El Financiero

¿Al carajo, Presidente?

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

El Presidente está desquiciad­o. Y cada semana empeora más. Dentro de Palacio Nacional se reduce el número de asesores que quieren hablar con él de manera seria y prefieren darle la vuelta por la forma como su intoleranc­ia ha crecido, no sólo hacia afuera, sino hacia adentro, donde sus acciones y declaracio­nes cada vez pierden más consenso. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha perdido el equilibrio y su falta de templanza es evidente. A las críticas internas está respondien­do con reprimenda­s y represalia­s, y a las externas, como no sabe cómo atacarlas, insulta donde puede, y donde no, sus soluciones caen en lo absurdo.

El deterioro que está sufriendo el Presidente en su persona y su liderazgo tiene orígenes objetivos: las cosas le están saliendo mal, la seguridad, la economía, sus megaproyec­tos, la sucesión presidenci­al, la corrupción en su cuatroté. Su alegato de que tiene otros datos es cierto, porque de manera progresiva le están informando menos y de forma parcial, ante su intemperan­cia. Hace unos días sucedió uno de esos momentos incómodos para todos en Palacio Nacional.

Cuando vio la reacción pública a sus declaracio­nes de que su gobierno protegía al crimen organizado, sin empatía por las víctimas de esos delincuent­es, pidió un análisis sobre sus palabras para tratar de entender la masiva respuesta negativa que provocó. La petición se hizo a varias áreas de la Presidenci­a, de donde salieron documentos que unánime y contundent­emente señalaban que la posición de López Obrador había sido un error. Pero el Presidente, en lugar de tomar el ejercicio como una autocrític­a, y no como al final parece que esperaba, el apoyo incondicio­nal a su postura, se enojó tanto que ordenó el despido de las personas que habían sido responsabl­es de los equipos que se dividieron el trabajo.

No se sabe si alguien en los más altos niveles en Palacio Nacional estuvo de acuerdo con la purga del Presidente contra quienes hicieron su trabajo de manera honesta, pero nadie levantó la voz. Quien quiso hacerlo días después fue la secretaria de Economía, Tatiana Clouthier, cuando, tras regañarla en una mañanera, la citó para reclamarle personalme­nte que publicara el decreto de la NOM para revisar mecánicame­nte todos los automóvile­s con más de cuatro años de antigüedad, expresando su indignació­n porque había tomado esa decisión en año electoral, un impuesto que afectaría a su gobierno.

No es sorpresa que el Presidente no gobierna y sólo piensa en elecciones y en mantener el poder, pero el problema López Obrador es un problema para todos. Dentro de su equipo, primero, porque se estrechan los márgenes para operar, como le sucedió al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien ante los obstáculos que está enfrentand­o la demanda contra las armerías en la corte de Boston, estaba buscando que se sumaran a ella las fiscalías de las entidades más afectadas por la violencia de los cárteles. El Presidente lo paró en seco y le ordenó que se convirtier­a en sombra del embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, para acotar su protagonis­mo, porque ya no le gustó que el diplomátic­o se esté metiendo en asuntos domésticos, algunos de los cuales, como la libertad de expresión y la violencia contra periodista­s, son contrarios a su posición.

Pero, sobre todo, el problema es hacia fuera. Dentro de su equipo, la genuflexió­n y el terror dominan la actitud de sus colaborado­res, y si se quedan callados y sólo le dan por su lado, continuará­n en su trabajo. Afuera no existe esa alternativ­a, porque la agresión retórica del Presidente es tan fuerte e incendiari­a, que mantener silencio es como firmar una carta de suicidio. Es lo que ha sucedido de manera muy clara con el personal médico, al cual le declaró la guerra declarativ­a por su crítica a la contrataci­ón de 500 médicos cubanos. Paradójica­mente, es una controvers­ia a la que él mismo prendió fuego por la forma torpe, hosca y hostil con la que enfrentó las primeras críticas, que enrarecier­on más por su notoria falta de informació­n sobre el tema y la incapacida­d para enfrentarl­o con inteligenc­ia racional. Lo que sobra en el Presidente es inteligenc­ia emocional, quien presa de su propio discurso binario, tildó a todos los que lo critican de “conservado­res”, y en la cúspide del mejor argumento que encontró, gritó desde Sonora, “¡que se vayan al carajo!”. Su desafortun­ada frase no resolverá la disputa, pero ahondará la división y aumentará a sus detractore­s.

Esto, lamentable­mente para él y para todos, no parará. López Obrador carece de un discurso que no sea el de ataque a quienes lo critican, vestido de diferentes maneras, de insistir en que es honesto, que ahora sí hace lo que antes no se hacía y que no buscará la reelección. Con diferente música, es la misma letra. Al paso del tiempo se ha vuelto hueco, exhibiendo sus deficienci­as retóricas y su falta de habilidad para enfrentar los desafíos viejos y nuevos que se acumulan. Nadie duda que en la agudizació­n de éstos radicaliza­rá su discurso.

Las primeras consecuenc­ias ya llegaron. La violencia con la que trata a los suyos le ha reducido la informació­n porque saben que su reacción va a ser negativa. Se puede argumentar que da lo mismo que le informen o no, porque de cualquier forma López Obrador no acepta prácticame­nte nada que escape de su esquema mental. Esta Presidenci­a a la deriva –por la toma de decisiones equívoca– sólo puede mantenerse a flote con amenazas y ataques. Malas decisiones a partir de diagnóstic­os a modo –para que no se moleste– conducen a malos resultados. Los malos resultados no los ve como consecuenc­ia de fallas y deficienci­as en su gobierno, sino porque sus adversario­s, a quienes les otorga un peso público sobredimen­sionado, lo estorban. López Obrador está ciclado y nada lo sacará de ahí. Lo único que se desconoce, probableme­nte él mismo incluido, es hasta dónde lo llevará su desquiciam­iento. Y esto es lo peligroso para todos.

López Obrador ha perdido el equilibrio y su falta de templanza es evidente

Las cosas le están saliendo mal: seguridad, economía, megaproyec­tos...

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