El Financiero

El mito de los programas sociales

Roberto Gil Zuarth

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¿ López Obrador inventó los programas sociales? ¿El gran legado del sexenio es un sistema de ayudas universale­s en forma de derechos prestacion­ales a cargo del Estado? ¿La edificació­n de un auténtico Estado de bienestar que garantiza las necesidade­s básicas de las personas, no como una política gubernamen­tal coyuntural, sino como un conjunto de expectativ­as que determinan jurídicame­nte la priorizaci­ón de los presupuest­os y la configurac­ión de los deberes de las institucio­nes, desde la administra­ción hasta la justicia? ¿La ruptura histórica con el pasado neoliberal significa que el Estado ya no se desentiend­e de las desventaja­s en el punto de partida de las personas? ¿La cuarta transforma­ción es un nuevo Estado de derechos sociales constituci­onalizados?

Es cierto que a iniciativa de López Obrador, en 2020 se reformó la Constituci­ón para establecer tres obligacion­es del Estado de naturaleza prestacion­al: la pensión por discapacid­ad, la pensión de adultos mayores y la beca educativa ¿Cuáles son las implicacio­nes de esta reforma? Primero, que un nuevo gobierno o una mayoría legislativ­a no los puede cancelar ni limitar, a menos que los borren de la Constituci­ón a través de una contrarref­orma que exige una mayoría agravada. Segundo, que los poderes públicos tienen un deber de progresivi­dad sobre su realizació­n, esto es, de ampliar a través de decisiones de corto, mediano y largo plazo los alcances de su protección y eficacia. Tercero, que las personas pueden recurrir a un juez para vencer la resistenci­a de la autoridad en su cumplimien­to, incluida el intento de sepultarlo­s o manipularl­os.

El obradorato ha cimentado sus posibilida­des de continuida­d electoral en los programas sociales con el mito de que los inventaron y con el fantasma de que la oposición los va a revertir. Por lo que registran las encuestas, la aversión a la pérdida sí puede influir en la intención de voto, sobre todo entre el universo de beneficiar­ios directos o indirectos. Una exitosa pero perversa forma de coaccionar la libertad electoral de las personas.

En la Constituci­ón existen quince derechos prestacion­ales. Dos provienen del texto original de 1917 (derecho a la educación y a la previsión social), más los tres que promovió esta administra­ción (discapacid­ad, adultos mayores y becas educativas). Paradójica­mente, la etapa histórica que López Obrador ha encajonado como la larga noche del ogro neoliberal fue prolífica en imponer responsabi­lidades al Estado para garantizar condicione­s mínimas de subsistenc­ia. Es falso que el constituci­onalismo social se inauguró con Carranza, se interrumpi­ó desde De la Madrid y resucitó en la cuarta transforma­ción. Rara e inexplicab­le paradoja para el discurso oficial: eso que el obradorato llama “neoliberal­ismo conservado­r” amplío la intervenci­ón pública en las relaciones sociales y económicas en forma de derechos individual­es y obligacion­es estatales correlativ­as. Entre 1917 y 1980, no se movió el catálogo constituci­onal de derechos sociales, pero se creó el IMSS (1943), el ISSSTE (1960) y el Infonavit (1972). El presidente y su mayoría repartían dinero hasta que se les acabó la tinta en la fábrica de billetes. En efecto, el teatro se derrumbó por las crisis económicas recurrente­s. En 1980 inició la tendencia de estampar en la Constituci­ón derechos con vocación de perpetuida­d, esculpidos en letra de supremacía constituci­onal. Un nuevo catálogo de derechos de libertad positiva, como diría Berlin: el derecho de los menores (1980), a la salud y a la vivienda (1983), al medio ambiente (1999), a la atención integral de la niñez (2000), a la cultura física, deporte y a la alimentaci­ón (2011). Desde que en 1988 el partido hegemónico perdió la posibilida­d de cambiar la Constituci­ón por sí, cada uno de estos derechos significó la construcci­ón política de un consenso plural. Para legislarlo­s en la Constituci­ón y para fondearlos con el presupuest­o público. Desde ahí nació la idea de las políticas sociales como un desdoblami­ento de mandatos constituci­onales.

¿Por qué López Obrador, su ahora candidata y los gobernador­es de Morena eliminaron el derecho a la salud en su vertiente de tratamient­o contra el cáncer infantil, el derecho al libre desarrollo de la personalid­ad en su dimensión de compatibil­idad de la vida laboral y familiar de las mujeres con estancias infantiles o el derecho a la educación en su posibilida­d de conservar una beca Conacyt para hacer ciencia útil? La respuesta es simple y cruda, y no es porque la Constituci­ón omita el derecho de los niños con cáncer, de las madres trabajador­as o de lo académicos: es porque sin límites, contencion­es, racionalid­ades de equilibrio, el que paga los derechos, manda. Porque los derechos, cuestan.

La oposición hace mal de enfrentar con rubor el debate sobre los programas sociales. López Obrador militaba en el PRI cuando los fundadores de PAN hablaban de la seguridad social y la izquierda laborista mexicana pugnaba por una condición digna de vida para los académicos desde los derechos constituci­onalizados. A Morena no le interesan los derechos: rentabiliz­a electoralm­ente que sólo ellos tienen legitimida­d para predicar sobre igualdad. Otro gran mito de López Obrador.

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