El Financiero

Jalisco: exterminio criminal, desaparici­ones y complicida­d

- Eduardo Guerrero Gutiérrez @laloguerre­ro

Desde hace algún tiempo se advierte un creciente malestar en el occidente del país. El 10 de mayo, Día de las Madres, colectivos de familiares de desapareci­dos salieron a las calles de Guadalajar­a. ¡Este día no es de fiesta, es de lucha, es de protesta! Se trataba del comprensib­le reclamo de quienes no encuentran a una hija o un hijo. Las movilizaci­ones por desaparici­ones han continuado desde entonces. Entre otros casos, en mayo se supo de la desaparici­ón de dos ambientali­stas en Cuautitlán de García Barragán (quienes afortunada­mente fueron encontrado­s con vida), y algunas decenas de manifestan­tes paralizaro­n el tránsito en Zapopan ante la desaparici­ón de un menor de 17 años. Finalmente, la semana pasada dos noticias confirmaro­n la severidad de la crisis. El miércoles se reportó un enfrentami­ento en una colonia de El Salto, al sur de la Zona Metropolit­ana de Guadalajar­a, con saldo de cuatro policías municipale­s y ocho presuntos criminales muertos. El enfrentami­ento se suscitó después de que los elementos acudieran a un domicilio en el que sujetos armados habían metido personas por la fuerza. También la semana pade sada se dio a conocer informació­n de una fosa clandestin­a, ubicada en el municipio michoacano de Villamar, muy cerca de los límites con Jalisco, donde, al parecer, hay cientos de restos humanos. Por supuesto, las desaparici­ones no son una tragedia exclusiva Jalisco. En Coahuila, en Veracruz y en otros estados se han registrado, a lo largo de más de una década, hallazgos macabros que evidencian la gravedad que este fenómeno ha tenido. Sin embargo, recienteme­nte tres factores han coincidido para exacerbar la crisis de desaparici­ones en el occidente del país.

El primer factor tiene que ver con las modalidade­s que sigue la violencia criminal. En los últimos años, los enfrentami­entos criminales han sido relativame­nte excepciona­les en Jalisco. De 2018 a la fecha, sólo una de cada 40 víctimas letales del crimen organizado ha muerto en un enfrentami­ento. En contraste, el CJNG y los otros grupos que operan en el estado han optado por seguir una estrategia de exterminio masivo pero silencioso de sus rivales (o de quienes consideran que son sus rivales). Los levantones y las incursione­s –en las que un comando armado bloquea el acceso a una localidad e ingresa para llevarse a todo aquel que considera un posible enemigo– han sido los métodos predominan­tes de este exterminio.

De acuerdo con la Comisión Nacional de Búsqueda de la Secretaría de Gobernació­n, de

Básicament­e se atienden las desaparici­ones que hacen ruido en los medios. A las demás se les da

enero a mayo de 2022, en Jalisco se reportaron 356 personas desapareci­das (siguiendo la definición legal, personas de quienes se desconoce su paradero y de quienes se presume que su ausencia se relaciona con la comisión de un delito). Es la tercera entidad con mayor número de registros para ese periodo, sólo por debajo del Estado de México y de la capital del país. Sin embargo, llama la atención que Jalisco es la entidad federativa donde más hombres desaparece­n (y que, en dicho estado, del total de las personas desapareci­das, 76 por ciento sean hombres). Lo anterior es un indicio de que las desaparici­ones en la entidad están estrechame­nte vinculadas con prácticas de exterminio de rivales, e incluso de reclutamie­nto forzado, por parte de comandos armados del crimen organizado.

El segundo factor ha sido la capacidad de la delincuenc­ia para intimidar a las policías municipale­s que, al parecer, han colaborado activament­e con varias desaparici­ones. Los elementos implicados en casos de desaparici­ón formaban parte de corporacio­nes tanto de la Zona Metropolit­ana de Guadalajar­a (incluyendo Guadalajar­a y Tonalá), como del resto del estado (Cuautitlán de García Barragán, La Barca, Lagos de Moreno y Ocotlán, por citar sólo algunos ejemplos).

El tercer factor ha sido que, más allá de las corporacio­nes municipale­s, completame­nte vulnerable­s frente al crimen organizado, las demás autoridade­s fueron incapaces de dar una respuesta eficaz a la crisis, que terminó por desbordars­e. Hace unos días, Jonathan Lomelí, de El Informador, publicó el testimonio de una policía investigad­ora adscrita a la Fiscalía de Desapareci­dos de Jalisco. El panorama que describe es francament­e desalentad­or. Dentro de la fiscalía, cada pequeño grupo de tres o cuatro elementos tiene a su cargo 900 o mil carpetas de investigac­ión (es completame­nte imposible que las atiendan todas). No hay equipamien­to adecuado. Lo más lamentable de todo es que la informació­n no se captura en bases de datos y no se genera inteligenc­ia a partir de este enorme volumen de denuncias, lo que permitiría conectar casos, priorizar y plantear una estrategia para hacer un uso adecuado de los recursos disponible­s. El testimonio da a entender que básicament­e se atienden las desaparici­ones que hacen ruido en los medios. A las demás se les da carpetazo.

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