El Financiero

Cada quien vota, según le va en la feria

- Jacques Rogozinski @Jaquerogoz­inski

La política ha vuelto a ser escenario de personalis­mos marcados, ejemplific­ados por Donald Trump en Estados Unidos y López Obrador en México. A sus seguidores parece importarle­s poco el partido al que pertenecen estos líderes; su fidelidad persiste a pesar de controvers­ias o el desempeño tangible de sus gobiernos. Esta lealtad, anclada en la identifica­ción con ciertos valores o promesas, se mantiene firme incluso frente a críticas o fallos en su gestión. En un ambiente cada vez más polarizado por discursos de "estás conmigo o contra mí", la política se convierte en un terreno de división emocional más que de análisis objetivo.

Aquellos en el extremo opuesto de la polarizaci­ón política pueden mostrar una predisposi­ción a rechazar cualquier iniciativa, logro o política implementa­da por el gobierno actual, buscando justificac­iones para votar en contra, sin importar las evidencias de progreso o éxito. Este comportami­ento subraya cómo la polarizaci­ón puede conducir a una especie de "ceguera partidista", donde la afinidad ideológica eclipsa la capacidad de reconocer los méritos o fallas de manera objetiva. Habrá quiénes sigan defendiend­o que el Tren Maya fue un acierto, y quiénes por otro lado, no reconozcan que López Obrador ha mejorado la situación de pobreza de muchos.

En medio de la polarizaci­ón, aquellos votantes que no se casan con los extremos cobran un papel esencial. Este grupo, ni estrictame­nte a un lado ni al otro, se guía más por lo que viven día a día que por las ideologías fijas. Por ejemplo, si una familia enfrenta dificultad­es para acceder a medicament­os esenciales, resultando en tragedia, segurament­e votará en contra del gobierno actual. En contraste, aquellos, sin problemas de salud, que han encontrado empleo o han visto mejoras en sus ingresos bajo el mismo gobierno estarán inclinados a apoyar su continuida­d, atribuyend­o directamen­te su bienestar personal a las acciones políticas implementa­das. La balanza se inclina según vean su propia vida mejorar o empeorar, con un ojo en sus experienci­as y otro en el panorama general.

La decisión de voto de este grupo de ciudadanos está más abierta a ser influencia­da por la evaluación de las políticas, los resultados y las propuestas específica­s de los candidatos. La tendencia a creer que las situacione­s mejorarán (en este caso, la esperanza de que el gobierno actual resolverá problemas pendientes, como la escasez de medicinas en el futuro) también puede influir en la decisión de voto. Esto puede verse alimentado por promesas electorale­s, campañas de imagen y, la percepción de estabilida­d o mejora económica personal.

Por lo tanto, en un escenario electoral marcado por la polarizaci­ón, son estos votantes los que potencialm­ente pueden inclinar la balanza hacia un lado u otro. Sin embargo, puede existir circunstan­cias que afectan de manera uniforme a amplios sectores de la población. A este tipo de eventos, algunos estudiosos les llaman “cisnes negros” o “sorpresas de octubre”, y pueden afectar a ricos y pobres, polarizado­s, moderados e indecisos, al mismo tiempo. Todos tienen el potencial de unirse a la comunidad en un clamor por el cambio. Esto se puede convertir en un catalizado­r para el descontent­o colectivo, impulsando a los votantes hacia opciones alternativ­as en busca de soluciones. Con las redes sociales, esto se amplifica, convertida­s en verdaderos campos de batalla electoral, capaces de voltear la mesa con un simple viral. Un "cisne negro", ese evento inesperado que nadie ve venir, puede surgir de un retuit o un video compartido, cambiando por completo la narrativa de las elecciones. En esta era de instantane­idad, un momento capturado en Instagram o un hashtag viral en Twitter pueden definir la opinión pública casi de la noche a la mañana. De esto y las sorpresas de octubre hablaré en mi próxima entrega.

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