Colombia, la esperanza venció al miedo
Colombia venció al miedo y, a juzgar por las imágenes de alegría que vimos en las calles y plazas de esa hermana nación, lo hizo con la poderosa alegría que caracteriza a nuestros pueblos en las horas decisivas de su historia. La guerra sucia contra el candidato progresista, que no estuvo exenta de agresiones directas contra sus simpatizantes, no fue suficiente para detener la determinación de un pueblo decidido a tomar las riendas de su destino, como ha sucedido ya en otros países de América Latina. Del otro lado de la acera, tenemos a una derecha carente de propuestas para enfrentar los problemas de la región: la desigualdad, la pobreza y la violencia que empujan a millones a emigrar, la violencia derivada de un modelo depredador.
A falta de proyecto –porque el fomento del odio y la negativa al cambio no son un proyecto– los sectores más atrasados de la derecha reviven el discurso de la Guerra Fría y alertan, tras el histórico triunfo de Gustavo Petro, sobre la amenaza de una supuesta ola roja. Trasnochada, carente de ideas propias, la derecha latinoamericana se ve reflejada en los discursos extraviados de sus pares estadounidenses que, como el gobernador de Florida, Ron Desantis, hablan de un “asalto al poder” –que sólo ocurre cuando la derecha pierde, claro– y la “expansión del marxismo”.
Petro y su notable compañera de fórmula, Francia Márquez, lograron la votación más alta en la historia electoral colombiana (más de 11 millones de sufragios, que representan poco más de la mitad de los emitidos). Un dato destacable es que fueron nuevos electores quienes le dieron el triunfo, es decir, personas que no solían acudir a las urnas, los excluidos de siempre. Por eso algunos han llamado a este proceso “la rebelión de los nadies”.
Petro se impuso a un candidato neofascista, Rodolfo Hernández, que recibió el respaldo de las elites racistas y clasistas de su país, siempre aliadas obedientes de la fallida lucha contra el narcotráfico diseñada en Washington.
La alegría estalló en las plazas y los hogares. Millones de colombianos festejaron una victoria que se venía fraguando desde la insurrección popular de 2019, misma que encontró un cauce electoral en la candidatura de Petro.
Ganada la presidencia, sin embargo, comienza la dura tarea de la reconciliación de un país que durante décadas ha estado sumido en violencias de distinto origen.
Las banderas de justicia social y de respeto a los derechos humanos serán seguramente puestas bajo el fuego de la guerra sucia por los poderes fácticos, empeñados en mantener sus privilegios y preservar un modelo que está basado en la expoliación de los recursos naturales y la negación de derechos a las mayorías.
Vivimos un momento histórico en América Latina. El mapa regional vira nuevamente hacia gobiernos progresistas. Cada país tiene sus particularidades, sus coyunturas propias. Pero en esta hora se ha dado la feliz coincidencia que permite hablar de una nueva oleada progresista latinoamericana.
Este hecho alienta no sólo el sueño de la Patria Grande latinoamericana sino, en términos realistas, las oportunidades de fortalecer los distintos mecanismos de colaboración que, como la Celac, fortalecen a los países de la región frente a los gigantes de la geopolítica.
Con la victoria de Petro, avanzamos hacia una América Latina más democrática, más equitativa y también más comprometida con la defensa del medio ambiente.
Un motivo adicional de alegría es el hecho de que Petro haya tenido como compañera de fórmula a una mujer afrodescendiente, Francia Márquez, la nueva vicepresidenta de Colombia. Con ella en el gobierno, es seguro que habrá un impulso decidido a políticas públicas transversales, que contribuirán a sumar al desarrollo a sectores históricamente excluidos y oprimidos.
En suma, muy buenas noticias para Colombia que lo son también para la región entera, pues el triunfo de Petro y Márquez abre la puerta al fortalecimiento de una agenda latinoamericana que tenga en el centro el bienestar de las mayorías.