contamos con un único camino de esperanza. Un camino que es que las vacunas que saldrán en los próximos meses y las que ya se están aplicando sean lo suficientemente capaces para contrarrestar al Covid-19 y que nos den un margen de ventaja suficientemente amplio para saber qué hacer cuando el siguiente virus aparezca.
A partir de aquí, el mundo será distinto. ¿Será un mundo mejor? No lo sé, nadie lo sabe. Es verdad que en términos absolutos haber tenido el regalo de contar con el tiempo para poder ver y estar con los nuestros, es una experiencia que tardaremos mucho tiempo en volver a tener tal y como la tuvimos. A la vez, el set puesto del silencio que reinó por meses en las principales avenidas y calles de todas las capitales mundiales es también otro espectáculo que no debemos olvidar. Y no debemos olvidarlo sobre todo porque esta vez –y en contra de lo que decía el poeta Miguel Hernández– no íbamos desde nuestro corazón a nuestros asuntos, íbamos de lavarnos las manos a nuestro confinamiento teniendo por cielo el miedo infinito hacia lo desconocido. Un miedo que no sabemos ni dónde ni cómo se detendrá, que ya ha causado demasiado dolor, pérdida y horror y que inició en Wuhan, China.
El mundo necesitaba un descanso. Y lo ha tenido. Esta será la primera Navidad y fiestas donde todo será virtual. Estarán las luces –no sé durante por cuánto tiempo– pero lo que no estarán serán las posadas, las convivencias ni las cenas. Tal vez la reflexión de la vacuna –pero sobre todo de que nosotros podamos llegar a parar este fenómeno– será la que impere en estas fechas. Un fenómeno que para mí es claro que será el primero de muchos. No hay manera de disociar nuestra vida del conjunto de hechos que la componen, así como tampoco existe una manera de disociar el Covid-19 –ya 20 y 21 y que no sabremos durante cuánto tiempo más estará presente en nuestras vidas– con lo que significa la destrucción del planeta Tierra.
El daño que el Covid-19 le ha hecho a las economías es impagable e incalculable. Es inabordable el hambre desatada –desde todos los puntos de vista– por este pequeño virus. El Covid-19 ha sido el primer virus y me temo que no será el último. Tantos miles de años con virus, bacterias y enfermedades ocultas bajo los hielos están empezando a salir a la superficie y lo que es un hecho –y más, vivido lo vivido– es que no podremos salir ilesos de ello. Mientras tanto, nos cuestionamos cómo es que por tanto tiempo fuimos una especie que creíamos que lo sabíamos todo, lo podíamos todo y contra todo. Pero lo más importante de todo esto es que aprendamos, que saquemos las lecciones correspondientes y que seamos capaces de enseñarle a nuestros hijos lo que esta situación nos ha dejado.
En definitiva, ésta es una situación que solamente puede ser usada para la condición humana en la medida en la que sea aprovechada para sacar alguna conclusión positiva de todo esto. En cuanto a lo político hemos hecho caso y seguido a nuestros líderes por inercia, pero en el fondo –desde cómo administraron la pandemia hasta qué tienen para ofrecernos en medio de nuestra hambre y crisis– son los gobernantes quienes verdaderamente tenían un gran reto a vencer. Y en eso, la mayoría fracasó. No supieron cuidarnos en la pandemia y tampoco saben crear las condiciones para que podamos vencer el hambre creada a raíz de esta crisis. Adiós al 2020, un año, que dados sus resultados, no debió haber existido.