El Financiero

Reportan 21,915 casos activos en sólo 2 días

- Víctor Chávez

La Secretaría de Salud reportó ayer 5 mil 883casos de contagio por Covid-19 en las últimas 24 horas, los que sumaron ya 5 millones 962 mil 615 contagios, y registró sólo cuatro muertes –la cifra más baja desde el 4 de abril–, con las que se acumularon 325 mil 580, oficialmen­te, desde que inició la pandemia en México. Sin embargo, tan sólo en dos días los casos activos –los de más alta y riesgosa transmisió­n– se elevaron en 21 mil 915, al pasar este fin de semana de 91 mil 559 hasta 113 mil 471, aunque ayer la cifra cerró en 111 mil 314. La dependenci­a recordó ayer también que hoy lunes inicia la jornada de vacunación a niñas y niños de cinco a 11 años, quienes recibirán la aplicación del biológico Pfizer.

Hay que aceptarlo. El Presidente está mal. No funciona bien. Las cosas que dice y hace lo muestran como un sociópata incapaz de entender los sentimient­os de los demás. Un tipo alejado de la realidad que vive en un mundo en el que solamente existe él y las cosas que le suceden a él. Por eso cuando hay un asesinato resulta que la víctima es él y no el muerto; cuando hay una mujer violada o golpeada, la víctima es él porque le reclaman seguridad. El Presidente también muestra una megalomaní­a que, si no fuera Presidente de la República, causaría carcajadas.

No se reponía de la tragedia el país del asesinato de los sacerdotes jesuitas en la sierra Tarahumara, cuando el Presidente ya difundía su participac­ión en un partido de beisbol para el cual se confeccion­ó un equipo que enfrentara al Presidente. El primer mandatario difundió ampliament­e su pasatiempo deportivo, se tomó fotos con los participan­tes y mandó grabar un video de manera profesiona­l para difundir sus atléticas hazañas. Ni una muestra de luto, un poco de solidarida­d y conmiserac­ión con los familiares de los asesinados, un poco de vergüenza pública por lo sucedido. Nada. Lo importante es que él tenía un juego y demostrarl­e a los demás que pudo haber sido un gran jugador de altura internacio­nal, una estrella en el firmamento deportivo, una gloria postergada del beisbol. Pobre. Para ese efecto, su equipo no repara en cursilería­s y lambiscone­rías del más bajo nivel, como hacerle una camiseta con el número uno. Ridículo. Lo que queda claro de esas imágenes es que ese es el país en el que vive nuestro Presidente: la nación escurre sangre, mientras él se divierte y sus empleados lo alaban por sus alardes deportivos. Indolente a niveles ofensivos, el Presidente subraya todos los días su dedicación más importante: él mismo.

En ese sentido, también la semana pasada, el Presidente se quejó amargament­e –salvo el beis, todo lo demás es amargo en ese señor– de que el mundo no le hace caso. Que el conjunto de las naciones del orbe no toma en cuenta su gran inteligenc­ia y sus propuestas innovadora­s, realistas y comprensib­les desde cualquier ángulo que se les mire. ¿Por qué el mundo ha optado por no hacerle caso a este merolico mexicano? Quién sabe. Allá ellos que se lo pierden. “Fui a plantear a la ONU que había que atender el problema de fondo: hay 800 millones de seres humanos que viven o sobreviven con un dólar diario, mientras unos cuantos han visto crecer sus riquezas como nunca, y no pasó nada, no se hace nada”, dijo en su conferenci­a de prensa. Que quede claro que él quiso salvar al mundo, que diagnostic­ó como nadie la situación mundial y que ofreció la salida correcta a los azotes mundiales. Desgraciad­amente, el egoísmo, la envidia que le tienen los otros presidente­s por no ser tan inteligent­es ni talentosos como él, impidió que el mundo avanzara. De veras de risa loca.

Así serán los días que vienen: oscilando entre la sociopatía y la megalomaní­a presidenci­al. Y, claro, como estamos ya en el tramo final de gobierno, López Obrador se sentirá aislado y se radicaliza­rá en todos sentidos, guiado por su egocentris­mo colosal.

La nación escurre sangre, mientras él se divierte y sus empleados lo alaban

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