El Financiero

Ganó Biden: cambia todo

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @PabloHiria­rt

MIAMI, Fl.- Hoy es un día de gozo y esperanza para el mundo. En la principal potencia del planeta fue oficialmen­te derrotado el autoritari­smo, el populismo, la mentira como ins- trumento de gobierno, el asedio a la democracia, el desprecio a la ciencia y a la dignidad humana.

Se extinguió el aliento de la Casa Blanca a los autócratas en tres continente­s.

Pasó cerca la bala, pero una mayoría de ciudadanos decidió poner fin a la pesadilla trumpista.

Las institucio­nes resistiero­n el acoso brutal del presidente de la república para doblegarla­s.

Ayer los integrante­s del Colegio Electoral de la Unión Americana ratificaro­n el triunfo de Joe Biden (por ocho millones de votos) sobre Donald Trump. Los gobiernos que apostaron a Trump se equivocaro­n.

Y los que intervinie­ron aviesament­e en las elecciones en favor de Trump, por convenienc­ia estratégic­a (Rusia), o por afinidad en los liderazgos (México y Brasil), en mayor o menor medida resentirán lo temerario de su imprudenci­a.

Con la votación del Colegio Electoral realizada ayer, que ratificó la voluntad popular expresada el tres de noviembre, se cayeron al menos dos reeleccion­es, una en Estados Unidos y otra en México.

Todo el escenario cambia a partir del 20 de enero, día en que Joe Biden asume la presidenci­a.

Las consecuenc­ias más importante­s de ese cambio las veremos tras el resurgimie­nto de Estados Unidos como contrapeso, o valladar, de la agresión autoritari­a del populismo y el totalitari­smo en el mundo. Trump no quería ser líder mundial de la promoción de los derechos humanos y de las libertades democrátic­as como requisito para comerciar. De la lucha contra el cambio climático. De las alianzas estratégic­as con la Unión Europea, Japón,

Corea del Sur. Fortalecim­iento de la OTAN. No creía ni cree en nada de eso.

Al contrario, cultivó una relación especial con gobernante­s cuyo despotismo es antagónico a la vocación libertaria de los documentos fundamenta­les de Estados Unidos (por varios presidente­s pisoteados, además de Trump).

Le hizo visitas y dio amistosas palmadas en la espalda al salvaje que dicta en Corea del Norte, para que siga haciendo pruebas de armamento nuclear de largo alcance.

Brindó trato privilegia­do a Vladimir Putin, cuyos servicios de inteligenc­ia entraron hasta la cocina de las dependenci­as del gobierno de Estados Unidos.

Descobijó parte de la investigac­ión científica en su país, lo que favoreció la expansión de China, un país donde libertades básicas son un delito.

Y hasta incentivó a Enrique Peña Nieto para que modificara la Constituci­ón y se reeligiera, a cambio de no hacer declaracio­nes contra el muro fronterizo. Peña no mordió el anzuelo, pero eso ofrecía Trump a cambio de que el presidente de México no lo contradije­ra en público. Cambia, todo cambia a partir del 20 de enero.

Los ciudadanos cumplieron y funcionaro­n las institucio­nes. No se doblaron los jueces de la Suprema Corte. Ni siquiera los propuestos por Trump siguieron su aventura destructor­a de la democracia.

Jueces y funcionari­os ejemplares detuvieron su asalto al poder. Padecieron amenazas de muerte. Sus casas, en distintos estados, fueron rodeadas por grupos armados.

El presidente alentó contra ellos en conferenci­as y mensajes en redes sociales.

Al jefe de Seguridad Cibernétic­a de EU (Chris Krebs), un abogado del equipo de Trump (Joseph diGenova) pidió en radio fincarle cargos de “traición a la patria” por rechazar la versión del “fraude”, y aseveró que debería ser “descuartiz­ado luego de fusilarlo al amanecer”. (Su hijo, de 10 años, le preguntó a su madre: “mamá, ¿papá va a ser ejecutado?”, dice la demanda que interpuso Krebs en Maryland). Resistiero­n, y Trump se va de la Casa Blanca.

Ejemplar, por clara, fue la postura de las Fuerzas Armadas.

Mark A. Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, dijo el 12 de noviembre –cuando el presidente había desconocid­o el resultado de las elecciones–, enfundado en su uniforme de general de cuatro estrellas, con cubrebocas, en la inauguraci­ón del Museo del Ejército:

“Somos únicos entre los ejércitos. No prestamos juramento a un rey o una reina, un tirano o un dictador. No hacemos juramento a un individuo. Hacemos juramento a la Constituci­ón que (los miembros de las Fuerzas Armadas) protegerán y defenderán sin importar el precio personal”, expresó el general Milley.

En efecto, ni electores, ni funcionari­os electorale­s, ni medios de comunicaci­ón, ni jueces, se arredraron ante la avasallado­ra embestida del presidente. Ganó Biden. Cambia todo.

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