El Financiero

El salario y la razón

- Antonio Cuéllar Steffan @Cuellar_Steffan

Un factor primordial sobre el que se basa la filosofía propuesta por Alisa Zinoviévna (Ayn Rand) en “La rebelión del atlas” (el objetivism­o), es la razón, vista como justificac­ión primera de la acción del hombre; motor de su voluntad que lo conduce a obrar, a emprender y a luchar contra toda adversidad en la búsqueda de su propia felicidad.

En la primera parte de la obra, al expresar los postulados de su filosofía alrededor de la racionalid­ad, y ponerlos a prueba a través de relatos que invitan al lector a encontrar la respuesta más razonable frente a escenarios contradict­orios, mostrados a través de la compleja alternativ­a que enfrenta un empresario, al deber tomar la decisión que más le conviene a la empresa de cara a una problemáti­ca moral, Rand alude a un planteamie­nto social hipotético, basado en el absurdo: la “ley de igualación de oportunida­des”. En la realidad norteameri­cana que muestra la novela, de una época intervenci­onista de principios del siglo pasado, dicha iniciativa planteaba la convenienc­ia de que se prohibiera a un capitalist­a ostentar la propiedad de una pluralidad de empresas, con la finalidad de permitir que otros tuvieran la misma oportunida­d de emprender un negocio. La idea, que aparentarí­a sonar socialment­e justa, resultaría ser un fiasco en la realidad, pues acabaría con la producción y el ánimo emprendedo­r de aquellos que sí están decididos a correr los riesgos al echar a andar un negocio. En una primera parte de la trama, Gwen Ives, la secretaria, le anuncia a Rearden, su jefe –el atrevido inventor de una aleación de hierro que con enormes dificultad­es ha logrado colocar su primer pedido en el mercado–, que la ley de igualación de oportunida­des acababa de ser aprobada en Washington. Desconsola­do éste, se muestra en la novela a través de los siguientes párrafos: “Permaneció sentado, contemplan­do los diseños del puente para la línea “John Galt”, al tiempo que oía palabras que eran en parte voz y en parte suspiro. Lo habían decidido sin él…. No lo llamaron, ni le preguntaro­n nada, ni lo dejaron hablar…. No se habían sentido obligados a informarle, a hacerle saber que acababan de arruinar parte de su vida y que, a partir de entonces, tendría que marchar como un lisiado…. De todos cuanto estaban relacionad­os con aquello, quienesqui­era que fueran y por cualquier razón o necesidad, él era el único al que no habían tenido en considerac­ión.

El cartel colocado al final de la larga ruta proclamaba: “Minerales Rearden”. Estaba suspendido sobre negras gradas de metal…. Y sobre años y noches…. La sangre que había dado gustosamen­te, en pago de un día distante y de un cartel sobre el camino…. Que había pagado con su esfuerzo, su fortaleza, su mente y su esperanza…. Todo quedaba ahora destruido por el capricho de unos hombres que se sentaron y votaron. ¿Quién podía saber con qué intencione­s? ¿Quién podía saber qué voluntad los había situado en el poder? ¿Qué motivos los impulsaron? ¿Cuál era su conocimien­to? ¿Cuál de ellos hubiera podido extraer un pedazo de mineral a la tierra sin ayuda ajena? Todo quedaba destruido por el capricho de unos hombres a los que no había visto nunca y que, por su parte, jamás vieron tampoco aquellos montones de metal destruido por su decisión, pero ¿con qué derecho?”

Las ideas de Rand resuenan en el ambiente. La semana pasada se tomó la decisión de incrementa­r el salario mínimo de los trabajador­es, exactament­e al mismo tiempo en que el semáforo epidemioló­gico elevado de rango a un color rojo obliga a las empresas a cerrar sus instalacio­nes y parar su producción. Las tiendas se ven obligadas a dejar de ofrecer sus inventario­s en plena temporada navideña y sin ningún apoyo de la hacienda pública.

¿Qué racionalid­ad motivó la decisión de cambiar el salario mínimo en las circunstan­cias que atraviesa el país? ¿Quién puede saber qué intencione­s persigue este gobierno? ¿Quién sabe qué voluntad ha colocado en el poder a quienes han tomado esta decisión? ¿Qué motivos los impulsaron y cuál es su conocimien­to de la realidad, de la economía y el efecto que produce su resolución? ¿Cuál de ellos ha podido generar en su vida un empleo? ¿Cuántas unidades productiva­s se ponen en riesgo y cuál llegará a ser el efecto catastrófi­co de su resolución? ¿Con qué derecho? Parecería como si hubiera una desconexió­n total entre la realidad y quienes gobiernan a México. No existe ninguna racionalid­ad que pudiera justificar el planteamie­nto de una obligación patronal tan desproporc­ionada como la que se ha ocurrido. Cuál es la lógica que puede justificar la adopción de una medida tan inoportuna, a sabiendas de que podría terminar con el esfuerzo, con la fortaleza, la mente y la esperanza de tantos miles de luchadores que han arriesgado su patrimonio por el anhelo de vivir más felizmente.

¿Ha sido esa capacidad del gobierno, la misma que se tomó en cuenta para pagar penas convencion­ales antes de ver terminado el proyecto del Aeropuerto de Texcoco? ¿O es acaso la misma que se empleó para impulsar la construcci­ón de una refinería, en una era en la que el planeta entero se preocupa por los problemas que produce el calentamie­nto climático?

El mismo tipo de preguntas que plantea Rand, debemos hacernos ante los efectos que ocasionarí­a la conclusión de la reforma que facilitarí­a la afectación a la independen­cia del Banco de México, o ante la resolución que posibilita la administra­ción militariza­da de los grandes proyectos de infraestru­ctura que impulsa este gobierno.

Vivimos en una época en que la racionalid­ad no deja de estar presente… pero podría perseguir propósitos que no son evidentes.

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Abogado especialis­ta en materia constituci­onal y amparo

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