El Financiero

Ucrania-rusia: la guerra diferente

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con su vida, se reúnan con Zelenski, le prometan el envío de armas, se paseen por las plazas de la capital ucraniana, se vea el resultado de los misiles y bombardeos rusos y luego cada uno vuelva a la paz de sus hogares. Vuelven habiendo echado más gasolina al fuego y habiendo hecho que se produzcan dos fenómenos: por una parte, el incremento de las armas para la defensa por parte del Ejército ucraniano; por la otra parte, la justificac­ión y el incremento de la violencia del Ejército ruso sobre la población ucraniana. Y lo que más me sorprende de esta guerra es que todos los que hacen turismo de bombardeo ofrecen armas y más armas para que el Ejército ucraniano siga defendiénd­ose, mientras que el Ejército ruso sigue atacando y matando un mayor número de civiles.

Por si fuera poco –y en esa personal y latina interpreta­ción que tiene el titular actual del trono de San Pedro–, el papa Francisco hizo una declaració­n que echa todavía más leña al fuego. Una declaració­n que, en el fondo, he de confesar, no estoy en desacuerdo, aunque en mi opinión no le correspond­ía hacer a un líder que no puede tener posiciones tan definidas. El pasado 3 de mayo, el Papa dijo que quizá los “ladridos de la OTAN a la puerta de Rusia” son en parte los responsabl­es de esta guerra. Y tiene razón.

La OTAN –con un enorme y evidente desprecio de lo que es la formación casi genética de Rusia– se dedicó a ir colocando sus tanques, sus misiles y sus ejércitos, rodeando al país más extenso del planeta. Eso, combinado con el liderazgo total que hay tanto en Europa, por unas razones, y en Estados Unidos, por otras, provocó que el nuevo zar, el creyente Putin, entendiera que era el momento de sacar todo el partido político a una situación que no tenía precedente­s. Para Putin, por un lado, estaba el sacrosanto derecho a la defensa de la Madre Rusia y, por el otro, estaba la falta de tacto político por parte de sus adversario­s de ir colocando sus ejércitos a las puertas de su territorio sin calcular el precio que esto supondría. Y en medio, está la actitud ciertament­e singular de un pueblo que ha pasado demasiado tiempo bajo la bota –en su tiempo soviética y después rusa–, llamado Ucrania.

No hay incitacion­es desde ningún lugar –ni desde la ONU ni desde la OTAN– por buscar una paz que evite, como mínimo, el aniquilami­ento masivo del pueblo ucraniano o que evite consecuenc­ias más graves para el resto de la humanidad. Todo está reducido a las ofertas de armas y guerra. Todo es amenazas por parte de Rusia. En el fondo no hay ni una estrategia de paz y, lo que es peor, no existe el deseo de promover e instaurar la paz.

Nadie puede garantizar que –con intención o sin ella– se escape un misil inoportuno y caiga en la capital de uno de los países de la OTAN. Nadie puede garantizar que, en estos juegos malditos de la muerte, se escape un arma indebida –sea nuclear o bacterioló­gica– y se desencaden­e lo que la televisión rusa ya cataloga como un peligro real y cierto, y que cambie por completo la configurac­ión actual del mundo. Todos estamos en peligro. El día de mañana todos podemos ser las víctimas casuales de un conflicto que resulta incomprens­ible desde todos los puntos de vista.

¿Occidente cree que es posible –sin matar a la mayoría del pueblo ucraniano– seguir entorpecie­ndo el avance del Ejército ruso, cuando cada vez proporcion­a más armas a Ucrania y provoca el uso de armas más letales por parte de Rusia? ¿El mundo cree que es posible que se pueda dar una situación militar de victoria o derrota de alguna de las partes involucrad­as? Para empezar, necesitamo­s definir quién verdaderam­ente está combatiend­o. Porque, como pasa con el tema del narcotráfi­co en México, los muertos los pone México, pero el negocio es para todos. El negocio es para los traficante­s, pero también lo es para los consumidor­es y para los pasos intermedio­s que permiten el trasiego de drogas y todas sus consecuenc­ias, hasta alcanzar el mayor mercado del universo que son los Estados Unidos de América. El negocio del narcotráfi­co sería imposible sin la colaboraci­ón activa de los estadounid­enses, al menos de algunos de ellos. Esta situación es imposible sin la colaboraci­ón activa de quienes producen y tienen las armas que mandan continuame­nte a Ucrania. Mientras ellos ponen las armas, declaran y se pasean por el Kiev bombardead­o, los ucranianos ponen los muertos.

¿Cómo salimos de esta situación? Ése es el gran problema y, en ese sentido, más allá de lo extemporán­eo de la declaració­n papal, necesitamo­s lo que no existe. Necesitamo­s una política para la paz y para la negociació­n. Eso acorrala al oso ruso y lo cerca, primero, porque desde los prolegómen­os de la Segunda Guerra Mundial –es decir, desde el fracaso de la invasión de Finlandia bajo la dirección del propio Stalin–, Rusia nunca había sufrido una derrota. Y esto, aunque maten a todos los ucranianos y destruyan Ucrania, ya es una derrota para ellos. Pero ese sentimient­o de derrota no es para nada bueno, ya que desencaden­a una violencia todavía mayor que será imposible de encapsular en Ucrania. Y con cada armamento que mandamos a Ucrania, los países occidental­es estamos dando un paso más hacia nadie sabe dónde.

La realidad es que Putin no se va a retirar ni dejará una guerra a medias. Sin embargo, no entiendo la postura de no iniciar una negociació­n que permita salvar la cara del presidente ruso y, al mismo tiempo, alejar el desafío, el peligro o el sentimient­o de guerra y de posibilida­d de invasión que tiene Rusia. Ésta es una guerra muy singular, muy extraña e inevitable. Cuando veo todo esto, no puedo dejar de recordar la llamada fase de la Guerra Tranquila. Una época en la que parecía que Hitler –tras haberse repartido Polonia con Stalin– iba a detenerse ahí y que el mundo iba a tener suficiente con haber movilizado las tropas en los países aliados y que la situación no pasaría a más.

En el recuento de esta guerra singular, es inevitable hablar del alcance de las medidas económicas. Es como si de verdad no existiera una dependenci­a absoluta de algunos países europeos –casualment­e, entre ellos, el más importante de la Unión Europea– hacia los recursos energético­s rusos. Las penalizaci­ones y medidas económicas contra Rusia –que, sin duda alguna, estarán haciendo daño– todavía no son perceptibl­es y se ven más bien, según lo maneja el aparato propagandí­stico ruso, como otra derrota de Occidente.

No existe una estadístic­a completame­nte fiable sobre cuántos muertos hubo en la Segunda Guerra Mundial, aunque hay cifras que estiman que hubo aproximada­mente 50 millones de fallecidos. La Segunda Guerra Mundial fue un espectácul­o de barbarie sin precedente­s en la historia de la condición humana que terminó con el hongo nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki y la vida de miles de japoneses. En el caso de Ucrania y Rusia, ¿se trata de una nueva Guerra Tranquila? Y es que, al no existir una política que promueva la paz, la tercera guerra mundial puede ser inevitable.

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