La inflación de la carne
El precio de la carne de res aumentó en promedio un 15.4 por ciento entre marzo del 2021 y el mismo mes de este 2022, de acuerdo con datos del INEGI. La ingesta de proteína fue uno de los éxitos de la relación comercial con los Estados Unidos a través de los tratados comerciales, primero el TLCAN y después el TMEC. La economía mexicana no crecía mucho, pero la cantidad de proteínas disponibles por habitante son una manera de medir el bienestar que nos llegó con el comercio en las últimas tres décadas. En tres años, el gobierno actual ha destruido este beneficio. La elevada inflación alimentaria nos deja tristes a los mexicanos; sin duda buena parte de nuestra felicidad tiene que ver con la comida. Hay varias cosas que pasaron para que este fenómeno inflacionario – alimentario– se materializara. Primero, el conflicto ucranioruso. En esa región del mundo se produce una cuarta parte de los granos del planeta. No usamos trigo para alimentar ganado, pero los precios de los granos se mueven al unísono. Segundo, el elevado precio del petróleo. Para producir en el campo, se requiere energía, y esta está cara en todo el mundo. Tercero, la mayor parte del fertilizante del planeta también viene de Rusia y Ucrania. Cuarto, el estímulo monetario y fiscal de los Estados Unidos provocó inflación planetaria, y mucha de la inflación que tenemos en México viene de lo que importamos de Estados Unidos.
Una buena parte del fenómeno inflacionario es autoinducido. Siguiendo la lista del párrafo anterior: quinto, las dádivas gubernamentales en México han generado presión
Asesor en Agon Economía Derecho Estrategia, Consejero MUCD en la demanda, y los precios han subido. Séptimo, la Secretaría de Agricultura ha desmantelado subsidios agrícolas y de manera simultánea ha creado una política velada de sustitución de importaciones de maíz y otros granos. Octavo, hemos regresado a prácticas de concentración de productos básicos desde el Estado, en una comercializadora llamada Segalmex donde se distorsionan mercados y se desvían fondos. Noveno, las conocidas extorsiones de criminales organizados contra productores de alto valor agregado, tasando con un impuesto criminal productos como los aguacates y los limones.
Y ahora, décimo, para coronar errores y desaciertos, el presidente quiere controlar los precios.
Él les dice precios de garantía. Los precios de garantía son otra cosa, que no es materia de esta columna. Es otra manera de distorsionar la economía agrícola desde la oferta. Lo que Don Andrés quiere hacer es controlar los precios de una canasta de bienes básicos.
Ahí se revela su estatismo a ultranza, su ideal de la economía como algo que el Estado controla y manipula a su antojo. En presencia de precios controlados, por debajo de los que resultarían en una interacción libre de mercado, la cantidad demandada es más alta que la cantidad ofrecida. La señal de precios bajos oficiales crea nueva demanda, y destruye parte de la oferta. Algunas empresas, normalmente las más pequeñas, menos tecnificadas y con menores posibilidades de escala, abandonan su actividad para no perder dinero. Los que se quedan en el mercado se ven forzados a la ilegalidad. Analizando con cuidado los datos del INEGI, encontramos que, en un año, los productos que no son de consumo popular son los que han aumentado de precio, y por tanto, los promedios han aumentado.
En estos casos, los consumidores consumimos proteínas más baratas. Sin embargo, el atún en lata o el huevo también suben, por el incremento en la demanda. Al final, terminamos comiendo menos proteína. Los gordos y viejos no importamos. Me preocupan los niños y jóvenes. La proteína construye cuerpo y cerebro. Menos centímetros de estatura y menos neuronas sí son un resultado tangible de una ingesta baja de proteínas en la infancia; menos futuro, pues.
A este gobierno no le importan ni el bienestar, ni los gordos, ni mucho menos los niños, ni la pobreza, la inflación o el retroceso. Lo que le importa es ganar elecciones. Controlar precios les ganará adeptos. También la indisciplina fiscal, la mano dura y el odio a los empresarios harán felices a un segmento importante de la población. Es preferible pagar caro pero que haya, a un precio controlado de algo inexistente. Andrés no lo entenderá. Ojalá los demás lo entendamos y actuemos en consecuencia. Los mercados libres nos dieron 30 años de proteína barata y de buena calidad, asequible para la mayoría. ¿Queremos regresar a comer solamente chile, tortilla y frijoles?