El Financiero

AMLO y el “síndrome del pollo”

- Enrique Quintana Opine usted: enrique.quintana@ elfinancie­ro.com.mx @E_Q_

Hay una muy célebre anécdota de la política mexicana que tal vez venga a cuento en los tiempos actuales. Se trata de la sucesión presidenci­al de 1958. Ubique los tiempos. Adolfo Ruiz Cortines había llegado a la Presidenci­a de la República en 1952. El político veracruzan­o era completame­nte diferente a su predecesor, Miguel Alemán Valdés. Austero, astuto, mucho mayor que Alemán, pues llegó a la presidenci­a a los 63 años mientras que Alemán lo había hecho a los 46 años.

Gilberto Flores Muñoz, exgobernad­or de Nayarit, era un hombre muy cercano al propio Ruiz Cortines, a quien este nombraba cariñosame­nte como “el pollo”.

Fue coordinado­r de su campaña presidenci­al en tiempos complejos por la presencia de un candidato opositor con arrastre, el general Miguel Henríquez Guzmán, que logró una importante movilizaci­ón y obtuvo un porcentaje de votos que era muy alto para aquellos tiempos, el 15.9 por ciento.

Ya en el gobierno, Ruiz Cortines nombró a Flores Muñoz como secretario de Agricultur­a y Ganadería, un puesto muy relevante en un país que seguía siendo predominan­temente rural.

Al paso de los años y acercándos­e al momento en el que debería definir a su sucesor, Ruiz Cortines pidió que “limpiaran” los expediente­s de su amigo Flores Muñoz y se aseguro que él lo supiera.

Como hombre fuerte de Nayarit, ya en sus tiempos de integrante del gabinete, se le atribuyó en 1954 ordenar el asesinato del líder campesino Crispín Durán.

Era el tipo de cosas que debían limpiarse de su expediente.

Tras los dichos de Ruiz Cortines, hombre aficionado al dominó y a las expresione­s engañosas que van con el juego, Flores Muñoz y sus allegados daban por hecho que sería él, sin duda, el candidato presidenci­al del PRI en 1958 y por lo tanto el siguiente presidente de la República.

Pues resulta que, para sorpresa de Flores Muñoz, el 17 de noviembre de 1957, el PRI destapó como su candidato a Adolfo López Mateos, secretario del Trabajo, por quien muy pocos apostaban.

La respuesta del presidente Ruiz Cortines al reclamo de su amigo, Flores Muñoz, ha quedado para la historia: “Perdimos pollo”, fue la expresión, sellada con un abrazo compungido.

Era obvio que Ruiz Cortines, el gran elector, optó por López Mateos, más allá de su cercanía personal con Flores Muñoz.

La lección es muy relevante para el presente porque nadie duda que López Obrador será el gran elector del candidato o candidata de Morena, como por analogía lo eran los presidente­s priistas.

Pero, como hizo Ruiz Cortines, a la hora de la hora, los criterios que va a usar AMLO para elegir, no se cifrarán solo en la cercanía personal.

Para las elecciones de 1958 era irrelevant­e quién fuera el designado. Cualquiera hubiera ganado las elecciones con amplia mayoría.

Hoy las cosas pueden ser diferentes.

La elección de López Obrador puede ser muy diferente, dependiend­o de cuál sea el entorno político. Si hubiera una oposición dividida, AMLO –con la seguridad del triunfo– optaría por quien le convenga más a él.

Si hubiera un candidato opositor sólido, entonces tendría que considerar a quien tuviera más capacidad de conseguir votos, al margen de la cercanía. Hasta donde se sabe, Ruiz Cortines no explicó con detalle la razones que lo hicieron preferir a López Mateos sobre su amigo Flores Muñoz.

Pero, se puede inferir que pensó que las circunstan­cias políticas y económicas de México convertían a López Mateos en una mejor opción.

Hoy, López Obrador deberá poner sobre la balanza muchas otras cosas, pues la selección del candidato o candidata no significa (como en los tiempos de Ruiz Cortines) que el elegido se convierta en el siguiente presidente.

Los factores que pondrá sobre la mesa serán, entre otros, la garantía del triunfo en las elecciones; la posibilida­d de que se le dé continuida­d a su proyecto de país; la protección legal y política para él y para sus allegados; la circunstan­cia del mundo, entre otros factores. Pero, como Ruiz Cortines, tenga la certeza de que AMLO no tendrá ningún empacho para decir: “perdimos pollo”… o “perdimos pollita”.

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