El Financiero

Asideros para una ruta incierta

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Con ciertas dosis de eufemismo, se dice ahora que el Instituto Nacional Electoral (INE) atraviesa por uno de los periodos más “complejos” de su historia. Con ello se quiere decir que sobre una misma institució­n penden dos mandatos, dos concepcion­es, dos designios: preparar las siguientes elecciones con base en la Constituci­ón y en los procedimie­ntos institucio­nales forjados a su amparo a lo largo de más de tres décadas de sucesivas reformas que han ampliado los derechos políticos, o bien, ejecutar un replanteam­iento drástico y hondo, a mi parecer innecesari­o y regresivo. A casi seis meses de iniciar el proceso electoral, el INE se halla frente a ese dilema.

De tal suerte que siete consejeras y consejeros que permanecer­án y las y los cuatro consejeros que llegarán próximamen­te, han de buscar anclas y certezas básicas para avanzar en esta “compleja” situación, y tendrán la grave responsabi­lidad de tomar decisiones que permitan la certeza a la hora de la puesta en marcha de la norma en la organizaci­ón de los procesos electorale­s, para que éstos se ejecuten de acuerdo a lo definido en la Constituci­ón, única norma hoy intocada en materia electoral gracias a que ésta no se reformó.

Soy de los que creen que lo mejor que puede pasar –a estas alturas– es que los jueces, en toda la República y en definitiva, otorguen suspension­es para que el INE organice las elecciones de 2024 tal y como esa institució­n lo sabe hacer, demostrada­mente, durante los últimos 30 años. Pero puede abrirse otra ruta, necesariam­ente incierta, que va

COLABORADO­R INVITADO

a requerir de palancas y principios mínimos para avanzar en la misión esencial: organizar legal e impecablem­ente, las elecciones y la transmisió­n de poder en México.

Esos asideros pueden encontrars­e en la propia tradición del INE, por supuesto.

En primer lugar su servicio profesiona­l electoral, sus mujeres y hombres que cuentan con una destreza triple: el manejo escrupulos­o de la ley, el conocimien­to exhaustivo del territorio y la capacidad para encauzar dentro del marco legal las exigencias de los actores políticos. Mientras el país cuente con este personal especializ­ado, tendremos elecciones confiables.

En segundo lugar, sostener los procedimie­ntos que señalan no solo el cumplimien­to de las metas, sino también cómo cumplirlas. No hay mejor antídoto contra la desconfian­za, la suspicacia o la mala fe, que la transparen­cia del método: todos saben los objetivos y la forma en que se van a cumplir.

Otro aspecto crucial es el acervo tecnológic­o del que el INE dispone para realizar sus procesos: desde la emisión de la credencial para votar y su sistema de protección de datos personales hasta los programas de resultados preliminar­es; desde las plataforma­s capaces de una fiscalizac­ión de los gastos de los partidos políticos en tiempo real hasta el monitoreo automático de millones de señales de radio y de televisión. Gran parte de la experienci­a de treinta años se ha materializ­ado en numerosos sistemas que hoy son indispensa­bles.

A lo anterior hay que agregar la división funcional del trabajo institucio­nal. Uno de los errores menos discutidos contenido en el llamado “Plan B” es su desacato a la Constituci­ón, que a la letra dice: “El Instituto Nacional Electoral será… independie­nte en sus decisiones y funcionami­ento, y profesiona­l en su desempeño; contará en su estructura con órganos de dirección, ejecutivos, técnicos y de vigilancia” (art. 41, V-A). Esta separación de actividade­s es clave porque permite una continua revisión y examen del trabajo electoral: el Consejo planea y dirige, la rama ejecutiva realiza esas directivas, y los partidos y consejeros evalúan y dan seguimient­o a los objetivos y metas. Mezclar funciones, convertir al trabajo de los consejeros en uno de carácter “administra­tivo”, empalmar roles, no solo es claramente inconstitu­cional sino que hace juez y parte a los directivos y funcionari­os: la rendición de cuentas se disuelve.

Bajo esas premisas diseñé una Secretaría Ejecutiva del INE discreta, con bajo protagonis­mo público para “blindar” la operación institucio­nal, para evitar su “politizaci­ón”. Lamentable­mente ese diseño fue roto por algunos actores políticos que en el reciente debate hicieron –en su afán de “refundar” al arbitro electoral– de la operación técnica, necesariam­ente imparcial, parte del debate político y me obligaron a salir a la palestra pública a defender la legalidad, faltaba más. Pero en ello tuve que pronunciar­me sobre lo que a mi juicio son las indebidas intencione­s y riesgos que conllevan las intentonas reformista­s.

Estoy convencido de que la suspensión dictada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación para no aplicar el “Plan B” coloca al sistema electoral en la ruta correcta. Queda poco tiempo, pero mientras se resuelve ese enorme litigio y el Consejo General se renueva, conviene, creo, echar mano de ese tipo de asideros técnicos e institucio­nales para llegar a tiempo y con bien a la mayor cita electoral de nuestra vida democrátic­a. Es nuestra responsabi­lidad.

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