Leal a La Habana, Cuba
Uno. Admito que la tierra de José Martí, por un tiempo exilado en México, nunca estuvo en mi radar (claro, cuando la Tierra, más allá del celo fronterizo, era campo abierto). Me contentaba con la prodigiosa descripción de la Habana, por Alejo Carpentier, ese otro exilado, a su regreso, después de años en Europa. O con las aventuras épicas de Hemingway, hoy tan olvidado, en la Bodeguita de En Medio y su Finca Vigía.
Dos. Su música y músicos (aún me tocó Pérez Prado, en El Margo), y varios de sus escritores (el citado Carpentier desde luego, Severo Sarduy, Cabrera Infante, Norberto Fuentes, no tanto Lezama Lima), en cambio, siempre me han deleitado, gustado. No, sin dejar de reconocer, en su momento, la inteligente propaganda cultural, de Casa de las Américas (premios, cooptación, ediciones), sin llegar al extremo de reconocerle la invención exclusiva del Boom!, reprobé la situación política isleña a partir de 1959.
Tres. Como reprobé que la Generación de Medio Siglo (Fuentes, Flores Olea, etcétera), decidiera, a causa de la cubana, mirar por encima del hombro, a la Revolución Mexicana. Seguí atento la conversión estalinista del régimen (sólo comparable a la RDA alemana), la represión homosexual, la crisis de los misiles que apuntarían a Estados Unidos, purgas políticas como las de Padilla, el final distanciamiento (salvo Cortázar) de Vargas Llosa y compañía.
Cuatro. Y deplorable consideré el Bloqueo, que además de racionar inclemente a un pueblo de por sí sometido, vigilado, nutría la legitimidad “antimperialista” de la nomenklatura; pautado por oscilaciones de apertura y cierre en el gobierno norteamericano (en una de sus últimas patadas de ahogado, el nefasto, el racista, el antimexicano Trump, vuelve a cerrar la llave que había abierto Obama). Cinco. Sobre esto mismo, el modelo cubano, confieso haberme contado entre quienes auguraron un final distinto, a la también triunfal Revolución Sandinista. Augurio que empezó a deslavarse durante mi estancia en Nicaragua, con la misión de la Cancillería, de echar a andar un Instituto México, y acabó de desvanecerse con la mudanza de Daniel Ortega, él sólo, en la entera dinastía Somoza. Triste destino para un pueblo de gente maravillosa.
Seis. Torno a Cuba. Lo dicho, no empaña la experiencia gratísima de relaciones personales, con diplomáticos cubanos, mientras me desempeñaba al frente de Radio Universidad (no así en Managua), e incluso la licencia, que no me aparejó censura, no que recuerde, de proponer que la isla se convirtiera en el Primer Campo de Atracciones Socialistas de América; recorridos turísticos por Sierra Maestra, fotografías al lado del comandante Fidel, con puro o sin puro (diversa, la tarifa).
Siete. Me pongo serio. Entre las cuestiones de la Cuba castrista, que me interesaron particularmente, fue la devoción, traducida en hechos, del maestro en Ciencias Arqueológicas, y doctor en Ciencias Históricas, Eusebio Leal, por la Habana. Hago a un lado, la sospecha de poder personal omnímodo, a perpetuidad, y me concentro, en la concepción urbana puesta en juego y las tareas concretas desplegadas, entre ellas caminar a diario por el casco viejo, como si se le tomaran cada 24 horas, pulso, presión arterial, signos vitales.
Ocho. Nada tan desamparado objeto, por parte de sus indiferentes habitantes, gobernantes y gobernados, en muchos sitios, que las ciudades de prosapia histórica. Al extremo de requerirse, como lo hago, de una Declaración Universal de los Derechos de la Ciudad (ojo: de la ciudad, no del ciudadano). No sé por qué no se me ocurrió, hacerle llegar la propuesta. Hubiera simpatizado con ella, sin duda. Leal consiguió hacer de la Habana, prioridad nacional.
Nueve. Formidable, su concepción, más que científica, Humanista, del Arte de la Ciudad; de su cuidado, cultivo, conservación, preservación, fruición; de su habitación responsable. Formidable multi disciplina de urbanismo, historia, arqueología, economía, civismo (civilidad). Todo, menos que exclusivo coto de salvaje especulación inmobiliaria, engañoso escaño de políticos de patológica ambición de poder, de museólogos sin imaginación.
Diez. Ni modo, aquí sí “anillo al dedo”, la inmisericorde, planetaria Peste (en su segundo año). Desarrolladores (¿?), dueños de terrenos mostrencos, casas, departamentos, edificios de oficinas a la baja. Gobernantes ineptos, prendiendo y apagando, a lo loco, las luces de sus semáforos sanitarios; caminando, sin pértiga, sobre cuerdas a punto de romperse, y lanzarlos al vacío. Anticuarios de baja ley.
Once. Refundador de La Habana, Cuba, Continente Americano, Eusebio Leal, murió el pasado 31 de julio de 2020. A los 77 años de edad, buena parte de ellos ocupados en su tema, compulsión, ese puerto en cuyo malecón, revientan olas color follaje. La pandemia retrasó los honores que se le debían, hasta los días 17 y 18 del pasado diciembre.
Doce. Tarde reparo en que debí intentar hacer llegar a sus manos, además de mi propuesta de Declaración de los Derechos de la Ciudad, mi tomito Ensayos de filología urbana, bajo el sello de la UNAM.