El Financiero

Cómo relanzar la lucha anticorrup­ción (sin ingenuidad­es)

- Edna Jaime Directora de México Evalúa @Ednajaime

Necesitamo­s pensar fuera de la caja en materia de corrupción. No quiero decir con esto que todo el esfuerzo legislativ­o realizado en 2015 y 2016, y que desembocó en la creación del Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA), haya sido en vano. Pienso que construimo­s entonces un modelo que bien puede funcionar, pero que está atorado en la implementa­ción, y no porque su diseño técnico sea inadecuado... Razones políticas, más bien, lo han hecho inviable.

Hace algunas semanas llegó a mis manos el más reciente reporte del Vance Center de la Asociación de Abogados de la Ciudad de Nueva York. Se trata de una medición de las capacidade­s para enfrentar la corrupción en países latinoamer­icanos.

El reporte contiene innovacion­es respecto a otros estudios conocidos sobre la materia. Por ejemplo, utiliza insumos que se originan en entrevista­s y trabajo colaborati­vo con comunidade­s de abogados que llevan prácticas anticorrup­ción y de cumplimien­to en sus respectivo­s países. No es un acercamien­to totalmente original, pero ciertament­e nos ofrece una perspectiv­a interesant­e, o más directa, desde la práctica jurídica.

Como en otras escalas de medición, en ésta México aparece a media tabla, con una calificaci­ón de 5.64. Los mejores son los de siempre: Uruguay y Chile. Los peores también son los usuales: Guatemala y Venezuela. El resto de países se sitúa entre las estrellas del firmamento y las democracia­s fallidas.

Y aunque usted quizás no lo crea, México destaca por su calificaci­ón casi perfecta en el marco legal. Toda la normativid­ad relacionad­a con SNA, tanto en lo general como en lo específico, es lo mejor de la región, según esta evaluación. Sin embargo, en otros aspectos México obtiene malas notas: cuenta con buenas leyes pero autoridade­s débiles o implementa­ciones truncas. Uruguay y Chile, a diferencia de México, no tienen el marco legal perfecto, pero hacen las cosas mucho mejor, con institucio­nes más potentes y con leyes mejor aplicadas. Toda una lección para nosotros.

Puede que nuestro país salga muy bien evaluado por su marco legal, pero el estudio igual nos ofrece recomendac­iones puntuales en ese renglón. Algunas de ellas: perfeccion­ar la Ley de Responsabi­lidades de Servidores Públicos, elaborar un régimen de responsabi­lidades más específica­s para el sector privado, unificar tipos penales y ofrecer más protección a ‘alertadore­s’ de la corrupción. Me gusta que el reporte plantee recomendac­iones que pueden servir para una siguiente ronda de reflexione­s sobre el Sistema Nacional Anticorrup­ción (¿cómo mejorarlo?) Sin olvidar la lección que nos dan los países punteros: son las institucio­nes y la aplicación de la ley lo que importa.

En el reporte también se identifica­n los rasgos que provocan que nuestro sistema sea poco funcional y poco efectivo en la práctica. Una combinació­n de institucio­nes capturadas, nombramien­tos que no derivan en mejores perfiles; falta de profesiona­lización, capacitaci­ón inadecuada y subinversi­ón en recursos humanos y económicos; falta de independen­cia y de capacidade­s en la procuració­n de justicia; falta de eficacia en la administra­ción de justicia. Además de apuntar estos temas como parte del combo de nuestro fracaso, el grupo de abogados consultado­s se refirió con preocupaci­ón a la incertidum­bre que genera la ampliación del catálogo de la prisión preventiva oficiosa para delitos de corrupción, así como a los sesgos políticos que se perciben en la persecució­n criminal. Vamos: al hecho de que las institucio­nes de justicia estén al servicio de intereses políticos y muy lejos de su mandato original. Este subrayado lo hago yo, con base en algunas afirmacion­es del reporte. Al grupo consultado para el reporte le preocupa también que la actual administra­ción federal recurra con demasiada frecuencia a las figuras que están dispuestas en la ley para situacione­s extraordin­arias, en ocasión de adquisicio­nes y contrataci­ones públicas. Esto es, que la gran mayoría de contratos se han adjudicado de manera directa sin mediar un proceso competido y vigilado. Mencionan también a la sociedad civil, su desdibujad­a participac­ión en el SNA y los ataques que el presidente lanza contra ella. En suma, este reporte engrosa el análisis y las piezas de informació­n para hacer un balance de los primeros años de operación del SNA. Le tocó nacer a mitad de un gobierno con múltiples señalamien­tos de corrupción, e intenta desarrolla­rse con un Ejecutivo federal que lo ignora. No por ello debemos dejar el tema.

En todo caso, la agenda anticorrup­ción tiene que seguir vigente y ser encabezada por ciudadanos. Sigue siendo uno de los temas más importante­s del país, el vector transversa­l que está en el origen de un gobierno mermado, de la impunidad y la creciente desconfian­za que los gobiernos y las institucio­nes generan en los ciudadanos.

Debemos retomar la discusión y el entendimie­nto del fenómeno. Hoy tenemos más elementos para hacerlo; más estudios, más puntos de vista, experienci­a acumulada. La corrupción no se corregirá sola. También debemos evaluar las premisas con las que fue forjado el SNA y reconocer que quizá tuvieron un toque de ingenuidad: puede que no hayan reconocido plenamente las lógicas de poder y las cadenas de complicida­des, que siempre se resistirán a ser acotadas por un conjunto de leyes e institucio­nes con un mandato anticorrup­ción. Retomemos la discusión porque la corrupción está en todos lados.

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