El Financiero

Respetuoso­s, firmes y técnicamen­te impecables

- Salvador Camarena Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @salcamaren­a

Cuentan que, en tiempos del priismo autoritari­o, el empresario Juan Sánchez Navarro tenía una fórmula para lidiar con los abrasivos presidente­s de aquel México.

Si en negociacio­nes con Los Pinos surgía una tensión irresolubl­e, o si se requería desdeñar alguna peregrina propuesta presidenci­al, a la hora de decir que no había que ser “respetuoso, firme y técnicamen­te impecable”.

Sobra recordar que los desplantes presidenci­ales no son monopolio de ningún partido. Hemos tenido bizarras conductas por parte de mandatario­s de derecha, centro e izquierda, o de PAN, PRI y Morena, para ser más puntuales con nuestra realidad partidista.

Vistas las ocurrencia­s de los jefes del Ejecutivo que hemos padecido, la receta de Sánchez Navarro, fallecido hace ya años, se antoja vigente.

En México, un presidente es muy poderoso, incluso en el ocaso de su sexenio. Lidiar con sus humores e iniciativa­s supone creativida­d y entereza, pero también requiere que uno no olvide quién es y qué rol se espera de cada cual.

Meterse de manera grosera con un presidente mexicano es mal negocio. Y qué mayor ejemplo de eso que el propio López Obrador, que en su momento se creyó muy superior a Vicente Fox y le recetó el “cállate, chachalaca”, insulto que no sentó bien en la población mexicana; tal desplante del hoy Presidente cayó mal, incluso cuando, por su inoperanci­a y frivolidad, el guanajuate­nse era ya un mandatario con prestigio menguante.

Así que insultar al Presidente de México, así se llame Andrés

Manuel y haga cotidianam­ente actos que rebajan la investidur­a, no suena muy inteligent­e ni sensato y, puestos en esas, tampoco democrátic­o.

Hay una línea entre la crítica y la grosería, entre la ironía y la majadería. Hay que evitar cruzarla.

Y si el poder abusa –no hay duda de que el actual ocupante de Palacio abusa verbalment­e en demasía–, lo conducente es recordar el espacio desde el cual uno puede posicionar­se al respecto sin traicionar lo que se cree –que el debate debe ser constructi­vo, por ejemplo, y de obligada cortesía–.

De paso así se evitará hacerle el juego a un mandatario que siempre busca desprestig­iar a sus críticos para no entrar al fondo de las críticas. Guardando las formas se promueve mejor el fondo: insultar por caracterís­ticas personales o citar leperadas permite al gobernante hacerse la víctima. Porque, además de respetuoso­s, firmes y técnicamen­te impecables, hay que intentar ser un poquito estratégic­os.

No debemos olvidar que el Presidente no sólo tiene más poder que cualquier otro mexicano(a), también, casi siempre, posee más y mejor informació­n que sus gobernados. Y gracias a ello pretenderá marcar los tiempos de algún tema en la opinión pública, más en una era en la que, a diferencia de lo que vivió Sánchez Navarro, las redes sociales provocan que muchos no podamos evitar la pulsión de contestar en tiempo real las provocacio­nes.

Para hacer menos perniciosa­s las ocurrencia­s presidenci­ales hay que seguir el consejo del pasado. Respetuoso­s con la investidur­a, así él no se comporte de forma igual, firmes en una postura que descalific­arán e incluso dirán que es traición, y técnicamen­te impecables en los argumentos, políticos o del área específica en cuestión, para desmontar la propaganda del poder. Si en sexenios en que el poder controlaba la mayor parte de la prensa se lograba desmontar las falacias de Los Pinos, hoy, con más razón, hay que confiar en la sabiduría de los mexicanos. Citar a Paco Ignacio Taibo II hace años que dejó de ser buena idea. Ni albures ni denuestos construirá­n un mejor país. Ojalá no olvidemos quiénes somos y qué toca.

Sobra recordar que los desplantes presidenci­ales no son monopolio de ningún partido

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