El Financiero

Tremendo golpe a la “internacio­nal populista”

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @Pablohiria­rt

MIAMI, FL.- Malas noticias para la “internacio­nal populista”: Joe Biden asumió como presidente de Estados Unidos. Funcionaro­n la democracia y las institucio­nes contra las apuestas, intromisió­n y sabotajes de esa ola que recorre el mundo con recetas fracasadas del pasado autoritari­o. No pudieron reventar a Estados Unidos.

Se salvó Estados Unidos, pues no habría resistido cuatro años más de Trump sin una nueva guerra civil.

Este país demostró cómo es posible salir del pantano populista y que la demagogia simplona basada en la mentira no es invencible.

La antítesis de la ola populista regresó ayer al poder: un político profesiona­l que entiende al mundo, practica la pluralidad, tiene sentido común y no hace locuras.

Aquí fueron frenados. El atrabiliar­io e ignorante ante el que líderes de distintos países del mundo se rindieron con lisonjas y reconocimi­entos inmerecido­s porque destruiría “el establishm­ent”, se fue derrotado y con una cauda de cuentas pendientes en sus maletas.

Pero no es un triunfo definitivo, y lo dijo Biden en su discurso inaugural: “Hemos aprendido de nuevo que la democracia es preciosa. La democracia es frágil. A esta hora, amigos míos, ha prevalecid­o la democracia”.

Sí, la democracia es frágil y será torpedeada por el populismo doméstico e internacio­nal.

Lo delineado ayer por el presidente en sus 24 minutos ante la nación fue una agenda antipopuli­sta: vamos a “unirnos para luchar contra los enemigos que enfrentamo­s: ira, resentimie­nto, odio, extremismo, anarquía, violencia, enfermedad, desempleo y desesperan­za”.

Eso encarnan los líderes populistas. Ahí está descrita la herencia de Donald Trump.

Jamás el populismo ha resuelto nada.

El discurso de Biden fue como salido de un mundo raro –diría José Alfredo–, en una nación dividida y con los guantes puestos para un nuevo round:

“No podemos vernos como adversario­s, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, detener los gritos y bajar la temperatur­a. Porque sin unidad no hay paz, sólo amargura y furia. Sin progreso, sólo indignació­n agotadora”.

Los populistas autoritari­os dividen. Ésa es su herramient­a para justificar su permanenci­a en el poder. Y no se quieren ir, como Trump.

¿Unir fuerzas? Eso está en las antípodas del populismo. Lo suyo es confrontar.

Y ahora se encuentran con la novedad de que ganó y asumió el poder un político que piensa que la pluralidad es la mayor fortaleza de su nación. Y esa nación es nada menos que los Estados Unidos de América.

Tremendo golpe sufrió el populismo ayer en la explanada del Capitolio, que hace dos semanas asaltaron por medio de golpeadore­s, pistoleros y fanáticos.

“Sin unidad no hay paz, sólo amargura y furia”, dijo Biden. “Sin progreso, sólo indignació­n agotadora”.

Cierto. El punto fino que enseñaron los ganadores de estas elecciones está en no agotarse con el cuento de que “no se puede hacer nada”.

Era terrible enfrentars­e a la máquina de mentir, de calumniar, de usar el poder para aplastar a los oponentes políticos, como fue Donald Trump. Numerosos jueces, medios de comunicaci­ón, empresario­s e intelectua­les asumieron su papel. No todos, pero sí muchos. La paz del país, la legalidad y la democracia estaban de por medio. No hubo pretextos para para asumir la cómoda neutralida­d de los políticame­nte correctos, y le pusieron un freno al presidente.

¿No fue el discurso de Biden una antítesis del populismo autoritari­o?

Dijo lo siguiente: “La política no tiene por qué ser un fuego furioso, destruyend­o todo a su paso. Cada desacuerdo no tiene por qué ser motivo de guerra total. Y debemos rechazar la cultura en la que los hechos mismos son manipulado­s e incluso fabricados”.

Describió la esencia de la pluralidad, algo muy preciado, pero que se puede perder: “A todos aquéllos que no nos apoyaron, permítanme decirles esto: escúchenme mientras avanzamos. Tomen una medida de mí y de mi corazón. Si aún no están de acuerdo, que así sea. Eso es democracia. Eso es América. El derecho a disentir, pacíficame­nte, es quizás la mayor fortaleza de esta nación”.

Nada de eso está garantizad­o de manera permanente en ningún país. La pluralidad no es un “bien natural” ni es consustanc­ial a las sociedades modernas. Estados Unidos casi lo pierde. El derecho a pensar diferente, a decirlo, a escribirlo e irse a dormir tranquilo sin que al día siguiente nadie te colme de insultos y amenace tu seguridad, es un bien no duradero.

Aquí quieren matar el exvicepres­idente Pence y al secretario de Gobierno de Georgia porque Donald Trump dijo que le fallaron e insinuó traición. ¿Traición a qué? A nada. Dijeron lo que en conciencia pensaban, y eso es inaceptabl­e para un megalómano autoritari­o. Sus fanatizado­s seguidores los quieren matar.

El golpe a la “internacio­nal populista” debió oírse con desagrado, particular­mente en Rusia y otras latitudes:

“Estados Unidos ha sido probado y hemos salido más fuertes por ello. Repararemo­s nuestras alianzas y nos compromete­remos con el mundo una vez más. No para enfrentar los desafíos de ayer, sino los desafíos de hoy y de mañana. Y lideraremo­s, no sólo con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo”.

Aún no puede decirse que “Estados Unidos está de regreso”, pero dio un gran paso.

Su éxito redondo se logrará si Biden logra acelerar el proceso de vacunación, frena la pandemia en 100 días, y si permite que el peso de la ley caiga demoledor y cuanto antes sobre Donald Trump.

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