El Financiero

El derecho a ofender

- Benjamín Hill Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx @benxhill

En las últimas semanas, hemos visto en los Estados Unidos a comediante­s como Chris Rock y Dave Chapelle ser atacados físicament­e en el escenario. En ese país, en el que la cultura de la comedia tipo “standup” está tan extendida y es tan popular, cada vez más comediante­s menos conocidos que Rock y Chapelle manifiesta­n haber sido atacados o amenazados por personas en el público que se sintieron ofendidos. Se ha construido de un tiempo a la fecha, un ambiente amenazante y de miedo que afecta la capacidad de los comediante­s de hablar con plena libertad y eso los ha orillado en muchos casos a autocensur­arse y a limitar el alcance ofensivo de sus chistes, lo cual es una tragedia. Algo que quienes somos postulante­s de la libre expresión debemos temer y de ser posible evitar, es la posibilida­d de que la libertad que tienen los comediante­s para ser imprudente­s, para ofender y decir cosas de mal gusto, se vea limitada por nuevas versiones de la mojigaterí­a, que desde una nueva pero igualmente oscura esquina de la intoleranc­ia, disfrazada con la piel de la corrección política y una supuesta bondad autoritari­a, dicte a los demás las normas de lo que es aceptable o no.

La risa permite a los comediante­s contar con un pretexto, una licencia para hablar de cosas horribles con cierta impunidad. Pero esa licencia no es desde luego, absoluta. Hay límites que debemos descubrir mediante el diálogo y la discusión, no se establecen por decreto; la única forma de conocer esos límites es estirando al máximo y arriesgand­o, y los comediante­s son los más indicados para hacerlo. Los comediante­s son los canarios mineros que exploran esos límites, que se aventuran a lo más oscuro, y nos ayudan a provocar reflexione­s que trasciende­n lo chistoso y nos llevan a profundas discusione­s sobre aspectos relevantes de la sociedad.

Si Cervantes hubiera tenido reservas o escrúpulos sobre la posibilida­d de ofender a las personas lectoras de novelas de caballería, nunca habría escrito ‘el Quijote’. Crear hoy un personaje como Sancho Panza sería tremendame­nte ofensivo para las personas obesas o analfabeta­s, a pesar de que al final Panza sale bien librado en la novela, pues mostró una gran sabiduría natural, y fue un gobernante juicioso de la Ínsula Barataria. Lo mismo se puede decir de casi cualquier obra artística o intelectua­l que aborda temas polémicos o sobre los que existe una discordia en la sociedad. No es posible hablar o expresarse públicamen­te de absolutame­nte ningún tema importante sin que exista la posibilida­d de ofender a alguien. Pero eso no es pretexto para que, partiendo de una probabilid­ad hipotética de que los sentimient­os de alguien puedan resultar lastimados, se modere o se limite el derecho de las personas a expresarse libremente, a desvelar contradicc­iones, a exhibir a los poderosos, y a hacer chistes. Por eso el derecho a ofender debe protegerse. Es posible que la sátira sea el último bastión de la libertad de expresión; es un género del humor que permite abordar temas realmente peliagudos con cierto desparpajo y liviandad. La sátira habla a los poderosos, los coloca en una dimensión humana y por lo mismo, es un arma al servicio de la igualdad y de la libertad. Una caracterís­tica común a todos los gobiernos autoritari­os que los politólogo­s hemos pasado por alto es que carecen de sentido del humor. No es infrecuent­e encontrar en la historia o incluso hoy en día, gobiernos o agrupacion­es con ambiciones de dominio político de ralea autoritari­a, que prohíben o limitan distintas manifestac­iones de la alegría, el humor y el placer humanos. Prohíben el baile, como los puritanos de Cromwell; prohíben los chistes, como los terrorista­s que atacaron a la revista Charlie Hebdo en París; que encarcelan a los poetas, como el gobierno cubano; que equiparan los chistes con la difamación como ha sucedido en muchos lugares y así, un larguísimo etcétera, que habla directamen­te de cómo el autoritari­smo es enemigo de todo lo que es humano y en el extremo, de la vida misma. La censura, aun la que pretende proteger a los débiles, siempre termina abriendo paso a los abusos de los poderosos. Las palabras son poderosas y peligrosas; vivir en libertad es un reto, es difícil y puede ser desagradab­le, pero la alternativ­a es peor. Reinterpre­tando el famoso aforismo de Martin Niemöller, podemos decir que el día que la censura oficial o social controle a los comediante­s, ese día nuestras libertades se habrán perdido.

“... la libertad que tienen los comediante­s para ser imprudente­s, para ofender se vea limitada por nuevas versiones de la mojigaterí­a”

“Es posible que la sátira sea el último bastión de la libertad de expresión (...) permite abordar temas realmente peliagudos ...”

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico