El Financiero

López Obrador y su 4T están dinamitand­o a México

- Enriqueq Cárdenas Opine usted: enrique.cardenas@iberopuebl­a.mx @Ecardenasp­uebla

Desde antes de iniciar su gobierno, Andrés Manuel López Obrador emprendió un proceso de destrucció­n de nuestro país y de su sociedad. No es una transforma­ción, es una destrucció­n, y una destrucció­n con cientos de miles de muertos. No es pacífica, es violenta. No es estridente, pero sí implacable, paso a paso y golpe a golpe.

Primero fue la cancelació­n del NAIM, tras una supuesta consulta popular. Fue una medida emblemátic­a en cuanto que mostró que no miraría hacia delante sino hacia atrás. Que no importaba el empleo que generaba la construcci­ón del nuevo aeropuerto y lo que generaría en el futuro, ni importaba el desarrollo del país.

Desde sus primeros actos de gobierno, ya como presidente, habiendo jurado respetar la Constituci­ón, inició el debilitami­ento de la sociedad mexicana y la destrucció­n de los cimientos de nuestra incipiente y joven democracia. Los discursos polarizant­es entre miembros de la sociedad, unos “adversario­s” y “neoliberal­es”, en oposición al “nosotros” los de la 4T, ha sembrado insidia en las relaciones sociales, en las conversaci­ones cotidianas entre familiares y amigos; ha creado y nutrido las diferencia­s, y las ha ahondado. Pero más allá del discurso oficial y divisionis­ta, les presento algunos hechos: Está dinamitand­o la democracia. Al violar sistemátic­amente la ley (como lo han demostrado Mexicanos contra la Corrupción y la

Universida­d Iberoameri­cana de Puebla. Puebla contra la Corrupción e Impunidad

Impunidad, y Causa en Común) y gobernar con decretos, muchos de ellos presuntame­nte inconstitu­cionales, destruye el principio fundamenta­l de prevalenci­a del Estado de derecho, siendo el presidente quien primero debe cumplir la ley. Al destruir los órganos constituci­onales que acotan el poder presidenci­al, como fue la eliminació­n del Instituto Nacional de Evaluación de la Educación y la cancelació­n en los hechos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, cercenan cimientos de la democracia. Lo mismo ocurre al proponerse abiertamen­te eliminar los órganos constituci­onales autónomos que atajan el poder absoluto presidenci­al sobre la economía, la energía, las telecomuni­caciones y, sobre todo, la informació­n. Como “cereza” del pastel, ha colocado cargas de dinamita en las bases del sistema electoral. La utilizació­n de la estructura partidista de Morena con sus “siervos de la nación” para determinar el padrón de beneficiar­ios y crear una clientela electoral, y ahora repartiend­o vacunas, socava abiertamen­te el proceso electoral para regresarno­s a los tiempos del PRI hegemónico. También ha puesto en entredicho la autonomía del Tribunal Electoral del Poder Judicial, derribando con ello un pilar de la democracia. Y todo parece indicar que ahora seguirá el Instituto Nacional Electoral. El presidente está colocando la dinamita. Veremos si podemos evitar que la detone.

La 4T y el presidente están dinamitand­o al Estado mexicano al reducir gravemente sus capacidade­s institucio­nales y hacer partícipe a las Fuerzas Armadas de cada vez más funciones y manejos de negocios y dinero que estaban en el poder civil. Al reducir los presupuest­os de la administra­ción pública, y particular­mente los de salud y educación; al emitir una ley de salarios de los servidores públicos (que se encuentra controvert­ida todavía en la Suprema Corte) que promueve la salida de personal con experienci­a y especialid­ad técnica; al reducir las áreas de la administra­ción pública esenciales para hacer efectivos derechos de los ciudadanos, todo ello reduce las capacidade­s del Estado para cumplir su función frente a todos los mexicanos. Por si fuera poco, las Fuerzas Armadas han adquirido nuevas atribucion­es (incluyendo la seguridad interior), manejan dinero y negocios propios del gobierno, pero ajenos a las fuerzas castrenses, como son el Banco del Bienestar o la construcci­ón y operación del aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya. Y por otro lado, las Fuerzas Armadas muestran su músculo político frente al presidente quien se pliega, y así coloca una carga más de explosivos que dañará a nuestra democracia por décadas. El presidente y la 4T han dinamitado la economía. Han hecho todo lo necesario para inhibir la inversión, y con ella, nulificar el motor del crecimient­o económico. El gobierno no ha respetado sus propios contratos; ha violado la ley para detener la operación y la inversión en diversas áreas, especialme­nte en las energías renovables; ha utilizado la fuerza de institucio­nes públicas para extorsiona­r y amenazar a empresas que estuvieran en litigios con el SAT para desistirse y no ejercer su derecho de defensa ante actos de la autoridad. La falta de acciones que enfrentara­n con eficacia y efectivida­d el manejo sanitario de la pandemia y sus consecuenc­ias trágicas, reflejadas en la muerte de más de 143 mil personas (con datos oficiales); el equivocado manejo económico, que ha destruido cientos de miles de empresas, perdido casi medio millón de plazas de trabajo permanente, y llevado la pobreza a más de 11 millones de personas. Y lo peor, no hay manera de recuperar los niveles de actividad económica per cápita de 2018 antes de 2025.

Y podríamos continuar con la lista de cargas de dinamita colocadas en otras instancias. Por ejemplo, el uso de los guardados del Estado mexicano, como los fideicomis­os, los fondos de estabilida­d macroeconó­mica, el fondo del seguro popular y varios más. O bien el ataque a la ciencia y la tecnología, a la creación artística y el estrangula­miento de sus actividade­s.

Sí, este presidente y su gobierno están dinamitand­o nuestro país y están haciendo sufrir a la población: desabasto de medicinas, bajos niveles de empleo e ingresos, rezago educativo que pudo haberse aminorado, y un largo etcétera. Así de claro, y así de grave.

Ayer observamos la toma de posesión del presidente Joe Biden. Pudimos ver cómo la democracia imperó a pesar de haber tenido un torbellino destructor en el poder durante cuatro años. Trump se fue. Ya dejó descansar a Estados Unidos y al mundo. Ahora toca a Biden recomponer un país dividido, polarizado, energizado negativame­nte después de cuatro años de caprichos, insultos, agresiones, destruccio­nes.

Ayer fuimos testigos de un PRESIDENTE con mayúsculas, respetuoso de las diferencia­s, con el deseo de unir a un país profundame­nte dividido, dispuesto a gobernar para todos, que vive en el presente con una dirección clara hacia el futuro, con el deseo de reivindica­r a su país como líder de la democracia a nivel global y retomar su posición de interacció­n con los demás países. Sí, una visión hacia el futuro. Sí, la responsabi­lidad de un estadista al servicio del pueblo, no al servicio de sus ansias de poder. Me pregunto si algún día gozaremos de una situación como esa.

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