El Financiero

No eres tú...

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Sucedió lo que muchos temían. La IX Cumbre de las Américas concluyó sin avances sustancial­es. El vínculo entre Estados Unidos y el resto del continente seguirá tan estancado como un noviazgo que no se rompe, pero tampoco se resuelve en un enlace matrimonia­l. Después del desprecio por la región que mostró Donald Trump, visitándol­a sólo en una ocasión, se esperaba que con Joe Biden las cosas serían muy diferentes. Como enviado de Obama, estuvo muchas veces en los países más importante­s y se compenetró en sus preocupaci­ones y proyectos. Su estilo no confrontat­ivo auguraba buenos entendimie­ntos. Biden pudo haberle dado continuida­d a la iniciativa América Crece, que enfatiza el desarrollo con sostenibil­idad y equidad. Era una política que tenía cierto apoyo bipartidis­ta y ya estaba estructura­da dentro de la Corporació­n para el Financiami­ento del Desarrollo (DFC), el Banco de Exportacio­nes e Importacio­nes (Eximbank) y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacio­nal (USAID). No sustituyó a ese esfuerzo con un plan específico para el hemisferio.

No somos capaces de sostener una postura que vea al futuro y que nos permita asociarnos

En el Build Back Better World (B3W), el compendio de buenas intencione­s que presentó en Europa el año pasado, añadió algunas promesas indefinida­s para la región.

Previo a la cumbre, envió a algunos funcionari­os a hacer un listening tour. Por lo visto no escucharon mucho o no comprendie­ron lo que les dijeron. La agenda de la reunión incluyó los asuntos de siempre para ellos, pero muy pocas de las inquietude­s de sus vecinos del sur.

La iniciativa que se lanzó, llamada Sociedad de las Américas para la Prosperida­d Económica (APEPI) cubre todos los temas, pero tiene pocas propuestas viables. Nos sigue viendo como un montón de problemas (migración, narcotráfi­co, corrupción) y no como un posible socio. No refleja una nueva visión ni es un reset en la relación. Es, a lo más, una invitación a discutir. Ni siquiera planteó algo para frenar la creciente influencia de China en la región, que tanto les obsesiona. Mientras el gigante asiático ha concedido (desde 2005) 137 mil millones en préstamos soberanos y ha aumentado sus inversione­s en infraestru­ctura y telecomuni­caciones, la Casa Blanca hace muy poco para refinancia­r al Banco Interameri­cano de Desarrollo y anuncia inversione­s inciertas, sujetas a condicione­s complejas y trámites engorrosos. Un diplomátic­o sudamerica­no comparó a los estadounid­enses con los misioneros católicos: predican una moral estricta, con muchas reglas y te dicen que constantem­ente estás en peligro de condenarte. En cambio, los chinos son como los mormones: tocan a la puerta un par de jóvenes con impecable camisa blanca, que te hablan de Dios sin juzgarte y te preguntan en qué te pueden ayudar.

… SOY YO

Históricam­ente, las naciones de Latinoamér­ica y el Caribe han sido incapaces de sacar adelante sucesivos intentos de integració­n económica o de alianzas políticas. Sus patrones de votación en la OEA o en la ONU nunca han sido coherentes.

El régimen presidenci­alista nos dificulta entender el papel del Congreso en la Unión Americana. Creemos que los presidente­s de allá pueden ser tan voluntario­sos como los nuestros. Dada nuestra poca institucio­nalización, también se nos complica el trato con las agencias y dependenci­as en Washington.

El presidenci­alismo provoca que la política exterior de nuestros países sea personalis­ta, de corto plazo, alineada a los ciclos electorale­s y, por lo tanto, cambiante. Da bandazos que reflejan las luchas internas por el poder y no necesariam­ente diferencia­s ideológica­s. Va de Violeta Chamorro a Daniel Ortega; de Carlos Menem a Cristina Fernández. Son excepcione­s las naciones que tienen un servicio exterior profesiona­l y alguna continuida­d en su conducción internacio­nal (Brasil, Colombia, Chile, Uruguay, Costa Rica y México). Ejemplos de lo opuesto son Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador y los tres del Triángulo del Norte centroamer­icano. Típicament­e, estos últimos no llegaron a la cumbre, cada uno por diferentes razones. Lo cierto es que dejamos pasar otra oportunida­d. Se puede argumentar que los acontecimi­entos han rebasado a nuestras élites políticas y difícilmen­te se hubieran podido poner de acuerdo para llegar a Los Ángeles con una plataforma común. Pero al menos podrían haber llevado posicionam­ientos claros sobre las políticas migratoria­s o tópicos urgentes, como la vacunación.

En suma, nos seguimos quejando de la asimetría, la dependenci­a y los agravios del pasado, pero no somos capaces de sostener una postura compartida que vea al futuro y que nos permita asociarnos productiva­mente con el coloso del norte.

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