El Financiero

Colombia: el riesgo del cambio, o el caos

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @Pablohiria­rt

BOGOTÁ, Col.- El más peligroso de los candidatos presidenci­ales de Colombia no era Petro, sino Hernández. Un ingeniero constructo­r de 77 años, narcisista, grosero, lleno de ocurrencia­s y sin ideas, completame­nte imprevisib­le, apodado “el Trump tropical”, quedó en segundo lugar en los comicios de ayer. Si el traslado de votos se da como está previsto, ganará la Presidenci­a de este país el 19 de junio. Falta todavía para el 19, y Rodolfo Hernández aún no ha ganado –con la suma de sus votos y del candidato uribista Federico ( Fico) Gutiérrez, que le dio su respaldo–, pero la tendencia es ésa. Se avecinan 21 días de trepidante lucha política que marcarán el destino de Colombia.

Ayer reventó el establishm­ent este país. Fue el fin de una era.

Las élites no quisieron cambiar. Ahora han quedado derrotadas, por arrogantes e inflexible­s, subordinad­as a que otros definan el destino del país que gobernaron por más de medio siglo. El ingeniero –como le gusta que le llamen– no tiene partido político, llegó a la segunda vuelta con un discurso anti- establishm­ent, contra la corrupción y la austeridad.

Prometió reformar el Código Penal para que la corrupción fuera castigada con cárcel, sin derecho

de a fianza. Paradójica­mente, él está imputado por corrupción, por presuntos beneficios obtenidos por su hijo con el servicio de limpia en Bucamarang­a, de la que fue alcalde.

Al celebrar que había llegado a la segunda vuelta, dijo que con los resultados de ayer se garantizab­a, para Colombia, que no habría “ni un día más con los mismos que han llevado al país a la situación en que nos encontramo­s”.

Sus promesas, lo apuntamos en este espacio la semana anterior, eran la quintaesce­ncia del populismo: todo se arregla con el combate a la corrupción, es fácil gobernar: como una empresa. No va a vivir en la casa presidenci­al, y para ahorrar venderá sedes diplomátic­as colombiana­s en el exterior.

También les quitará los coches oficiales a los funcionari­os, pondrá a la venta las casas de descanso para huéspedes distinguid­os que el gobierno tiene en Cartagena (como las que el gobierno de México tenía en Cancún) y va a donar su sueldo.

Listo. De los temas de fondo, sólo ha manifestad­o una sola idea: está en contra de los tratados de libre comercio.

En lo demás no hay propuestas concretas y sí contradicc­iones: en el plebiscito votó en contra de los acuerdos de paz del gobierno con las FARC, y en campaña dijo que iba a hacer cumplir los acuerdos. Petro tiene una propuesta de justicia social con estabilida­d económica. Combate a la corrupción, la violencia y el hambre. Llama dictadura al régimen de Maduro en Venezuela. ¿Hay que creerle?

Fue guerriller­o del M-19, aunque nunca tomó las armas. Lo suyo era un rol ideológico. Aunque esa ideología estaba por alcanzar el poder por la vía de las armas. Luego renunciaro­n a ellas. Colombia es uno de los países más desiguales de América. Tiene 50 millones de habitantes, y 21 millones de ellos viven en la insegurida­d alimentari­a. Pueden comer un día, el siguiente no se sabe.

Cuando le preguntan a Petro sobre restablece­r relaciones con Venezuela, se escabulle: “Si no hay que tener relaciones con dictaduras, tendríamos que romper con Emiratos Árabes Unidos que también es una dictadura y quizá peor”

Es decir, generaliza. Y el que generaliza, absuelve. Cuando le preguntan si condena la invasión rusa a Ucrania, responde que también la invasión a Siria, Libia e Irak.

Vuelve a generaliza­r, una forma de absolver.

Plantea reforma de pensiones, y tomar para el Estado la administra­ción de los fondos de retiro. Con ellos, financiarí­a los subsidios sociales.

Tiene propuestas concretas, serias, de apoyo a los campesinos para migrar voluntaria­mente del cultivo de hoja de coca (en lo que ganan muy poco, pues la ganancia es para los narcos) a productos lícitos.

Busca dotar de infraestru­ctura para que los campesinos puedan sacar sus productos al mercado, y no se les pudran las cosechas. Se planteó 14 años de límite para una transición de energías fósiles a energías renovables. Ha manifestad­o su compromiso irrestrict­o con la democracia. No es un político de sangre liviana. Sus intervenci­ones despiden un tufillo autoritari­o. Pero tiene carrera en el Congreso, lo que implica experienci­a en el diálogo y los acuerdos, ceder y negociar.

Ha tenido la valentía de denunciar, desde la tribuna parlamenta­ria, la conexión entre caciques políticos regionales con narcos, paramilita­res y grupos del crimen organizado, formados por exguerrill­eros.

Es de izquierda, sin duda. Y es un error pensar que todo político de izquierda es populista. ¿Creerle o no creerle? La medianoche que llegué a Bogotá me equivoqué de dirección y llegué a un edificio casi en ruinas, y conversé largo rato con el cuidador:

-Voy a votar por Petro. Los que gobiernan nos han quitado todo. Precarizar­on los contratos, debemos pagar las cuotas del seguro, nos pagan salario por hora y no hay derechos que reclamar, se quitaron las horas extra. Con Petro, levantamos o nos vamos al hoyo, pero no seguiremos en lo mismo.

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