Rompecabezas descuadrado
Pareciera ser que se perdió la brújula que a mitad de año consideramos nos iba a guiar a un puerto más o menos seguro en la lucha contra el Covid-19. Desde inicios de este 2020, México siempre tuvo mayor margen de error al conocer previamente lo que sucedía con el virus en países asiáticos y europeos. Nos regalaron un tiempo valiosísimo para comparar su evolución y haber podido adoptar medidas preventivas eficaces, sobre todo en este invierno de repuntes. Pero eso no sucedió, todo lo contrario, México es uno de los países con más muertes en el mundo. Tan sólo en las últimas tres semanas, sumamos 12 mil 622 personas fallecidas, según datos oficiales.
A pesar de que se sabía que los rebrotes masivos se presentaron en países europeos desde octubre, y que las medidas impuestas en países asiáticos han sido exitosas, en México dejamos que llegara la segunda ola invernal, como si ésta proviniera del Mar Caribe.
Ni las autoridades del gobierno federal y estatales, ni la sociedad civil hemos podido accionar mecanismos efectivos y responsables para frenar el colapso que ya viven varios hospitales del Valle de México, donde habitan más de 20 millones de personas y ha obligado a las autoridades a hacer un llamado de alerta y emergencia. O, como también sucede en Guadalajara y Nuevo León, donde aumentan temerariamente los contagios.
En lugar de actuar con corresponsabilidad y entender la gravedad del asunto, sucede todo lo contrario. Por un lado, vemos a las autoridades de salud federal, dedicadas a defender lo indefendible, como el semáforo epidémico, la ausencia de pruebas masivas, o el llamado contundente a usar el cubrebocas –empezando por el presidente–. Paralelamente, vemos a varios gobernadores y clase política, mirar para otro lado mientras la crisis les estalla y esperar culpar, con fines electorales, al gobierno federal. Sin esperanzas que prediquen con el ejemplo, las personas erosionan, como fue el caso del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, que se va de copas
Periodista mexicano especializado en asuntos internacionales los hospitales se llenan. O, al enterarnos, de que diputados priistas arman su fiesta de fin de año en instalaciones del Poder Legislativo cuando entramos en la etapa de más contagios en el año.
Atados de manos por la desigualdad social y la alta pobreza que hay en México, se ha priorizado poder abrir comercios formales e informales, sobre un confinamiento más prolongado. Acción que se entiende ante el escaso apoyo económico que se ha otorgado a ese amplio sector de la sociedad y a la precaria situación económica que vivimos.
Por todo ello, aún sigue sin entenderse la ausencia de medidas preventivas y alternas, de los gotados, biernos federal y varios estatales para contener la tempestad. Es imperdonable que la comunicación sigua siendo indirecta, descoordinada y ambigua entre los tres niveles de gobierno. Y si a esto le sumamos una sociedad harta e inconsciente ante la gravedad del asunto, el resultado será una batalla perdida.
Los números hielan. Revisemos cómo han progresado los contagios y muertes en las últimas semanas: las comparo con la que finalizó el 3 de octubre, cuando se registraron 31 mil 348 infectados. Pero, a partir del 22 de noviembre hasta la fecha, hemos vivido un aumento vertiginoso. Han transcurrido tres semanas desde entonces: la primera registró 65 mil 196 contagios. La segunda 68 mil 779. Y la tercera, 74 mil 194. En Corea del Sur, se registraron 880 contagios el día de ayer; en México sumamos la semana pasada cinco días con más de 11 mil contagiados. De esta forma las asimetrías, de esta forma el caos.
La pregunta que surge es ¿hasta cuándo y hasta cuánto se va a prolongar este aumento de cifras escalofriantes? Sabemos que no son confiables los pronósticos del subsecretario, Hugo LópezGatell. Y si pensamos que van a comenzar a disminuir en diciembre con el primer lote de 250 mil vacunas, estamos fritos. Eso no alcanza ni para el 10 por ciento de los trabajadores del sector salud, que son el primer grupo a vacunar. No hay más opción que cuidarnos y trabajar en equipo.
No obstante, y en todo este contexto se tiene que apreciar lo que se hace en la difícil Ciudad de México, cuyas autoridades de gobierno han demostrado eficiencia en desarrollar métodos alternativos, y que, constantemente corrigen el rumbo. Además, dejaron de ser sólo informadores de estadísticas, para pasar a la acción. Ya dejaron atrás los colores del “intrascendente” semáforo epidemiológico, y entre la gravedad de las cosas, lanzan SOS de alerta y emergencia, conducen y actúan. La jefa de Gobierno predica con el ejemplo. Usa cubrebocas, diario lidera las conferencias de salud, manda mensajes claros apegados a los dictados de la ciencia y adapta alternativas para romper las cadenas de contagios. Cuida la economía local y al mismo tiempo negocia con la iniciativa privada medidas que limiten horarios. Se ven las acciones, se nota el compromiso. Es decir, maneja el pulso de la crisis. A pesar de ello, sectores de la sociedad capitalina dejan mucho que desear al seguir reuniéndose masivamente, frecuentar bares clandestinos –en los últimos 7 días han cerrado 40– y salir a la calle a hacer compras innecesarias. Esto nos ha llevado a tener 75 por ciento de la ocupación hospitalaria al día de hoy.
El tiempo avanza, y mientras gobiernos y sociedad no actuemos en consecuencia, nos acercamos a un deterioro, tan grave, que levantarnos no se va a tratar de quién gobierna, sino de quién subsista.