Patanes al poder
necesite cada vez menos del calor y contacto humano. Probablemente por eso, por el desconocimiento colectivo, porque duramos lo que dura un tuit, porque nuestra personalidad cabe en un Tiktok o porque en el fondo toda nuestra vida es una simulación arreglada por filtros – como si fuera Instagram–, tal vez por eso es posible poder elegir gobernantes que nunca dieron la cara, pero que lo que sí vieron fueron los ataques a periodistas que les hacían preguntas inconvenientes.
Rodolfo Hernández no es una anécdota. Donald Trump no fue una anécdota. Los misiles hipersónicos capaces de destruir la mitad del mundo de Vladímir Putin tampoco son una anécdota. La victoria del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, quien tiene una estrecha relación con el mandatario ruso –quien no tiene más que una aparente e insaciable hambre de poder y superioridad–, no son una anécdota. Todas son cosas que están sucediendo de verdad. Son las consecuencias y el reflejo de una manera de vivir en la que la realidad superó a la ficción. En este momento no hay ficción en la que quepa tanta mediocre realidad ni tan patanesca propuesta.
Si había un mundo en el que se podía dibujar un panorama distinto y en el que las Américas no fueran una preocupación más para Estados Unidos, con los últimos hechos ha quedado claro que esto no será posible. Hoy no sólo Estados Unidos no puede enfocarse únicamente en sus problemas internos, sino que además tiene que lidiar con las reclamaciones y posturas que algunos países están adoptando con tal de que sean invitados a la tan controversial Cumbre de las Américas.
Imaginen una gran reunión de la América con hambre, con una sed de justicia social y con necesidades de ajustes, pero eso sí, una América uniformada, militarizada y en una apoteosis del triunfo de unos contra otros. Una reunión en la que sucesivamente tomaran la palabra los Andrés Manuel López Obrador, los Nicolás Maduro, los Alberto Fernández, los Gustavo Petro y con la participación del último en llegar a la tribu, que es Miguel Díaz-canel.
Que nadie pregunte qué es lo que quieren hacer con los países y sus sociedades. Que nadie se cuestione qué plan o programa tienen pensado implementar para sacar de la pobreza a sus pueblos. Que nadie pregunte cómo ellos entienden el siglo 21. Lo entienden como un juego de restas más que de sumas. Mientras que en el otro lado está la desgracia suprema que significa el hecho de que, hoy por hoy –salvo que nazca una nueva generación de hombres de Estado que hayan leído algo más que Wikipedia y que conozcan la historia de las Américas–, la realidad es que Estados Unidos ni está ni se le espera.
Gane quien gane y pase lo que pase, el mundo está en crisis. Las estructuras políticas y los modelos casi de todo tipo simplemente han fracasado. Lo único que las estructuras políticas pueden producir son grandes movimientos que atentan contra ellas mismas, ya que quienes las lideran les fallaron a quienes les pagaban y a quienes los eligieron por hacer su trabajo y gobernar de buena manera. Y ahora, con todo este fracaso de las estructuras que han regido al mundo por más de un siglo, lo que surge es la epidemia de los patanes.