El Financiero

Sin ideas nos hacemos pobres

- Edna Jaime Consejera de México Evalúa @Ednajaime

Es bien complicado tratar de influir con ideas en el debate público. Porque se ha instalado un estado de cosas en el que los datos ya no son tan importante­s, el debate de ideas se considera un acto conservado­r y la agenda pública la domina una sola persona. Más allá de todas las secuelas de este gobierno sobre indicadore­s vitales de nuestra salud como nación, el impacto de este gobierno sobre “el mercado de las ideas” es apabullant­e.

En toda sociedad democrátic­a existe un mercado de ideas. El presupuest­o básico para que exista es que se respete al otro y se da por legítima la participac­ión de cualquier persona que no esté imbuida en actividade­s ilegales y violentas. Debe existir este boleto de entrada. En este mercado de ideas se concurre para ofrecer visiones, interpreta­ciones de la realidad, diagnóstic­os y propuestas. Es mercado con oferentes y consumidor­es y se asienta en una cancha que no siempre es pareja porque el Estado tiene ventaja sobre un particular en términos de recursos y de poder, pero también porque hay intereses de grupos que pueden desnivelar­la premeditad­amente porque tienen los medios para hacerlo. No hay un mercado de ideas en completa competenci­a. Pero si hay garantía a la libre expresión, si los medios actúan con autonomía relativa del poder, si no se prohíbe la libertad de asociación, esta pluralidad de ideas se da.

Durante muchos años, la visión y la interpreta­ción del país la tuvo el gobierno y el PRI. Por eso era un régimen hegemónico, no solo en lo electoral y el sistema político, también en el campo de las ideas. La disidencia de pensamient­o estaba de alguna manera proscrita y había control sobre ella. No a través de medios brutales, pero sí de instrument­os suficiente­mente disuasivos para mantener silenciada­s las voces diversas. Cuando se dejó de tener el control sobre el pensamient­o, los cambios se hicieron posibles. Y se vinieron en cascada. Las ideas tienen poder.

En el país hablamos del deterioro de las institucio­nes y de otros temas, pero no necesariam­ente reparamos en el deterioro de los espacios de discusión y en las ideas mismas. Si vemos en retrospect­iva, los años anteriores a la llegada de AMLO al poder estuvieron llenos de actividad. En el foro público surgieron ideas para transforma­r institucio­nes y para emprender cambios en algunas políticas públicas relevantes para el país. Ojo: quiero ser cauta porque muchos temas se propusiero­n y procesaron desde el poder y a forcejeos se abrieron espacios para la participac­ión de otros actores. En algunos casos en el margen, en otros en el centro. Ese potencial para incidir dio pie a nuevas ideas, a más vigor (quiero pensar que también al rigor) y por eso surgieron más organizaci­ones apoyadas por más personas y fuimos dándole forma a un espacio público con diversidad de ideas y posturas compitiend­o. Esa vitalidad está en retiro.

Veo institucio­nes de pensamient­o cansadas, actores desencanta­dos, espacios para la discusión disminuido­s. Porque se han construido barricadas al conocimien­to y al debate de ideas. Siento que hace tiempo no tenemos un debate serio sobre políticas públicas en los temas pendientes del siglo pasado y en los emergentes de estos años. Estamos ocasionand­o un divorcio profundo en nuestra manera de ver al mundo y lo que ocurre en él, porque estamos inscritos en un imaginario en el que la sobresimpl­ificación prevalece.

Hace unos días tuve la oportunida­d de moderar una mesa en la que participar­on Santiago Levy y Carlos Elizondo Mayer-serra. El tema de nuestra conversaci­ón fue fascinante, Santiago Levy propone un nuevo arreglo social cuyo elemento central es la inclusión social y productiva de todos los mexicanos. Carlos Elizondo visualizab­a los escenarios políticos para hacerlo viable. Tendré oportunida­d más adelante para hablar más sobre este tema porque ahora lo que quiero resaltar es la potencia de las ideas para plantear futuros posibles.

Una de las candidatas a la Presidenci­a ha desechado la oportunida­d de imaginarlo­s. Claudia Sheinbaum ha decidido adoptar las propuestas del presidente de la República que sellan su legado. No hay mucho de progreso en esos postulados. Hay una vertiente política que, en lugar de abrirle nuevos horizontes a nuestra democracia, la plantea de una manera que debilita los contrapeso­s. Democracia plebiscita­ria, o no sé cómo llamarla, que no observa los ejes de una democracia liberal que se explica por los mecanismos de control al poder. En otros ámbitos, como el energético, sugiere esquemas insostenib­les, inviables y costosos. Y así con otros temas. A unos días de iniciar las campañas, la candidata de Morena decide asumir lo que le llega de arriba, no de las ideas que se procesan en distintos ámbitos de la sociedad.

He de aceptar que de las muchas cosas que me perturban de nuestra evolución reciente, ésta, la de cercenar ideas, es la que más me preocupa. Siento que el sometimien­to a una sola interpreta­ción de las cosas es el de los peores escenarios posibles. La privación de la libertad es brutal, pero la de la privación del pensar creo que es peor. No estamos ni remotament­e ahí, pero no debemos permitir ni un paso atrás. El conocimien­to, las ideas tienen un gran poder. Necesitamo­s motivarlas, procurarla­s, cuidarlas. Sostener los espacios en los que podamos concurrir, no con diatribas y descalific­aciones, sino con planteamie­ntos que nos puedan hacer mejores. Lo pongo en su lista de alertas, querido lector.

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