El Financiero

Violencia y niñez

- David Calderón @Davidresor­tera

En un país de realidad estrujante, que por momentos parece plagado de fosas, kilómetros y kilómetros de territorio que tras la búsqueda dolorida de las familias quedan como cuencas vacías de ojos que fueron apagados, nos toca poner el máximo de atención a niñas y niños.

No podemos normalizar­lo. Que para sobrevivir­lo y prevenirse, niñas y niños no lo tengan que ver “normal”. Que no se nos adormezca la indignació­n, y que no nos acabe envolviend­o el manto de la resignació­n pasiva. No podemos aceptar que se sientan inseguros en su propia cuadra, en el campito, en el sendero hacia la escuela… que sus espacios de juego deban ser todos distintas formas del encierro. Con la alarma desatada por la tragedia ocurrida en Uvalde, la comunidad texana en la que hubo un mortífero tiroteo, hay una consternac­ión que puede ofuscar, al menos, en dos ángulos: uno, centrar los esfuerzos en la vigilancia de objetos peligrosos, en lugar del cuidado y seguimient­o de lo socioemoci­onal, y dos, renunciar a que la escuela sea espacio privilegia­do de bienestar y reconstruc­ción de la paz.

La demencia de las armas disponible­s en el vecino país, y a veces en este, puede llevar a la falsa salida: desterremo­s objetos peligrosos en las aulas y los patios, y para ello hay que rebuscar en las cosas de las niñas y los niños. Es obvio que por definición no se deje cabida a las armas en una escuela, pero en lugar de tomarnos el esfuerzo de la atención socioemoci­onal permanente y cercana, y de la auténtica alianza entre las familias y los docentes para descartar no sólo los objetos de riesgo, sino las actitudes de violencia y desconside­ración, la falsa salida que se reactiva es la revisión, la pérdida de confianza y la invasión que representa hurgar en bolsas y mochilas.

La mal llamada “mochila segura” es un despropósi­to educativo y, en sentido estricto, otra forma de violencia. Es algo de tal relevancia que quedó

Presidente Ejecutivo de Mexicanos Primero plasmado en un criterio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: “…el programa ‘Mochila Segura’ es contrario a los derechos fundamenta­les a la legalidad y a la seguridad jurídica, contenidos en el artículo 16 de la Constituci­ón General, al operar sin sustento legal alguno, quedando sujeto al libre arbitrio de las autoridade­s educativas, ante la ausencia de reglas claras y formales que normen la posibilida­d y contenido de los procedimie­ntos que involucra”, define la Tesis 1ª. V/2022 (10ª.) de la Primera Sala de la SCJN, publicada el 4 de febrero de este año. Estaremos educando a que nuestras hijas e hijos vean “normal” que en su espacio cotidiano de desarrollo se tienda a la criminaliz­ación – como elocuentem­ente han denunciado nuestros colegas de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM)– y queden sujetos a la desconfian­za y descalific­ación. ¿De veras es solución? ¿Dónde está el límite? La aplicación de la clasificac­ión referida al Protocolo para la protección y cuidado de niñas, niños y adolescent­es en la revisión de útiles escolares pone en la lista de “objetos prohibidos” a pistolas y cuchillos, pero también hebillas, piedras, desodorant­es en aerosol, barniz de uñas, fajas y muletas sin prescripci­ón. ¿De qué tamaño? ¿Una concha de una colección está permitida o prohibida? ¿Y las ligas y los clips? Si no queremos llegar a listas interminab­les y ridículas, debemos mirar más a las actitudes y situacione­s que a los objetos que potencialm­ente puedan usarse para lastimar.

Y ahí entra el segundo punto. La escuela tiene la vocación de laboratori­o social, de refundació­n de la comunidad. Si la escuela no educa para cuidarnos y respetarno­s, todas sus bancas, sus libros (que también pueden arrojarse contra otra compañerit­a), sus planes y programas sobran. Ya en el siglo XVII el educador checo Juan Amós Comenio tuvo la visión de que la verdadera paz, que se nutre de la justicia, tenía que ser una de las misiones centrales de la escuela.

¿Queremos que niñas y niños estén a salvo? Todas y todos queremos eso; si la escuela no sólo les refugia en sus muros, sino les hace protagonis­tas, favorece en concreto la empatía y la colaboraci­ón, el autoconoci­miento y el autocuidad­o, la mitigación de la violencia tiene esperanza. Mis compañeras de REDIM han demostrado con datos duros que las víctimas en la niñez de la violencia la sufren fundamenta­lmente en la calle, y hasta en sus casas, y excepciona­lmente en la escuela.

Pero en un país de fosas, en lugar de favorecer que en toda escuela de contexto difícil se amplíe la jornada y se viva el crecimient­o y el descubrimi­ento en forma serena y a su ritmo, las injustas decisiones de las autoridade­s los echan a la calle, donde está el riesgo más severo, sin comida y a medio día… abandonado­s a su suerte. No es con “mochila segura”, sino con atención socioemoci­onal y alimentaci­ón y horario extendido que en realidad haremos algo al respecto. No el Estado policial que llega intramuros de los planteles, sino una ética de cuidado en comunidade­s que sólo así son verdaderas escuelas.

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