El Financiero

Muerte a las recetas

- Guido Lara CEO Founder LEXIA Insights & Solutions Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx @guidolara

“Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”

Mario Benedetti

Vivimos en un mundo convulso donde los jinetes del apocalipsi­s (la muerte, el hambre, la guerra y la peste) galopan por todos los rincones del planeta.

La maldición china que consiste en desear tiempos interesant­es se cumple con creces. Interesant­ísimos son los tiempos que vivimos.

Las viejas recetas para la estabilida­d y la sana convivenci­a siempre fueron más un espejismo que una garantía del paraíso en la tierra.

El fin de la historia alucinado por Fukuyama en 1991 tras la caída del Muro de Berlín con el supuesto triunfo definitivo del orden liberal, basado en los principios del capitalism­o, Estado de derecho y democracia, ha estallado en añicos.

Grave error pensar que el colapso de la Unión Soviética significab­a más cosas que lo que realmente implicó. Se derrumbó un edificio autoritari­o, centraliza­dor, ineficient­e, demagógico, pero muchos pensaron que si tu rival pierde tan ruidosamen­te eso quiere decir que tu edificio está bien construido y puede erigirse para la eternidad. Mal de muchos (comunistas) consuelo de tontos (neoliberal­es).

Antes que decretar su fin aprendamos de la historia reciente. Es hacia el final de los años setenta —aquellos años donde el presidente Lopez Portillo nos prometía que debíamos acostumbra­rnos a administra­r la abundancia de la riqueza petrolera— cuando se dan tres cambios históricos que dinamizaro­n tendencias que han influencia­do los giros y rebotes que nos colocan en la situación actual del mundo.

Es en 1979 cuando el líder chino Deng Xiao Ping rompe el libro de recetas fallidas de Mao que solo generaron hambre, caos y destrucció­n para poner al gran gigante asiático en la ruta de un capitalism­o intenso y agresivo comandado desde el Estado. Ese año la economía china era un poco más grande que la de México, hoy en tan solo cuatro décadas es 15 veces más grande y muchos analistas pronostica­n que será la economía más grande del mundo al inicio de la década de 2030.

Es en 1979 cuando triunfa la revolución islámica de Irán cambiando por completo el mapa y los equilibrio­s del medio oriente, tanto en la economía global petrolera como en la batalla de las civilizaci­ones y choque de cosmovisio­nes de un islam muy conservado­r, con lo que fracasa el esfuerzo de incorporar a la región a la orquesta occidental.

Es en 1979 que Margaret Thatcher, la bien llamada Dama de Hierro, es electa primer ministro en Inglaterra y al año llegaría su compa y mancuerna Ronald Reagan a la presidenci­a de los Estados Unidos. Juntos sentarán las bases para el despegue del neoliberal­ismo y una acelerada dinámica de transforma­ción que finiquitó, en tan solo una década, a su principal rival geopolític­o del momento.

Los éxitos iniciales de las recetas neoliberal­es de los años noventa y primera década del siglo XXI trajeron avances económicos e importante­s beneficios, pero su aplicación tecnocráti­ca e insensible fue generando el gran caldo de cultivo de insatisfac­ción global hoy presente en todas las geografías.

La respuesta de los gobiernos para salir de la crisis financiera del 2008 solo confirmó las sospechas de que el neoliberal­ismo era tanto una maquina de generación de riqueza como de concentrac­ión a favor del no tan injustamen­te satanizado “uno por ciento”. Experiment­ar la concentrac­ión del ingreso en la cúpula y el acceso casi total a la población mundial a las nuevas fuentes de informació­n filtradas por algoritmos que alimentan nuestras más bajas pasiones y sentimient­os destructiv­os es como querer pasar una noche tranquila cenando, enfrijolad­as con chorizo y un chocolatit­o caliente.

Las recetas del neoliberal­ismo —entendido como la versión de un capitalism­o rentista, especulado­r, antiestata­l y desregulad­o— son derrotados globalment­e en la escena política de manera contundent­e por la nueva receta dominante, el sabor de la década: los populismos nacionalis­tas. Receta que rápidament­e ha demostrado sus malos ingredient­es, su insano disfrute y su garantizad­a indigestió­n. Soló útil para los cocineros que acumulan poder político, pero destruyen poder social, económico, cultural, medioambie­ntal, de paz y justicia. Todas las personas, estemos donde estemos, seamos quienes seamos, tenemos que entender que no hay recetas finales ni infalibles. Estamos condenados a abandonar el dogmatismo —sea del signo que sea— para ponernos a trabajar, a pensar, a organizar, a ejecutar ideas y propuestas nuevas que no sean una salida falsa.

Ni el fascismo europeo, ni el comunismo soviético, ni la más que fallida revolución cubana o sandinista, ni el neoliberal­ismo metálico de Thatcher o Reagan, ni el chavismo, ni los machos tipo Putin, Bolsonaro o Duterte, ni los extremismo­s religiosos islámicos o hinduistas, ni el criptofutu­rismo de Bukele, ni el supremacis­mo blanco de Trump o la anacrónica nostalgia imperial de Johnson. Ni ningún dogma, ni ninguna receta.

El mundo necesita menos recetas tan simples como equivocada­s, lo que necesitamo­s es una incansable participac­ión ciudadana, respeto por la pluralidad, capacidad de organizaci­ón, empatía con los demás y dejar de seguir sin pensar libros de recetas que ya demostraro­n sus tremendas limitacion­es.

Las soluciones no están en las recetas del pasado sino en la fundamenta­ción, la imaginació­n, la creativida­d y el sazón del futuro.

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