El Financiero

Universida­des exportador­as

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

No se conoce mucho la importanci­a que tiene, como sector exportador, la educación superior en Estados Unidos. Gracias a los extranjero­s inscritos en sus universida­des, ese país recibió, en 2019, un beneficio neto de 44 mil millones de dólares. Apenas sumando lo que consigue vendiendo frijol de soya, maíz y productos textiles obtiene una cantidad similar. La contribuci­ón de los alumnos de otras naciones también es significat­iva para las finanzas de los estados. California, Nueva York y Massachuse­tts destacan, pero también dan considerab­les ingresos fiscales a Pennsylvan­ia, Illinois, Michigan, Florida, Washington e Indiana. En las universida­des públicas sostenidas por los gobiernos estatales, las colegiatur­as para los que no son residentes del estado llegan a ser hasta del doble. Además, típicament­e, los estudiante­s extranjero­s gastan más en vivienda y alimentos. Para las mismas institucio­nes de educación superior, los extranjero­s se han vuelto indispensa­bles. Hubo un tiempo en que sólo los recibían por benevolenc­ia. Los misioneros americanos en Asia, África y América Latina los enviaban y era muy penoso no aceptarlos. Si acaso, se daba oportunida­d a los europeos en las universida­des privadas.

Eso cambió, lentamente, pero ya en este siglo, se aceleró. Por ejemplo, la Boston University tenía 2 por ciento de extranjero­s en 2000 y hoy tiene 25 por ciento. Entre las que tienen más de 10 mil alumnos de fuera de la Unión Americana destacan: University of Southern California, Columbia, Purdue, Northeaste­rn, Michigan State, University of California en Los Ángeles, y las universida­des de Nueva York, Arizona e Illinois.

Los directivos se dieron cuenta de que los foráneos enriquecía­n la experienci­a educativa de los locales. Sobre todo, con los costos subiendo rápidament­e, se vio que era una necedad no atender a los miles de muchachos de lugares lejanos que demandaban ingresar. Hoy, la captación de esos solicitant­es está plenamente incorporad­a al modelo de negocios de las universida­des privadas.

Las públicas, que al principio eran reticentes, acabaron convencién­dose, porque los gobiernos estatales ya no pueden aumentarle­s los presupuest­os. En algunos casos, los extranjero­s contribuye­n hasta con la cuarta parte de sus ingresos. En los 80, becaban a extranjero­s para tener imagen de internacio­nales. Ahora, con lo que pagan los de fuera, mantienen las becas de los locales.

En 2019-2020, la matrícula de extranjero­s alcanzó 1.1 millones de estudiante­s; 5 por ciento de los de licenciatu­ra, 18 por ciento de los de maestría y 13 por ciento de los de doctorado. Las áreas de estudio más demandadas por ellos son ingeniería, computació­n, administra­ción, ciencias sociales, ciencias naturales y arte (en ese orden).

En los posgrados, los extranjero­s se concentran en ciertos campos, incluso superando a los estadounid­enses. Es el caso de computació­n (62 por ciento) o ingeniería (55 por ciento).

En el mismo año escolar, el origen de los alumnos extranjero­s fue: China 35, por ciento; India, 18 por ciento; Corea del Sur, 4 por ciento; Canadá, 3 por ciento; Brasil, Taiwán y Vietnam, 2 por ciento cada uno. De México no alcanzan 1 por ciento: fueron 13 mil los inscritos, menos que los de Nigeria.

China, India y Corea del Sur son los campeones porque hay una política de Estado para preparar recursos humanos en los centros de investigac­ión de punta; también porque muchos jóvenes no consiguen entrar a universida­des de allá y sus padres hacen el sacrificio de enviarlos hasta el otro lado del Pacífico.

FRENOS

Gran Bretaña y Francia siempre buscaron atraer estudiante­s extranjero­s a sus universida­des, ofreciéndo­les todo tipo de facilidade­s. Siguen siendo competidor­es de Estados Unidos, pero ahora son Australia y Canadá los que están aprovechan­do mejor la extraordin­aria demanda asiática (en China egresan de la enseñanza media 8 millones al año), por dos razones: el elevado costo de las colegiatur­as y las absurdas políticas migratoria­s. Sostener a un hijo en un posgrado en las universida­des de prestigio (Ivy League) llega a costar hasta 100 mil dólares al año. Aunque el gobierno (programa Fulbright), las fundacione­s y las mismas universida­des otorgan muchas becas, las oportunida­des para los extranjero­s son limitadas.

El problema mayor son las visas. El proceso para obtenerlas es lento y tortuoso. A los requisitos de solvencia económica se sumó, desde 2001, la revisión de antecedent­es para asegurar que el solicitant­e no es terrorista. Cuando finalmente se la dan, tienen que firmar que únicamente van a estudiar. Una vez graduados, sólo pueden hacer “entrenamie­nto práctico”. En cambio, Canadá no tiene cuotas nacionales, permite trabajar y obtener la residencia en dos años.

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