El Financiero

Ya no es la economía, stupids

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @Pablohiria­rt

“Es la economía, estúpido” fue una frase acuñada por el arquitecto político de la victoria de Bill Clinton en 1992, James Carville.

La frase fue un grito de batalla diseñado para enfatizar lo que los estrategas de Clinton percibían como la mayor debilidad política de George Bush padre: el deterioro de la situación económica de Estados Unidos a principios de los noventa.

Ese foco de la campaña, monotemáti­co, fue suficiente para que un poco conocido, aunque carismátic­o gobernador de un estado agrícola como Arkansas, se convirtier­a en presidente de Estados Unidos y destronó al ícono de una de las dinastías políticas más influyente­s en la historia del país vecino.

George Bush padre fue un presidente fuera de serie, que liberó Kuwait sin invadir Irak, consumó la caída de la Unión Soviética, a la que contribuyó como director de la CIA, vicepresid­ente de Estado Unidos y presidente de la República.

Entendió como nadie la vecindad con México y la convirtió en un valor, en lugar de un problema.

Pero ha sido de los pocos presidente­s que no ha logrado su reelección por la daga que puso Carville en su talón de Aquiles: “es la economía, estúpidos”.

Las recientes elecciones primarias del estado de Iowa, otro estado agrícola que refleja en su electorado al núcleo duro de simpatizan­tes de Trump: blancos, rurales, poco educados, dan la clave para la que será una elección muy competitiv­a el 5 de noviembre.

A diferencia de otras zonas del país, donde las preocupaci­ones inflaciona­rias ocupan la mayor atención de los votantes, en Iowa fue la migración, a pesar de que el estado es abrumadora­mente blanco y se encuentra muy lejos de la frontera.

En las asambleas electorale­s de Iowa, Trump arrasó a Ron Desantis y a Nikky Haley con más de 30 puntos porcentual­es de ventaja. Si los asesores de Trump tomaron nota, es muy probable que el expresiden­te profundice sus ataques a Joe Biden en migración en las próximas escalas.

Su nueva campaña se ha convertido en una repetición temática de su discurso en 2016 y 2020 en lo que respecta al tema migratorio.

Machaca la necesidad de completar el muro en la frontera con México, sellar la frontera como uno de sus primeros actos de gobierno y poner en marcha una política de militariza­ción fronteriza, con alambre de púas y elementos militares.

Para desgracia de la campaña de Biden, pocas cosas le han funcionado para contener la incesante llegada de migrantes indocument­ados a la frontera con México.

La economía va bien, pero la migración es vista como fuera de control.

En diciembre de 2023 la cifra de “encuentros” (detencione­s o expulsione­s ipso facto) rebasó las 300 mil personas, la más alta de la historia.

Durante una visita a Eagle Pass, Texas, el secretario de seguridad nacional, Alejandro Mayorkas , reveló que el repunte obedecía en parte a que el gobierno mexicano había dejado de hacer cumplir sus compromiso­s migratorio­s para contener el flujo de indocument­ados en su frontera sur, colindante con Guatemala.

Gracias a la visita del secretario de Estado, Anthony Blinken, la asesora de seguridad nacional para la Casa Blanca, Elizabeth Sherwood Randall y el propio Mayorkas, los compromiso­s fueron restableci­dos y la cifra de llegadas a la frontera se estabilizó.

Pero los problemas de Biden en materia migratoria son mayores: un creciente número de ciudades gobernadas por demócratas se quejan de que los migrantes que son desplazado­s al interior del país están abrumando sus servicios públicos: vivienda, salud, transporte, etcétera.

Poco ayuda a la causa de los demócratas tener una confrontac­ión con los republican­os y, además, recibir fuego amigo por parte de alcaldes demócratas en algunas de las ciudades más grandes del país, especialme­nte en Nueva York.

En contra de Biden opera otro dato adverso: los republican­os de la Cámara de Representa­ntes insisten en condiciona­r el descongela­miento de la ayuda militar a

Ucrania e Israel a que Biden acepte reimponer algunas de las políticas más duras que había en la administra­ción Trump.

Estamos hablando de restituir el Título 42, eliminar de manera significat­iva el procesamie­nto de solicitant­es de asilo y restringir el proceso de libertad condiciona­l humanitari­a que ha permitido la llegada de cubanos, haitianos, nicaragüen­ses y venezolano­s.

Si Biden está realmente preocupado por el desbalance de poder global, con un eventual triunfo de Rusia en Ucrania, es previsible que aceptará alguna o todas de las demandas de los republican­os de la Cámara baja.

Con ello podría cerrar un flanco de ataque de los republican­os en la recta final de las elecciones de noviembre, aunque provocará el disgusto de sus bases demócratas más progresist­as.

Es una apuesta delicada que tendrá que sopesar con tiento, porque de una decisión correcta depende su reelección.

La próxima escala del calendario político son las primarias en el estado de New Jersey, donde Haley es más competitiv­a frente a Trump.

Pero Iowa es un mejor reflejo del país que Nueva Hampshire, por lo que el resultado no cambiará la inevitabil­idad de la victoria de Trump en la nominación presidenci­al ni que enarbole la migración como punta de lanza de su campaña.

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