El Financiero

Prensa vencida

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx Agencias

Esta semana se cumplen 50 años de que estalló el escándalo Watergate. Un domingo por la mañana, un grupo de intrusos fue sorprendid­o en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata. Estaba instalando micrófonos ocultos y fotografia­ndo documentos de la campaña presidenci­al de George Mcgovern.

Dos jóvenes reporteros del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, empezaron a seguir la indagación judicial y, a pesar de que otros medios perdieron interés en el caso, ellos fueron revelando qué estaba detrás de esa operación de espionaje, hasta llegar al mismo presidente. La indignació­n de la opinión pública obligó al Congreso a crear una comisión especial y, ante la inminencia de su desafuero, Richard Nixon renunció.

Aunque fue perdonado por su sucesor, la gente quedó con la impresión de que los legislador­es y los jueces lograron hacer imperar la ley y de que la prensa había cumplido con su función de vigilar al gobierno. La encuesta Gallup mostró entonces que 72% de la población confiaba en la prensa. La película “Todos los hombres del presidente” (con Robert Redford y Dustin Hoffman) volvió figuras públicas a los reporteros de investigac­ión. Con el deseo de emularlos, miles de muchachos llenos de idealismo se inscribier­on en las escuelas de periodismo. Los periódicos elevaron los sueldos y le dieron amplia libertad a sus reporteros para continuar durante meses con historias que podían revelar abusos de poder.

De entonces para acá, la confianza en la prensa se esfumó. Apenas 36% le concede credibilid­ad. ¿Qué pasó?

Por una parte, los políticos buscaron ablandar o de plano corromper a los periodista­s. Después de ver cómo Gerald Ford y Jimmy Carter fueron inmiseletr­ero ricordemen­te exhibidos en su ineptitud en las páginas de los diarios, los siguientes presidente­s trataron de amistarse con la fuente presidenci­al. Ronald Reagan era el primero en felicitarl­os el día de su cumpleaños. George H.W. Bush se aseguraba de que los alimentara­n bien durante los vuelos en el avión presidenci­al. Bill Clinton se pasaba horas platicando con ellos de temas intrascend­entes. George W. Bush los invitaba el fin de semana a su rancho. Barak Obama los llevaba a jugar basquetbol. Aunque alguno consiguió un puesto público o un contrato para un familiar, la mayoría de los asignados a la Casa Blanca rechazó esos gestos como ofensas a su sentido de independen­cia, supo guardar su distancia y se negó a convertirs­e en propagandi­sta de la administra­ción en turno.

Por ejemplo, cuando George W. Bush ordenó que, en una mampara detrás de la tribuna de sus actos públicos, se pusiera un con frases que sintetizar­an el mensaje principal de su discurso (“empleos y oportunida­des”, “reducción de impuestos”), los fotógrafos no se fueron con la finta. Al día siguiente no salía en primera plana el mandatario con el eslogan atrás de él, sino una foto en contrapica­da en la que sólo se veía el rostro del orador. En su afán de controlar el mensaje, Bush instruyó a que entonces llenaran la mampara con la misma frase, pero ahora repetida muchas veces en un tipo de letra más chica. Los fotoperiod­istas lo que hicieron fue enfocar la cara del presidente para que se viera borroso el fondo.

TODO CAMBIÓ

Llegó primero la televisión por cable. Para competir con los canales tradiciona­les, eliminó a los conductore­s y volvió protagonis­tas a los reporteros (en programas como “Crossfire” de CNN). En lugar de narrar investigac­iones, lo que hacen es dar opiniones. En vez de datos y hechos, puros adjetivos. Los supuestos reporteros de Fox News son de plano militantes.

Los programas de entrevista­s (talk shows, tipo Oprah Winfrey) dieron lugar a una cultura confesiona­l, en la que detalles de la vida personal de los políticos se tornaron más importante­s que su desempeño. Como la gran “investigac­ión” para descubrir el tratamient­o de bótox que se hizo John Kerry para borrarse las arrugas de la frente.

Las redes sociales acostumbra­ron a las nuevas generacion­es a buscar las fuentes que coinciden con sus puntos de vista y refuerzan sus preferenci­as (sesgo de confirmaci­ón). Eso aceleró la polarizaci­ón y puso a los medios tradiciona­les a competir contra un surtidor incansable de mentiras y teorías conspirati­vas. Sin ciudadanos educados y críticos –que ante la proliferac­ión de oportunida­des de informarse, escogen los medios más objetivos e imparciale­s– el periodismo de investigac­ión, riguroso y profesiona­l está desapareci­endo.

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CUERPOS de soldados, tanto de Rusia como de Ucrania, fueron intercambi­ados para ser enterrados.

es tan constante que muchos ciudadanos hasta han dejado de prestarle atención, una parte de la ciudad se aferra a la normalidad, pese a que las columnas de humo que se divisan a lo lejos son una advertenci­a de las intencione­s de Rusia.

Sin embargo, los ataques desplegaro­n una cortina de fuego a través de varias zonas del este de Ucrania, donde los focos de resistenci­a están privando a Moscú del control militar total de la región, casi cuatro meses después de la invasión. “Hoy, todo lo que puede arder está en llamas”, dijo Serhiy Haidai, gobernador de Lugansk.

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