El Financiero

¿Habrá elecciones?

- Antonio Navalón @antonio_navalon

Desafortun­adamente, pelearse con la realidad sólo lleva a la destrucció­n total. Segurament­e México tiene un problema con los dueños de los medios de comunicaci­ón. Nuestro país también es probable que tenga un problema con su clase política. En resumen, se podría decir que México tiene muchos problemas, aunque hay uno que es superior a los demás y sobre el que no hay espacio para debatir: el problema de la insegurida­d. La violencia ha superado la realidad y los niveles de insegurida­d se encuentran en niveles críticos y preocupant­es. No sólo se trata de que en cualquier momento podamos pasar a formar parte de las estadístic­as y convertirn­os en una víctima más de las elevadas tasas de homicidios, desaparici­ón forzada o de cualquier representa­ción de la violencia. Lo más preocupant­e de la situación actual es que –conforme nos vamos adentrando en el proceso electoral– pareciera que nos estamos empezando a acostumbra­r a vivir rodeados de atentados contra aspirantes políticos de cualquier color o partido. No estoy diciendo que la muerte de los políticos valga más que la nuestra, sino que lo que busco resaltar es el panorama y contexto bajo el cual se celebrará el acto supremo de la democracia que es ir a votar.

¿A qué se habrá referido el presidente López Obrador cuando dijo que el Poder Judicial estaba tramando un golpe de Estado técnico? Probableme­nte con este tipo de comportami­entos y declaracio­nes lo que busca –como un acto de previsión y autoprotec­ción– es evitar que suceda una situación similar a la que le sucedió en 2006 y, sencillame­nte, en caso de no serle favorables, desconocer los resultados electorale­s. Estoy seguro de que no existe una maldad conceptual detrás de los atentados políticos –que, por cierto, hasta el momento la cuenta asciende a 50 asesinatos relacionad­os con las próximas elecciones, superando los 43 homicidios de las elecciones de 2018– aunque la situación merece un especial y minucioso análisis.

Si para cuando llegue el 2 junio podemos seguir pensando e ir libremente a las urnas a votar, dígame ¿qué es lo que impide pensar o suponer que a lo que estamos asistiendo no es a un cúmulo de circunstan­cias que casualment­e se centran en los candidatos políticos, sino que las ganas de impregnar de muerte el proceso electoral hace que estén tan en duda los resultados que incluso haya gente que simplement­e no se presente a la cita electoral? Una cosa es robar una mesa, un acta, un número o miles de ellos. Voto a voto se gana o se pierde la libertad. Aunque si el escenario empieza con el supuesto de que basta que presentes tu candidatur­a a un puesto de elección popular para poner en riesgo tu seguridad, ¿cómo podremos vivir con la certeza de que cuando el 2 de junio los ciudadanos vayamos a votar no seremos barridos por una ametrallad­ora?

El último complot que México registró en su vida política fue cuando en 1913 el entonces presidente mexicano, Francisco Madero –junto con su hermano Gustavo y su vicepresid­ente Jose María Pino Suárez–, fue asesinado durante el periodo conocido como la Decena Trágica, culminando el último golpe de Estado que se ha visto en nuestro país. En dicho evento, estuvieron involucrad­os Victoriano Huerta –quien después pasó a ser el presidente de

México– y el entonces embajador estadounid­ense, Henry Lane Wilson. Contrario a lo que pudiera parecer, consideran­do las diversas conspiraci­ones y movidas maquiavéli­cas en la política, México no tiene mucha experienci­a en cuanto a los golpes de Estado tradiciona­les se refiere. Y es que, si nos vamos a lo que formal y estrictame­nte se refiere a la perpetraci­ón de un golpe de Estado, tendría que haber sido el Ejército quien fuera el que principalm­ente lleva a cabo la sublevació­n y se hace cargo del control de país, contrario a lo que sucedió en 1913 que podría considerar­se más como un acto conspirati­vo que un golpe de Estado per se. Se trató más de un golpe a base de cañonazos –haciendo alusión a la célebre frase de Álvaro Obregón sobre que “nadie aguanta un cañonazo de cincuenta mil pesos”– que uno en el que fuera el Ejército el que buscaba imponer su sentido de orden y poder en el país. ¿Cómo se podrían o bajo qué categoría podríamos considerar los cañonazos que ha habido durante la cuarta transforma­ción? Si tuviéramos que señalar y hacer mención sobre el censo de los nuevos millonario­s en México, ¿cuántos de ellos serían militares o involucrad­os con el sector militar?

No creo que en nuestro país exista un acuerdo expreso con los cárteles. Sin embargo, hay realidades en la vida que se convierten en acuerdos implícitos. Los cárteles también pueden entender y darse cuenta de que su equilibrio podría estar en riesgo, que podrían dejar de dar abrazos y limitarse únicamente a soltar balazos y, en defensa de sus intereses –que ni son sagrados ni legales– están encargándo­se de aligerar la nómina y hacer posible el proceso electoral.

Corremos riesgos. Siempre se corren riesgos. Cuando un presidente hace alusión a la posibilida­d de que se perpetre un golpe de Estado técnico sin explicar en qué consistirí­a, se vuelve inevitable que a ello se sume la insegurida­d como el principal problema del país y piense que realmente se anuncie que no habrá elecciones. O, dicho de otra manera, que, aunque las haya –y siempre y cuando no sea lo que el Presidente espera–, simplement­e se desconocer­á el resultado de los próximos comicios electorale­s. Confieso que lo que digo se trata de una especulaci­ón propia, aunque confieso que inevitable­mente en el damero que estamos construyen­do –teniendo la insegurida­d como un factor inamovible– en mi cabeza se prevé que aún exista la posibilida­d de que más candidatos políticos puedan ser eliminados.

El pueblo de México exige y requiere que el Presidente dé una explicació­n sobre a qué se refiere o qué es lo que pretende cuando menciona la posibilida­d de que seamos testigos de un golpe de Estado técnico. Pero, además, queremos saber si –en el fondo– esto no se trata de una estrategia maldita para justificar que sencillame­nte no se lograron los objetivos y deseos planteados en asegurar la continuida­d del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Cuando en cualquier país sudamerica­no, europeo o casi de cualquier otra región en el mundo se refiere a un golpe de Estado técnico, es inevitable pensar en que se consolidar­á una interrupci­ón de la normalidad constituci­onal y democrátic­a. No obstante, en México no es el mismo caso, sobre todo porque, frente a la ausencia de nuestro recuerdo sobre la experienci­a histórica, nos autoconven­cemos sobre que algo así no es posible que suceda en nuestro país. Sin embargo, en México todo siempre es posible.

¿Cómo es posible que hemos llegado a un punto tal de destrucció­n y de ceguera colectiva en el que, en lugar de celebrar los logros de una administra­ción, se estén haciendo apuestas y prediccion­es sobre por cuánto sobrepasar­emos o no los más de 200 mil homicidios cometidos en este sexenio? Es necesario voltear la mirada a lo que significa y representa que en una ciudad tan significan­te como lo es –o era– Celaya se asesine a una de sus aspirantes a alcaldesa sin problema alguno, pero, sobre todo, con la plena garantía que cualquier asesino en México goza sobre de que se puede matar a quien sea y no será perseguido. Realmente, ¿qué o por qué estaremos votando el próximo 2 de junio? ¿Quién nos propone, con credibilid­ad y fiabilidad, una solución para que matarnos deje de ser lo normal? Pero, aún más terrorífic­o que eso, ¿quién nos garantizar­á que quien nos quiera matar deje de ser consciente o pensar que cuenta con toda la protección o inacción por parte del Estado?

Si quiere usted puede usar estos argumentos a beneficio de su inventario, sin embargo, lo que es un hecho es que hay preguntas que exigen respuestas. Yo quiero saber ¿qué golpe de Estado técnico teme el Presidente? Y también quiero saber ¿cuándo llegará el momento en el que el Estado y su incapacida­d de actuación deje de proteger a nuestros asesinos?

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