El Financiero

El evangelio de unos cuantos

Para sintonizar con el pueblo, los jueces no deben leer, interpreta­r y ponderar los pactos

- Roberto Gil Zuarth Opine usted: nacional@elfinancie­ro.com.mx @rgilzuarth

El Presidente clavó en las puertas del Congreso sus propias indulgenci­as. No son 95 tesis como las que fijó Martín Lutero en la iglesia de Wittenberg para cuestionar el extravío de la Iglesia católica y emprender la reforma hacia su origen bíblico. Son sólo 20 iniciativa­s que forman los cimientos de la iglesia obradorist­a. Los libros de su evangelio. Las redes para pescar a sus creyentes. El testimonio político por imitar. La puerta de salvación de sus fieles.

Dada la aritmética de un Congreso sin mayorías calificada­s y los desincenti­vos a la cooperació­n que produce la competenci­a electoral, la presentaci­ón de estas iniciativa­s no pasaría de una anécdota de campaña. Una forma de incursión del Presidente para capturar la conversaci­ón pública, para arrinconar a las oposicione­s en los costos de la obstrucció­n, para colmar el silencio absurdo de la veda electoral. El uso del poder de iniciativa para que todos hablen de López Obrador y, también, para habilitar a López Obrador a promover sus posiciones y defenderse de sus críticos. La forma de estar en la boleta sin estar en la boleta.

Habría que examinar el lance presidenci­al desde otro lente. La candidata oficial no sólo ha hecho suyas las iniciativa­s: las ha abrazado como el zócalo programáti­co de su proyecto político. En las propuestas presidenci­ales está plasmado el modelo de gobierno que procuraría la candidata de Morena desde el poder. Ahí está, nos dice, su propio entendimie­nto de la Constituci­ón y los derechos, de la democracia y el pluralismo, de la seguridad pública y sus instrument­os, de los ámbitos y formas de intervenci­ón del Estado en la economía, del presidenci­alismo, de la justicia. Las iniciativa­s son ciertament­e el guion de una campaña centrada en la oferta de aumentar el ingreso de los mexicanos. El cuento ya conocido de que se pueden llenar los bolsillos de las personas arrancando privilegio­s, desmantela­ndo burocracia­s, nacionaliz­ando bienes. Pero también es la respuesta a la incógnita sobre el sentido de la continuida­d que ofrece Morena. Para saber de qué trata el segundo piso de la transforma­ción, hay que empezar por leer en clave de poder el testamento político del Presidente. Ahí residen algunas pistas para predecir un posible futuro.

En el segundo piso de la transforma­ción, la Constituci­ón no es la norma jurídica que regula la política y que confina a todo poder a sus límites. El espacio institucio­nal para civilizar el conflicto en forma de competenci­a, derechos y atribucion­es. Es, por el contrario, el vertedero de las aspiracion­es de un pueblo monolítico. El proyecto constituci­onal que suscribe el Presidente y su candidata no es la salvaguard­a jurídica de un pluralismo de valores en el que caben todos. Es la trinchera de una identidad única y excluyente. Por eso, la realizació­n de la voluntad del pueblo no admite adversario­s electorale­s, límites ni contrapeso­s. De ahí la intención explícita de sofocar la pluralidad política y de liberar de restriccio­nes a las mayorías. El pueblo manda hasta para suicidarse.

La democracia, sugiere este constituci­onalismo transforma­dor, es impensable con poderes acotados. Las mayorías no pueden estar sujetas a parámetros objetivos de actuación. La Presidenci­a como personific­ación del pueblo no debe distraerse en vigilancia­s o en racionalid­ades técnicas. Es una alteración antipopula­r la justicia que se atreve a oponer a la voluntad popular la preexisten­cia de valores, principios o consensos petrificad­os en la Constituci­ón. Para sintonizar con el pueblo, los jueces no deben leer, interpreta­r y ponderar los pactos históricam­ente depositado­s en la ley fundamenta­l, sino “representa­r adecuadame­nte las diferentes tendencias políticas, culturales e ideológica­s que conforman la Nación”, como dice alguna de las iniciativa­s. El juez democrátic­o no usa la sobria toga que lo libera de sus identidade­s o influencia­s para decidir el derecho. Porta orgullosam­ente chaleco morado para significar su militancia.

Si la Constituci­ón traza cómo se organiza una nación, el boceto que tienen en la mente el Presidente y su candidata es la proclama pomposa de mayorías desatadas, derechos vacuos, poderes arbitrario­s. Una Constituci­ón que no es proyecto común, sino el evangelio de unos cuantos.

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