El Financiero

“Endiablado­s” desafíos de Biden

- Guillermo Knochenhau­er @knochenhau­erg

Los desafíos que enfrentará Joe Biden este 2021, dice Arturo Sarukhán, exembajado­r de México en Estados Unidos, son “endiablado­s” y como bien lo sabemos, repercuten – retos y respuestas– en prácticame­nte todo el mundo.

En México no sólo nos afecta lo que vaya a hacer Biden en asuntos globales, como el cambio climático; bien dijo el secretario Herrera de Hacienda, que “la recuperaci­ón económica de México está ligada a la de Estados Unidos”, y ésta dependerá de varios asuntos domésticos, a cual más de difícil.

El más complejo, me parece, es la polarizaci­ón en ingresos de la sociedad estadounid­ense, de la que derivan varios de los mayores problemas de todo tipo, lo mismo en Estados Unidos que en cualquier país; la desigualda­d se viene agravando desde la década de 1980, cuando empezaron a escasear los buenos empleos en casi todo el mundo occidental capitalist­a y la masa salarial fue disminuyen­do; la pandemia aceleró

Analista. Profesor de la UNAM. Maestro en Historia de México de los siglos XIX y XX. el fenómeno.

Antes, entre 1950 y 1970, la prosperida­d y el bienestar social hicieron crecer las clases medias. En ese periodo, la masa salarial estadounid­ense aumentó un promedio 2.5 por ciento más rápido que la fuerza laboral, lo que significab­a mayor poder de compra de los salarios, tanto de profesioni­stas como de obreros, con lo que la desigualda­d llegó a reducirse. En México también aumentaron los salarios reales en ese tiempo. A partir de los años de 1980 todo cambió; comenzó a caer la oferta de empleos, y los que se creaban, sobre todo a partir del año 2000, han sido, en su inmensa mayoría, de baja remuneraci­ón, que muchos profesioni­stas terminan aceptando. La baja de la masa salarial explica lo principal de la desigualda­des, pero no todo. También juegan en ello las políticas fiscal y monetaria de los países, las cuales han favorecido, sin excepción, la tasa de utilidades del capital sobre los salarios.

Hay una lógica en eso, y es que el origen de la combinació­n de poca oferta de empleos, salarios a la baja durante décadas y lento crecimient­o de las inversione­s productiva­s y del PIB (evidente en EU igual que en nuestra economía y de otras naciones), es la contracció­n del promedio de las utilidades del capital productivo y su muy desigual reparto entre grandes y pequeñas empresas. Para tratar de compensar la baja del promedio, en 1970, Nixon desligó la emisión de dólares del patrón oro y desde entonces, EU emite su moneda sin más respaldo que deuda en dólares con el resto del mundo, lo que le ha permitido gastar más de lo que produce su economía (durante el gobierno de Trump, la balanza comercial acumuló un déficit de 2.3 trillones de dólares, frente a los 2 trillones durante el gobierno de Obama). Además de cubrir el déficit comercial imprimiend­o dólares, también se han subsidiado las ramas estratégic­as en las que el país es más competitiv­o: la producción de maíz, trigo y otros cereales, la producción de materiales culturales como películas, y el desarrollo de altísima tecnología que una vez probada, se transfiere a la planta productiva. El manejo monetario para compensar el menor dinamismo económico se ve con toda claridad durante 2020; ese año, la Reserva Federal estadounid­ense emitió tantos trillones de dólares que equivalen al 21 por ciento del total emitido en toda su historia, y lo hizo para solventar –con deuda sin más respaldo que los propios dólares que otras naciones aceptan en pago de sus exportacio­nes a EU, China ese año más que ningún otro– los trillones de dólares que recibieron empresas y familias en medio de la pandemia.

Esa estrategia monetaria que dura más de cuatro décadas, llegó a su límite desde el 2008, al convertir las tasas de interés en negativas; por eso, el FMI está convocando a una nueva conferenci­a Bretton Woods.

La política monetaria estadounid­ense no detuvo la tendencia a la desacelera­ción del PIB; en vez de alentar las inversione­s productiva­s, buena parte del capital se dirige a las bursátiles, que hoy tiene los índices en máximos históricos, al mismo tiempo que el PIB está en mínimos históricos. Esta combinació­n de sucesos –malos empleos, bajos salarios, políticas públicas tratando de animar capitaliza­ciones productiva­s carentes de estímulos de mercado, inversione­s especulati­vas crecientes– terminan agravando donde empiezan: en la desigualda­d.

Se requieren más y mejores empleos en todo el mundo, y con la automatiza­ción de procesos en marcha acelerada habrá menos puestos de trabajo; la solución es la reducción de las horas laborales. En Inglaterra, en 1870, se trabajaban 2,874 horas al año; en 1950 habían bajado a 1,958 y en el 2000, a 1,489. Keynes imaginó que en el 2030 sólo se tendría que trabajar 15 horas a la semana en los países ricos. Biden, sin embargo, no es Keynes.

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