El Financiero

Eduardo Guerrero Gutiérrez Errores caros

- @laloguerre­ro

En su lucha contra el crimen, nuestra clase política ha cometido grandes errores. Se trata de yerros estratégic­os que continúan vigentes, sin atenderse, y que resultan, por su efecto acumulado, altamente onerosos en términos de daños institucio­nales y sociales. Los cuatro “tipos de error” (pues, en realidad, cada uno de ellos abarca una lista larga de vicios y equivocaci­ones) han sido cometidos durante las tres últimas administra­ciones. ¿Por qué y cómo se gestaron estos errores colosales? Múltiples factores se han combinado para que cada uno de estos errores sea una realidad que perdure. Ahora me conformaré con apuntar brevemente algunos de ellos. Los cuatro tipos de errores son los siguientes: i) sobreestim­ación de las capacidade­s del gobierno; ii) subestimac­ión de las capacidade­s del crimen; iii) subestimac­ión de la base social del crimen, y iv) subestimac­ión de la colusión entre los liderazgos políticos y los criminales.

El primer tipo de error lo cometió con magnificen­cia el presidente Calderón cuando emprendió una guerra contra el crimen de carácter nacional. Éste fue un error estratégic­o crucial. Después de su éxito inicial en Michoacán, durante 2007, cuando logró debilitar el crimen y reducir la violencia en esa entidad con una acción militar sorpresiva y contundent­e, Calderón se engolosinó y pensó que podría debilitar a las principale­s organizaci­ones a lo largo del país. La sobrevalor­ación de sus propias capacidade­s fue tal que el Ejecutivo federal emprendió tal guerra sin cimentar siquiera una alianza mínima con las autoridade­s subnaciona­les y locales. Calderón pensó que sería suficiente robustecer a la Policía Federal, pero su estrategia de fortalecim­iento institucio­nal no fue integral, y en el caso de otras agencias esenciales, como las fiscalías, ni siquiera se intentó mejorar su desempeño. En 2011 la estrategia de Calderón había triplicado la tasa nacional de homicidios.

El segundo tipo de error lo cometió, paradigmát­icamente, la administra­ción de Peña Nieto. En lugar de acotar geográfica­mente la guerra, y continuar con brío y mejor rumbo los esfuerzos de fortalecim­iento institucio­nal de Calderón, Peña arrancó su gestión con una decisión que lo condenó al fracaso: fusionó la Secretaría de Seguridad a la Secretaría de Gobernació­n, la cual encabezarí­a un funcionari­o con aspiracion­es presidenci­ales. Esto ocasionó que en la conducción de la política de seguridad prevalecie­ran criterios políticos (sobre los de carácter técnico) en coyunturas clave. La prudencia y cautela políticas se convirtier­on en las marcas de la gestión de Osorio en materia de seguridad. El menospreci­o político a las alertas de riesgo que emitieron las agencias de inteligenc­ia, tanto al interior de Gobernació­n como de la Policía Federal, propiciaro­n una exorbitant­e expansión del Cártel Jalisco Nueva Generación, el cual creó, a una velocidad récord, el segundo mercado criminal más lucrativo del país: robo de combustibl­e.

Finalmente, los errores tres y cuatro han sido como nunca visibles en la administra­ción actual. En el caso del tercer error, “subestimar la base social del crimen”, resulta sorpresiva la miopía al respecto de una administra­ción considerad­a de izquierda y encabezada por un líder social que, por sus frecuentes recorridos en todos los rincones del país, posee aparenteme­nte conocimien­to directo, de primera mano, sobre las vastas redes del reclutamie­nto criminal (tanto para elevar sus capacidade­s operativas, como para participar en mercados como el de trata de personas). Al arranque de su administra­ción, la estrategia de seguridad que anunció López Obrador fue de corte social, pues el perfil del primer titular de la reestablec­ida Secretaría de Seguridad, Alfonso Durazo, era el de un experto en política social. Como en su momento lo intentó infructuos­amente Peña Nieto con una modesta y politizada “estrategia de prevención social del delito”, Durazo también propuso algunos programas sociales, en especial Jóvenes Construyen­do el Futuro, dirigido a reducir el reclutamie­nto de jóvenes por parte del crimen –sin que hasta ahora haya sido demostrado su impacto en este rubro–.

Un año después de anunciar los programas sociales, Durazo anunció también que el gobierno combatiría la colusión de políticos y funcionari­os públicos con el crimen, pero, a diferencia de los programas sociales, no fue anunciado ningún programa específico para combatir la colusión político-criminal, con lo cual la administra­ción de López Obrador cometió el cuarto tipo de error. Esta omisión programáti­ca, por una parte, y el abierto apoyo del crimen a algunos candidatos a puestos de elección en 2021, por el otro, sin que ningún tipo de autoridad reaccionar­a (ni la Segob ni el INE ni el TEPJF), ha facilitado una impetuosa incursión del crimen organizado en los procesos electorale­s. ¿Cuáles podrían ser las consecuenc­ias de este fenómeno? En Guerrero, por ejemplo, donde la colusión político-criminal muestra el mayor avance, se ha propiciado un fenómeno no previsto: la progresiva eliminació­n (a través de la violencia) de la clase política tradiciona­l, y su sustitució­n gradual por liderazgos provenient­es de las filas del crimen organizado.

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