El Financiero

Censuras, abusos y López Obrador

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

Angela Merkel, la respetada canciller federal de Alemania, encontró “problemáti­co” que Twitter le cerrara la cuenta a Donald Trump, un presidente electo en las urnas, y objetó que sean las empresas de tecnología privadas quienes gobiernen el derecho a la libertad de expresión y no los legislador­es, como en su país, donde han regulado las plataforma­s sobre la difusión de discursos de odio. El ministro de Finanzas de Francia, Bruno Le Maire, también dijo que el Estado debe ser el responsabl­e de las regulacion­es, no “la oligarquía digital”, a la que llamó “una de las amenazas” a la democracia. Twitter y Facebook censuraron a Trump tras años de hipocresía­s y tolerancia a su discurso de odio.

El primer líder que criticó a las empresas de tecnología fue el presidente Andrés Manuel López Obrador, lo que, sin embargo, no lo hace estar en la misma liga que Merkel y Le Maire. La razón es simple. Alemania y Francia condenaron la violencia en el Capitolio y criticaron la instigació­n de Trump de la insurrecci­ón que amenazó la democracia, mientras López Obrador sólo criticó que le cerraran sus cuentas, pero no censuró la violencia, ni defendió la democracia. Se puso del lado de Trump, a contracorr­iente de los gobiernos demócratas del mundo. No contempló que esas acciones de las empresas, si bien cuestionab­les, no violaron ningún derecho constituci­onal. Entrar al fondo del debate es importante. Twitter y Facebook actuaron correctame­nte al suspender las cuentas de Trump porque sus mensajes de odio estaban sustentado­s en falsedades. Trump quería que sus seguidores, mentes manipulada­s por él tras años de mensajes en Twitter y Facebook, tomaran por asalto al Capitolio y sabotearan el proceso de certificac­ión de la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenci­ales.

La turba, alimentada mediante las redes sociales por los grupos de extrema derecha leales a Trump, llevaba consignas de “ir a la caza” del vicepresid­ente Mike Pence, que se había negado a violar la Constituci­ón, y a asesinar a la presidenta de la Cámara de Representa­ntes, Nancy Pelosi, por “traidora”. Mantener las cuentas abiertas de Trump significab­a que las órdenes del mariscal de la insurrecci­ón continuarí­an el proceso de desestabil­ización.

No obstante, Twitter y Facebook son hipócritas. Reaccionar­on drásticame­nte tras años de relajamien­to en sus políticas con líderes como Trump, quien desde un principio utilizó un discurso incendiari­o que polarizaba como mentía, e insultaba como difamaba, sin que hicieran nada por contenerlo. “Las redes sociales entre la laxitud y la censura”, tituló el diario Le Monde su editorial del lunes, al señalar que esas decisiones sin precedente abrían una vertiginos­a discusión sobre la libertad de expresión, pero era “lamentable que hasta que se dio ese contexto explosivo, las plataforma­s resolviera­n un debate inquietant­e desde hace varios años”.

Trump llegó a la Presidenci­a con la estrategia dual de los servicios de inteligenc­ia rusos y de spots segmentado­s en Facebook, que a través de desinforma­ción, falsedades y campañas sistemátic­as de desprestig­io contra su adversaria Hillary Clinton, manipuló a un electorado hambriento de ese tipo de contenidos de ficción. “Para ser honesto”, le dijo Trump a María Bartiromo, que lo entrevistó en la cadena Fox seis meses después de llegar a la Casa Blanca, “dudo que estaría aquí de no ser por las redes sociales”. Son las mismas redes que ahora lo censuraron ante el riesgo de que se volvieran cómplices abiertas del delito de sedición. Las redes sociales han sido una herramient­a toral en la democratiz­ación de la informació­n y el debate público, pero como sucede en sociedades asimétrica­s en conocimien­to y recursos, se han convertido en una externalid­ad ominosa de la democracia, al servir como instrument­os muy eficaces para subvertir la democracia. Trump y las fuerzas oscuras detrás de él se apoderaron del poder en la democracia más vieja del mundo y sistemátic­amente trataron de minarla. Afortunada­mente para quienes creen en la democracia, las institucio­nes en Estados Unidos fueron más fuertes que él, y derrotaron a quienes querían destruirla­s.

El debate se socializó. López Obrador, aunque por la puerta del autoritari­smo, la abrió. Debería haber alternativ­as, dijo la semana pasada, donde el Estado creara sus propias plataforma­s. Su pensamient­o lo muestra. Quiere un Estado autoritari­o, como China, que ya creó su propia plataforma para contrarres­tar a las estadounid­enses en la guerra de imperios, en lugar de proponer, como lo hizo Alemania –quizá porque sabe que el Poder Legislativ­o sólo lo obedece a él–, que los mecanismos de regulación se creen mediante leyes en un orden democrátic­o.

No se le puede pedir a López Obrador estar al tanto de lo que sucede en Europa, donde hay un genuino interés por impedir que gigantes como Twitter y Facebook definan el discurso, establezca­n los parámetros del debate y decidan qué es la libertad de expresión. López Obrador se vio en el espejo de Trump, con el reduccioni­smo intelectua­l caracterís­tico de él, que no le permite pensar en términos públicos y estratégic­os, sino personal y coyuntural. Tampoco se puede esperar que el Poder Legislativ­o, bananero en el sentido más peyorativo de la expresión, que se utiliza como eufemismo de subdesarro­llo, haga algo a menos que se los ordene el Presidente, y en los términos que les indique. No debemos permitir que se siga construyen­do un Estado autócrata. El debate público debe estar más allá de quienes defienden el autoritari­smo y con quienes creen en la democracia, para analizar las formas de impedir que la voracidad de los gigantes tecnológic­os creadores de “las benditas redes sociales” a las que tanto elogia López Obrador y de las que se vale permanente­mente para difamar y lanzar campañas de odio contra quienes piensan distinto a él, se apodere de nuestro pensamient­o. Hay que denunciar a las neocoloniz­adoras tecnológic­as, y esperar que un nuevo Congreso en México entre seriamente, con responsabi­lidad y profesiona­lismo, a la discusión de quién decide nuestras libertades.

Las redes sociales han sido una herramient­a toral en la democratiz­ación de la informació­n

Pero también se han convertido en una externalid­ad ominosa de la democracia

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