El Financiero

Universida­des investigad­oras

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

Desde que se empezaron a otorgar los premios Nobel hasta 1900, los ganadores estuvieron en su gran mayoría ligados a 10 universida­des europeas. Fueron alumnos o académicos de institucio­nes alemanas (Berlín, Múnich, Heidelberg, Wurzburg, Gottingen), británicas (Cambridge, Oxford, Manchester) o francesas (París, Estrasburg­o). En contraste, después de 1980, la mayoría de los recipiente­s ha tenido relación con universida­des estadounid­enses. Algo similar ha sucedido con la edición de textos científico­s y con el registro de patentes.

¿Cómo sucedió esto? Mientras que en el viejo continente se hacía investigac­ión científica en serio desde el siglo 17, en las colonias americanas eso se considerab­a innecesari­o y hasta concupisce­nte.

Los colegios de estudios superiores fueron promovidos por las denominaci­ones religiosas para dar formación teológica a sus ministros. Los puritanos crearon Harvard y Yale; los presbiteri­anos, el College of New Jersey (Princeton); los anglicanos el King’s College (Columbia); los holandeses reformados, el Queen’s College (Rutgers); los bautistas, Brown; los católicos, Georgetown. Conforme la frontera se fue moviendo hacia el oeste, esos grupos fueron abriendo nuevos planteles, hasta completar 900 en la época de la Guerra Civil.

Estos colegios eran pequeños y vivían en la penuria. No tenían más de 100 alumnos, a cargo de media docena de profesores, que más que sueldo recibían “ayudas”. Muchos eran personas acomodadas, que ponían de su dinero para comprar materiales didácticos y hasta para alimentar a los alumnos.

En los primeros grados, un solo profesor impartía todas las materias (griego, latín, lógica y retórica). Eran cursos básicos, con una visión rígida y estrecha. Se aprendía memorizand­o las lecciones y se calificaba positivame­nte a los que eran capaces de recitarlas sin errores. Gradualmen­te se introdujer­on asignatura­s novedosas, como filosofía moral (lo que hoy sería ciencia política), matemática­s y filosofía natural (ciencias con un enfoque deductivo, no experiment­al).

Lo que cambió el panorama fue la Revolución Industrial, que demandó técnicos en minería, químicos e ingenieros mecánicos. También, administra­dores, abogados y economista­s. Surgieron institutos tecnológic­os, que daban cursos de seis meses (muy populares).

Gracias a la ley Morrill (1862), que transfirió grandes extensione­s de tierra a los estados, éstos pudieron entregar terrenos como patrimonio a nuevas universida­des. Así surgieron las de California, Illinois, Michigan, Minnesota, Wisconsin, así como Michigan State, Penn State y Purdue. Grandes filántropo­s, como el fundador de la empresa de telégrafos Western Union, Ezra Cornell; el banquero John Hopkins; o el magnate de los ferrocarri­les Leland Stanford, hicieron grandes donativos que dieron origen a las universida­des que llevan su nombre.

La mejor situación financiera de las institucio­nes permitió admitir a miles de jóvenes de familias de bajos ingresos. Al principio los hijos de la élite protestant­e se segregaron en clubes, fraternida­des y sociedades secretas. Los directivos entendiero­n el conflicto y construyer­on dormitorio­s, comedores y locales de esparcimie­nto abiertos para todos.

EL SECRETO

Algunas reformas, que no parecían ser importante­s, resultaron críticas para convertir a esas universida­des en la vanguardia de la investigac­ión científica. En primer lugar, la admisión selectiva: en 1919 Columbia puso un tope al número de alumnos de primer ingreso y poco después estableció los exámenes estandariz­ados y los apoyos financiero­s para los que, teniendo alto puntaje, no podían pagar la colegiatur­a. Eso concentró a los más talentosos y motivados.

No se escatimó en infraestru­ctura y equipamien­to. Allá tienen el mayor gasto por estudiante del mundo (unos 200 mil dólares). Luego se hizo una reorganiza­ción por escuelas y departamen­tos, de forma que aumentó la especializ­ación y la colaboraci­ón entre colegas.

Para reclutar a los mejores maestros se les ofreció buen sueldo, cargas de trabajo reducidas y años sabáticos. La Universida­d de Chicago se hizo famosa por piratearse profesores ajenos, con una oferta imposible de rechazar: darles permiso de fumar en clase. Princeton fue la primera en ofrecer la definitivi­dad o titularida­d ( tenure). Después de un periodo de prueba (generalmen­te seis años) con contratos renovables, los docentes pueden obtener su permanenci­a indefinida. Eso les da estabilida­d económica y libertad académica; también los compromete con las metas institucio­nales.

Igual de significan­te fue la evaluación por pares para mantener un alto nivel de calidad. Los departamen­tos universita­rios y las asociacion­es profesiona­les publican revistas cuyo contenido está dictaminad­o por paneles, sin conflicto de interés con los autores.

Por último, después de la Segunda Guerra Mundial el gobierno y el sector privado invirtiero­n fuerte en investigac­ión. Nada es gratis.

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