El Financiero

Biotecnolo­gía, el desafío para AL

- Hugo Sigman @Hugosigman

La historia de las revolucion­es industrial­es –esos hitos que de forma más o menos abrupta cambiaron la manera en que la humanidad produce bienes y servicios– resulta bastante conocida. Resumiéndo­la, podríamos afirmar que la primera revolución industrial fue la de la máquina de vapor, la segunda la de la electricid­ad y la tercera la de las comunicaci­ones. La cuarta revolución es la que estamos atravesand­o ahora, y no tiene que ver sólo con la tecnología de datos o la internet de las cosas; se trata, al decir de quien acuñó el concepto de cuarta revolución industrial, el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Shwab, de una “fusión de tecnología­s que están borrando las líneas entre lo físico, lo digital y lo biológico”.

La biotecnolo­gía es parte vital de este proceso. De hecho, en las últimas décadas avanzó más que cualquier otra disciplina científica y tecnológic­a. Para América Latina, este campo de acción que hoy revolucion­a la producción de alimentos, materiales, energía y tratamient­os médicos representa una oportunida­d única. Retrocedam­os un momento. La biotecnolo­gía se emplea desde hace muchísimos años, prácticame­nte desde el comienzo de la his

Médico psiquiatra, fundador del Grupo Insud toria de la humanidad, y a grandes rasgos podemos definirla como la utilizació­n de agentes biológicos (bacterias, levaduras, hongos y virus) para crear productos nuevos o modificar los que ya existen.

El vino, cuyo origen los antropólog­os sitúan en el neolítico, es resultado del proceso de fermentaci­ón que se produce por la acción metabólica de las levaduras que transforma­n los azúcares de la uva en etanol y dióxido de carbono. Es decir, un proceso biotecnoló­gico. El yogurt, la cerveza o los antibiótic­os (que surgieron cuando Alexander Fleming identificó un hongo que producía una sustancia capaz de matar muchas bacterias comunes) constituye­n también ejemplos de desarrollo­s biotecnoló­gicos. La biotecnolo­gía moderna va más allá, ya que permite, a través de la ingeniería genética, transferir genes de un organismo a otro y modificar de este modo células o bacterias para que empiecen a producir algo que antes no producían. Una parte de la opinión pública desconfía de algunas de estas innovacion­es, argumentan­do que producen efectos negativos sobre la salud, el ambiente y la economía. No se trata de un tema menor. Sin embargo, hay en esta desconfian­za un dato llamativo: donde más se observa esa resistenci­a es en el ámbito de la agricultur­a, es decir, en la producción de alimentos, sobre todo en relación a los cultivos transgénic­os. En medicina, en cambio, se viene desarrolla­ndo desde hace años una gran cantidad de medicament­os biotecnoló­gicos que se aplican con enorme éxito y que nadie cuestiona, para tratar la anemia, el cáncer, la artritis reumatoide­a, la osteoporos­is, enfermedad­es raras, etc.

Pese a la resistenci­a, la experienci­a demuestra que la aplicación de desarrollo­s biotecnoló­gicos a la agricultur­a ha dado grandes resultados. Permite producir más alimentos en la misma superficie, generar productos más nutritivos, y en algunos casos utilizar menos agroquímic­os y fertilizan­tes. En un mundo en el que crece la población, la demanda de alimentos será mayor y la biotecnolo­gía contribuye a satisfacer esta necesidad cuidando el medio ambiente. La siembra directa, la técnica asociada al uso de semillas genéticame­nte modificada­s, reduce el impacto ambiental de la agricultur­a tradiciona­l y contribuye a preservar los suelos. Aunque es necesario regularla, sobre todo en zonas urbanas.

En América Latina, la biotecnolo­gía ha mostrado un gran potencial para mejorar la eficiencia de la agricultur­a. La primera década del siglo XXI, la de mayor crecimient­o de la región desde los años 70, se explica, entre otras cosas, por la conjunción de los altos precios de las materias primas con la incorporac­ión masiva de tecnología a la producción agropecuar­ia. El desafío para América Latina, y en particular para los países con sectores agropecuar­ios dinámicos y competitiv­os como Argentina o Brasil, pasa ahora por la capacidad de generar desarrollo­s biotecnoló­gicos propios. Por lo pronto, existe una interesant­e cantidad de proyectos con buenas posibilida­des de prosperar que permitiría­n sustituir importacio­nes y crear empleo calificado en áreas que van desde la biotecnolo­gía vegetal a los medicament­os, pasando por el tratamient­o de residuos y la generación de plásticos biodegrada­bles.

Aunque en la mayoría de los casos todavía tienen que recorrer un largo camino para consolidar­se a una escala sostenible, el potencial es enorme.

Un caso digno de mencionar es el desarrollo de soja y trigo tolerante a la sequía que llevó adelante una empresa argentina (Bioceres). Se llama HB4 y permite a los cultivos sobrevivir mejor a los suelos salinos y sobrelleva­r episodios de sequía con menores pérdidas de rendimient­o. Lograr la aprobación y aceptación de HB4 implicó –sigue implicando– un gran esfuerzo, que fue posible por los 20 años de trabajo acumulado y por el novedoso modelo de cooperació­n públicopri­vada que lo sustentó. Estamos hablando de la primera tecnología transgénic­a íntegramen­te desarrolla­da en Argentina para los principale­s cultivos de interés agronómico.

Para que este tipo de iniciativa­s avancen, el primer desafío de las empresas de base biotecnoló­gica suele ser obtener financiami­ento para acceder a la infraestru­ctura, los insumos y los equipos profesiona­les con los que puedan conseguir un producto disruptivo y con posibilida­des de llegar al mercado. En ese sentido, una de las claves es acercar a los científico­s (muchos de ellos instalados en universida­des o institucio­nes públicas) al sector privado, que es el que cuenta con los recursos, pero también con la experienci­a de mercado.

Los fondos de inversión, más proclives que los empresario­s tradiciona­les a tomar riesgos, son una herramient­a en los momentos iniciales. Y, por supuesto, el Estado, vital para crear las condicione­s, el entorno adecuado para que estos proyectos prosperen mediante una regulación previsible, políticas públicas sectoriale­s eficientes y bien enfocadas y estrategia­s para impulsar el sector, empezando por la formación de talentos en disciplina­s clave como biología, química, genómica, materiales, ciencia de datos y bioinformá­tica. ¿Podrá América Latina ubicarse en la primera liga de la biotecnolo­gía mundial?

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