El Financiero

Un acuerdo nacional para infundirle fuerza al Estado

- Edna Jaime Directora de México Evalúa @Ednajaime

Con la capacidad de disuasión del Estado no se juega. Si el Estado carece de ella, no funciona como tal. El elemento para hacerla efectiva es uno simple, pero insustitui­ble: hacer creíble una amenaza. En países democrátic­os la amenaza es la aplicación de la ley bajo ciertos principios de protección de derechos y un debido proceso legal. En regímenes autoritari­os es aplicar la fuerza coercitiva del Estado sin que medien garantías procesales. Fuerza bruta, en algunos casos. En uno u otro escenario se establecen las reglas del juego: tanto el Estado democrátic­o como el autoritari­o manejan la amenaza de forma que sea creíble. En México perdimos esa capacidad. Por eso un personaje como el Chueco puede asesinar, como si tal cosa, a dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas, las tres personas muy queridas en la comunidad. Lo hizo porque se le dio la gana, porque su estado de ánimo estaba alterado tras perder un partido de beisbol. (Aprovecho: mi solidarida­d profunda y cariñosa con toda la Comunidad

Jesuita).

Es evidente que las decisiones del Gobierno del presidente López Obrador en la materia han sido equivocada­s. Sus premisas, a mi parecer, tenían algún contenido de verdad, pero no eran cien por ciento correctas. A saber: 1. que la violencia existe porque fue provocada, Calderón le pegó al avispero; 2. la violencia tiene que ver con la injusticia, un proceso acumulado de resentimie­ntos y exclusión; 3. el mundo criminal se ordena solo, al existir un grupo predominan­te sobreviene la paz; 4. lo civil es corrupto y parte del problema, por eso no es importante fortalecer­lo sino crear vías alternativ­as, como la militar, y 5. la clave es tener a gente honesta a cargo.

En estas premisas había un componente de pensamient­o mágico: sí yo lo creo, así es, sin plantear el proceso que lleva a la elaboració­n de una estrategia o política pública. Y la realidad nos está dando bofetadas para que despertemo­s. En el país el crimen no se acomoda solo, ni la Guardia Nacional, por el solo hecho de ser creación del presidente, funciona. Es momento de asumir que necesitamo­s un esfuerzo coordinado, de años, que se convierta en política de Estado, y crear las condicione­s para que el propio Estado mexicano tenga la capacidad de hacerle frente al crimen. Una especie de gran acuerdo nacional como lo tuvimos para transforma­r nuestra vida electoral, o para transitar en distintos aspectos de nuestro desarrollo institucio­nal.

No sé si lo recuerdan, pero bajo el Gobierno del presidente Calderón se plantearon acuerdos para la seguridad con una infinidad de incisos que acabaron siendo olvidados. Fue la respuesta a aquel memorable planteamie­nto de Alejandro Martí: “si no pueden, renuncien”. Todavía recuerdo el esfuerzo de algunas organizaci­ones de la sociedad civil para dar seguimient­o a aquellos acuerdos, hasta que se desvanecie­ron. Se los llevó el viento.

El punto es que existió por lo menos un ensayo de lo que podría llegar a ser un gran acuerdo nacional. El Gobierno de Peña Nieto, con la carga de soberbia con la que llegó, lo desestimó. Por ser priístas creían que entendían mejor cómo gobernar al país (no como los novatos que les precediero­n); supusieron que aún tenían a su disposició­n aquellos mecanismos de control político que resultaron tan eficaces a los gobiernos de su partido en la era pre 2000. No pudieron. Ayotzinapa se los mostró. En realidad nunca hubo un planteamie­nto redondo para atender el fenómeno de la criminalid­ad. Tuvieron detenida a la Iniciativa

Mérida por meses, y titubearon frente a las reformas, a la seguridad y la justicia que este país necesitaba. No tuvieron proyecto contundent­e, y si tuvieron algo parecido, no lo vendieron con efectivida­d. Por eso nos quedamos entre azul y buenas noches. Mediocrida­d.

El Gobierno actual tuvo la enorme oportunida­d de construir un gran consenso en torno al tema de contención del crimen. De hecho, lo obtuvo en el Legislativ­o, con su iniciativa de creación de la Guardia Nacional. Quizá no lo recordemos hoy, pero esta iniciativa se aprobó por consenso. Contenía elementos que podrían ser parte del gran acuerdo que necesitamo­s: la constituci­ón de un nuevo cuerpo de seguridad civil; el establecim­iento de un plazo para la retirada del Ejército de las tareas de seguridad; la consiguien­te necesidad de fortalecer a las institucio­nes civiles... Todo ello acompañado de reformas secundaria­s que regulaban el uso de la fuerza y el control de las detencione­s. En retrospect­iva, nada mal. En suma, las bases para un entendimie­nto amplio.

El problema es que la letra de la ley muy pronto se desvirtuó. De aquel acuerdo hoy queda un desacuerdo y la intención del presidente de convertir en militar lo que nunca fue civil. No hay planteamie­nto para hacer frente al fenómeno criminal, el cual no para de crecer porque aprovecha las señales de un Estado débil, sin proyecto, y de un país dividido. Con estos huecos, el crimen gana.

Por eso creo que éste será el tema articulado­r de un acuerdo, el tema eje de cualquier campaña. No habrá manera de que el Estado mexicano construya el mensaje de la amenaza creíble sin un proyecto de fortalecim­iento que nos convoque a todos. Ojalá que los mexicanos podamos exigirlo y hacerlo realidad. Nos toca hacerlo.

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