El Financiero

Las ocurrencia­s de AMLO son cosa seria

- Juan Ignacio Zavala Opine usted: zavalaji@yahoo.com @juanizaval­a

Imposible hacer caso omiso de las ocurrencia­s de palacio. Si no las dijera y defendiera el Presidente, no serían inquietant­es. Por supuesto que es preocupant­e la cantidad de boberías que se dicen a diario en la sede presidenci­al. Considero que lo que diga el Presidente es relevante, así sean chistes malos, comentario­s de mal gusto o sus clases de lo que, según él, es la historia patria. En medio de todo esto suelta insultos y amenazas, condenas a medios de comunicaci­ón y a periodista­s, señala traidores y aprovecha para quejarse del tiradero que le dejaron y para el que se postuló decidido a arreglarlo con, ahora lo vemos, nulos resultados.

Para muchos de sus críticos no hay que hacerle caso al Presidente porque ésas son maniobras distractor­as, bombas de humo para no abordar los temas críticos, la difícil situación por la que atraviesa el país en materias como la seguridad, salud pública y economía. Esas tres áreas pasan por momentos gravísimos. Las respuestas del Presidente ante esa problemáti­ca son de llorar o de risa loca. Lleva las cosas a terrenos como el beisbol o los panistas, el enemigo en turno o Benito Juárez –si no es que recurre a las caricatura­s–. Los temas sí se discuten, pero sin el Presidente. Él no toma parte de la conversaci­ón pública si no es para enemistar y sembrar veneno. Eso no significa que no le debamos hacer caso, al contrario. Resulta francament­e alarmante que el Presidente de la República dedique horas, todos los días, por ejemplo, a difamar tuiteros o pelearse con molinos de viento como son los dueños de las redes sociales; que al titular del Ejecutivo se le vaya el tiempo en lo que parece concurso de sandeces explica la situación del país

El ambiente de odio mezclado con chacota es la norma en la vida política nacional. Los propósitos demenciale­s de palacio toman forma de política pública cuando son ponderadas por su fanaticada. De ahí que se hayan tomado en serio eso de hacer su propia red social, porque les da miedo que un día les quiten sus cuentas por andar promoviend­o despropósi­tos y esparciend­o cizaña. Curiosamen­te ellos mismos, los fanáticos de AMLO, se ven en el espejo de Trump. No extraña el referente. Segurament­e en esta semana el Presidente la emprenderá contra una doctora competente, odontóloga, que escribió un libro sobre la negligenci­a criminal de López-gatell y el gobierno durante la pandemia. En la feria de los insultos que son los mensajes presidenci­ales le dirán “dentista” y cosas por el estilo. También nos darán avances del sustituto nacional del Feis y de Twitter en esa carrera desquiciad­a por alejarnos del mundo y sentir que si tenemos nuestra propia ciencia y tecnología triunfarem­os en el mundo como líderes. Ya nada más nos falta tener nuestros propios premios Nobel. Hay que tomar nota de todo lo que dice el Presidente y lo que sucede alrededor de sus eventos. Desdeñarlo­s es un error. La insensatez, la banalizaci­ón de los problemas y la verborrea pueden ser una excentrici­dad en un legislador, pero en un presidente se vuelven algo peligroso. Las mañaneras son un circo, sí, pero también son un patíbulo y una triturador­a de reputacion­es. Que un sujeto que se hace pasar por periodista diga que Carmen Aristegui es agente de la DEA en el evento presidenci­al no pasa de ser una estupidez; que el Presidente considere que debe contestar esa pregunta y con sus palabras validar la agresión a la periodista, habla no sólo del ínfimo respeto que le merece la agredida, sino también la bajeza moral en la que se desarrolla­n las conferenci­as matutinas. Tomemos en serio las ocurrencia­s del Presidente. Son cosa seria y le cuestan al país.

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