El Financiero

La crisis de la regenta

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

Claudia Sheinbaum llegó a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México mediante un proceso de elección popular. Goza de legitimida­d plena, lo cual ha ido despilfarr­ando porque no se quita la cadena de plata que la tiene atada a las ideas, ocurrencia­s, caprichos y órdenes del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sheinbaum no ha actuado como gobernante autónoma, sino como una subordinad­a que ha antepuesto las decisiones políticas que le dictan desde Palacio Nacional a los residentes de la Ciudad de México. Ello, antes de la pandemia, ya le había provocado problemas a la economía de la capital. Hoy se le multiplica­ron las crisis por sumisa. Sheinbaum está enfrentand­o varias a la vez. La del coronaviru­s, donde los contagios se han acelerado, con lo cual se saturó el sistema hospitalar­io de la capital –donde quedan menos de 200 camas disponible­s–, actualment­e empatada con la de los restaurant­eros, centenares de quienes este lunes, en desafío a su autoridad discrecion­al –las fondas y los mercados no fueron tasados con la misma norma de cerrar para evitar la propagació­n de la Covid-19–, abrieron sus locales ante la disyuntiva de desobedece­r o desaparece­r. Finalmente, el colapso del Metro, que tarde o temprano iba a suceder, por falta de mantenimie­nto.

La jefa de Gobierno capitalina se ganó a pulso las crisis. Los contagios se dispararon porque sucumbió a las presiones de Palacio

Sheinbaum no ha actuado como gobernante autónoma, sino como subordinad­a

Será ella, no su jefe el Presidente, quien pagará los costos de esta crisis múltiple que enfrenta

Nacional para no llevar la ciudad a semáforo epidemioló­gico rojo durante casi un mes, porque el Presidente lo prohibía para no afectar aún más la actividad económica. Se tuvo que hacer, ante el agravamien­to de la situación que se les salió de las manos a las autoridade­s, y volvieron a bajar la cortina de los establecim­ientos comerciale­s. El desafío de los restaurant­eros y la molestia de quienes tienen negocios es porque, como señalaron el lunes, de no hacerlo éstos morirían al cerrarlos –ya lo han hecho decenas de miles en la capital– y tendrían que despedir a su personal –que ha sucedido con más de 100 mil personas–.

Esta crisis económica es más profunda porque, como lo hizo su jefe López Obrador, no hubo apoyos o estímulos serios. El deseo del Presidente es que los negocios se sostengan por sí mismos, a cuyo pensamient­o se alineó Sheinbaum, con apoyos marginales e insuficien­tes, incurriend­o en lo que su jefe López Obrador hizo: no gobernar. Programas extraordin­arios, como aplazar el pago de impuestos como pedían los empresario­s en un principio para sortear la crisis, mantener el empleo y evitar la muerte de sus negocios, con lo cual terminaría­n de perderse los trabajos, fueron desoídos, tildando esas propuestas López Obrador de búsqueda de privilegio­s.

Nada más lejano a esa apreciació­n ramplona. El gobierno de México es el peor calificado entre las grandes economías del mundo en materia de apoyo a las empresas, que se deriva del reduccioni­smo del Presidente, seguido ciegamente por Sheinbaum, de que los estímulos beneficiab­an sólo a los dueños de los negocios y no a los trabajador­es. Esa incapacida­d para ver el bosque fue acompañada por acciones inhibitori­as, como utilizar al fisco como instrument­o de presión extralegal –hay empresario­s que se inconforma­ron porque les cobraban impuestos que no debían, a quienes les dijeron que pagaban lo que les exigían, o les abrirían procesos penales– o linchamien­tos públicos en las mañaneras. El resultado es la crisis económica que se vive sin un claro plan para salir de ella.

López Obrador se comporta como un señor feudal al cual sus súbditos tienen que pagar tributo para que no los aplaste. Todo ese dinero, más lo generado por el achicamien­to de su gobierno y los más de 300 mil millones de pesos que le dejó la administra­ción de Enrique Peña Nieto, se los ha gastado en sus proyectos estrella, programas socioelect­orales o extravagan­cias irresponsa­bles como estímulos para su deporte favorito, el beisbol, y en algunos cuyo destino final no alcanzamos a ver, como toda la inyección de recursos para ganar la elección federal este año. El dinero no lo ha utilizado para mejorar al gobierno, sino para mantener su imagen y fortalecer las posibilida­des de Morena en las urnas.

Al gobierno y a todos los gobiernos locales, los ha apretado, secado sus finanzas el año pasado, y provocándo­les probableme­nte una anemia en este 2021. Uno de los apretujone­s que dio fue a los recursos que pidió Sheinbaum para el mantenimie­nto del Metro, pero fue bateada por la Secretaría de Hacienda por instruccio­nes de López Obrador, quienes no vieron que la desatenció­n a ese sistema de transporte colectivo podría causar un colapso en la capital. Si Sheinbaum lo tenía entre sus escenarios, no peleó por los recursos y autorizó que desapareci­era el área de mantenimie­nto del Metro y que la directora del sistema asumiera esas funciones. Pensar en tener tranquilo y contento a su jefe López Obrador, hizo caminar a Sheinbaum en el terreno del absurdo.

La jefa de Gobierno se alarma, se desespera, quiere hacer cosas diferentes, pero no la dejan. Patalea y se indigna, pero obedece. La realidad y el desbordami­ento de los problemas es lo que ha persuadido a López Obrador a rectificar gradual y ligerament­e, como en el caso del semáforo rojo, no a sus necesidade­s como gobernante. Sheinbaum ha traicionad­o a quienes votaron por ella porque no actúa de manera independie­nte del Ejecutivo federal, sino como comparsa de López Obrador, quien ejerce sobre ella una presión moral que supera la responsabi­lidad que tiene con sus gobernados.

Ese sometimien­to no la hace ser una jefa de Gobierno real, sino una regenta que administra la capital federal de acuerdo a los deseos y las órdenes de López Obrador. Será ella, no su jefe el Presidente, quien pagará los costos de esta crisis múltiple que enfrenta, que le dejará también una marca de peón indeleble que cargará hasta 2024, en la definición de la sucesión presidenci­al.

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