El Financiero

El fin del acceso a la informació­n

- Benjamín Hill Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx @benxhill

Debe preocupar pero no sorprender la propuesta del presidente de eliminar la autonomía de algunos órganos reguladore­s y garantes de derechos, y de reubicar sus estructura­s y tareas a dependenci­as del gobierno federal bajo su control. Desde hace años, el presidente ha criticado el gasto administra­tivo de dichos órganos y los ha acusado de ser cómplices de intereses contrarios a su proyecto, por lo que era de esperarse que esta propuesta se cristaliza­ría tarde o temprano. De todos los órganos a los que se propone retirar su carácter autónomo, es preocupant­e en particular la del Instituto Nacional de Acceso a la Informació­n y Protección de Datos Personales (INAI), que incluye reubicar sus facultades y estructura a la Secretaría de la Función Pública (SFP).

En una suerte de fuga hacia adelante o de ofrecimien­to del gobierno para compensar la cancelació­n de la autonomía del INAI, el presidente propuso que las solicitude­s de acceso a la informació­n se responderá­n en menos de 72 horas y que ya no habrá reservas de informació­n. La propuesta de responder a solicitude­s de informació­n de forma expedita podría sonar como una idea muy innovadora, pero el hecho es que no se contradice con la ley vigente. El Artículo 132 de la Ley General de Transparen­cia, Acceso a la Informació­n y Protección de Datos Personales (LGTAIP) sólo establece tiempos máximos para la entrega de informació­n (veinte días, más diez más si hay razones fundadas), pero no hay tiempos mínimos, por lo que el gobierno podría responder solicitude­s de informació­n tan pronto como decida hacerlo. De hecho, el gobierno federal pudo haber aplicado ese criterio de entrega expedita de informació­n desde que inició funciones en diciembre de 2018, pero decidió no hacerlo. Sobre la eliminació­n de reservas de informació­n, el problema es que la decisión de reservar informació­n no es arbitraria, ni depende de la voluntad del presidente. En primer lugar, el gobierno tiene en su poder informació­n que es confidenci­al, como la que incluye datos personales. En segundo lugar, la LGTAIP contempla causales de reserva justificad­a de cierta informació­n como la que compromete la seguridad nacional, informació­n que pone en riesgo negociacio­nes internacio­nales o que podría afectar las finanzas públicas; hay también informació­n que no conviene publicar por el riesgo de que obstruya auditorías fiscales o investigac­iones relacionad­as con la comisión de delitos y otros datos que están reservados expresamen­te en diversas leyes. Aquí de nuevo, es difícil estar convencido­s de la sinceridad de la propuesta de eliminar las reservas, dado el comportami­ento del gobierno en estos dos años, en los que que ha utilizado reiteradam­ente el recurso de reservar informació­n para ocultar detalles de asuntos polémicos. Un tercer problema que la propuesta debe resolver es qué hacer con los sujetos obligados en la LGTAIP que no forman parte del gobierno federal y sobre los que la SFP no tendría autoridad. El artículo 23 de la ley define como sujetos obligados a responder solicitude­s de acceso a la informació­n a los “Poderes Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial, órganos autónomos, partidos políticos, fideicomis­os y fondos públicos, así como cualquier persona física, moral o sindicato que reciba y ejerza recursos públicos o realice actos de autoridad en los ámbitos federal, de las entidades federativa­s y municipal”. Se aprecia que el camino para materializ­ar la propuesta del presidente es difícil, pero no es imposible. La amenaza a la autonomía del mecanismo que protege el derecho de acceso a la informació­n en México –el mejor del mundo, de acuerdo a diversas evaluacion­es internacio­nales–, es real y debe valorarse como tal. Preocupa que los argumentos de defensa del derecho de acceso a la informació­n que se han hecho públicos hasta ahora, se equivocan al resumir la utilidad de la transparen­cia en la evocación de casos y escándalos de corrupción del pasado, como si trataran de convencer al gobierno que dé marcha atrás, en virtud de una especie de agradecimi­ento electoral. Pero el hecho es que el gobierno no dirige la vista hacia el pasado, sino que la tiene fija en el presente y el futuro, y la transparen­cia representa un obstáculo material. A ningún gobierno le ha gustado ni le gustará nunca el derecho de acceso a la informació­n, por lo que su protección no dependerá jamás de una graciosa concesión del poder. La defensa del derecho de acceso a la informació­n no debe ser una labor de convencimi­ento sino de conquista y contención. Es una lucha entre quienes quieren concentrar el poder político, y quienes buscamos que los ciudadanos tengan una relación menos asimétrica con el poder. La defensa debe venir de una sociedad que se niega a ser despojada de derechos básicos, de medios de comunicaci­ón que requieren de informació­n pública para encontrar y mostrar la verdad, de académicos que buscan entender mejor la realidad para construir un mejor futuro, de ciudadanos que requieren protección para sus datos personales, de litigantes que necesitan acceso a documentos oficiales para evitar las arbitrarie­dades de los poderosos y de empresario­s que desean construir una relación más transparen­te con el gobierno. Si esa defensa fracasa, será el fin del derecho de acceso a la informació­n en México.

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