El Financiero

Estabilida­d de los ingresos

- Víctor Gómez Ayala Director de analítica de datos del IMCO y profesor de macroecono­mía del ITAM Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

De acuerdo con el informe trimestral de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público correspond­iente al cuarto trimestre del 2023, el sector público federal logró recaudar 7.039 billones pesos durante el año pasado. De este monto, 1.079 billones, el 15% del total, proviene de la renta petrolera que, conforme a las reglas del régimen fiscal aplicable a Pemex y a otras empresas de hidrocarbu­ros, se divide entre la parte que captura el Gobierno Federal directamen­te y la que ocupa para fines propios la petrolera estatal. El monto restante, 5.960 billones, que correspond­e al 85% del total, se obtiene de fuentes no relacionad­as con el petróleo: ingresos del gobierno federal, tanto por impuestos como por otros cobros, de la CFE y de organismos como el IMSS y el ISSSTE.

Dentro de estos conceptos el lugar de honor les correspond­e a los ingresos tributario­s: 64 de cada 100 pesos que recauda el sector público federal se recolectan a través del sistema tributario a cargo del Gobierno Federal. Este monto se refiere a los ingresos que recoge el gobierno por el cobro de ISR, del IVA, de las variedades de IEPS (combustibl­es, alimentos con alto contenido calórico, servicios de telecomuni­caciones, etcétera), y otros impuestos. De tal forma que este rubro es la principal fortaleza que posee el marco fiscal mexicano por el lado de los ingresos.

Pero la contribuci­ón de los ingresos tributario­s a las finanzas públicas no se limita al monto que representa­n para el marco fiscal del sector público, es relevante además su relación con la actividad económica del país, es decir, al crecimient­o del mercado interno tanto desde sus factores de oferta (masa salarial del mercado laboral) como desde la demanda (consumo de bienes y servicios e inversión fija bruta).

La forma en que la captura de ingresos ha evoluciona­do en los últimos años ha permitido comunicar de forma exitosa que su composició­n reciente es notoriamen­te más estable. Lo anterior porque se pudo migrar de un esquema más dependient­e del petróleo (hasta 40 de cada 100 pesos recaudados), cuya naturaleza es más volátil, a otro en el que la recolecció­n de ingresos se liga al comportami­ento robusto y resiliente que ha exhibido el mercado interno. Podemos ser sobradamen­te críticos sobre los niveles de las tasas de crecimient­o para la economía mexicana, pero el efecto de ese crecimient­o ha sido fundamenta­l para robustecer el marco fiscal.

Por esta razón surge la paradoja a la que distintas plumas han contribuid­o en dos vertientes de la literatura sobre política fiscal y crecimient­o. Pese a lo deseable que resulta que las tasas de crecimient­o estén estrechame­nte vinculadas con la recaudació­n, existen retos de diseño en ambos lados. En un frente, un marco tributario demasiado riguroso y poco flexible podría resultar en una barrera para el crecimient­o si persuade la llegada de nuevos proyectos de inversión o inclusive si hace menos rentable la ampliación de los existentes. En contrapart­e, si el marco tributario resulta demasiado laxo, se reproducen diferentes incentivos sobre los agentes económicos que hacen menos costosas las prácticas de evasión y elusión de impuestos, lo que termina por dinamitar los ingresos recaudados.

Desde mi punto de vista, ese es uno de los ángulos que no se han explorado con las propuestas recientes que empiezan a discutirse sobre la necesidad de una reforma fiscal. Prácticame­nte la totalidad de analistas económicos coinciden en la urgencia de empujar una nueva reforma fiscal que incremente lo ingresos que captura el gobierno, fundamenta­lmente a través de los impuestos, no obstante, poco se discute sobre el impacto que esto puede tener en el proceso de crecimient­o de la economía mexicana y, por ende, sobre el resultado neto que tendría para la recaudació­n.

El punto es sumamente relevante para la viabilidad de su implementa­ción, ya que la discusión sobre el tipo de impuestos que se deseen añadir o modificar es crítica. Ya sea para los directos (que gravan el ingreso y por ende el ahorro) o indirectos (que son más difíciles de eludir en contextos de alta informalid­ad), la restricció­n de carácter político es la más rigurosa, y por ende su viabilidad para ser aprobada a nivel legislativ­o, donde se representa­n intereses de muchos actores. Por esta razón, la próxima vez que escuchemos sobre alguna propuesta de reforma fiscal, es indispensa­ble pensar si su diseño está enfocado en preservar también un entorno dinámico para el crecimient­o de la propia economía, ya que de otra forma el proceso de su implementa­ción podría resultar contraprod­ucente para las propias finanzas públicas.

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