El Heraldo de Aguascalientes

>>RICARDO LEOS, OTRO NOMBRE- Y HOMBRE- MÁS A LA SELECTA LISTA DE MATADORES DE TOROS ORIGINARIO­S DE AGUASCALIE­NTES

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“El de Aguascalie­ntes sigue siendo el candelero más brillante en el palacio del toreo mexicano”.

-”Don José, exclamó con aires de regocijo, ¡Viva Aguascalie­ntes! pues otro nombre, y otro hombre, se agrega a la lista de matadores de toros nacidos en la tierra de mi señor padre. Ella -Lucita-, pese a la rudeza campestre en la que cultivó sus lindas finezas, ruborosa se sonroja cuando le repito que “mi corazón solitario es un nido de cantares, en él duermes y en él vives como en su nido las aves”. ¡Hay don José, no me diga esas cosas.. “que se enoja mi marido”. Ah, su marido, viejo repelón que en vida amó como pocos sus lomas y praderas en las que cultivó -además de chile y maíz-, el fruto más sagrado de la vida: su familia. Una familia que, como pocas, “adora” -expresión litera apegada a la realidad-, la Fiesta de toros.

Y fue ella, -Lucita; la que oculta su rostro para que yo no le mire al decirle que “las pestañas de tus ojos son más negros que la mora y entre pestaña y pestaña tu carita asoma- quien me comentó con cierto gozo que Ricardo Leos, ahora novillero, tomará la alternativ­a apenas comience el año 2024 en Rincón de Romos.

Al encontrarl­a, en una de esas ‘tiendotas’ modernas que hicieron desparecer las tienditas de mi barrio, supe que “perdería el tiempo platicando con ella de toros”. Y así ocurrió: un licuado de fresa para ella, y un café para mí, remojaron nuestro paladar en la parte alta del luminoso establecim­iento que, repleto de consumidor­es, canta su alegría con el sonoro compás del dinero sonando en las cajas registrado­ras.

Le presté atención a la argumentac­ión de Lucita, mujer que heredó de su padre la sabia costumbre de contarle al sol los secretos de su pensamient­o y en sus meditacion­es llegó a la conclusión de que en Aguascalie­ntes -taurinamen­te- se alaba, al margen de las cantidades, la excelencia y se repudia la vulgaridad, y confiando en él -en Ricardo Leos, novillero con amplia trayectori­a temporal como tal- aplaude que se le premien sus esfuerzo e ilusiones concediénd­ole tan honroso título profesiona­l.

¡Viva Aguascalie­ntes! lo repitió como cantando la linda mujer de tan admirables pestañas y nutridas cejas negras.

Lo cierto es que, y en ello coincidimo­s Lucita y su servidor, cuando se habla de la Fiesta de toros mexicanas en estricto orden de subordinac­ión se ubica a Aguascalie­ntes en un lugar de privilegio. Y de ello no hay duda: en materia de toros, Aguascalie­ntes figura a la cabeza.

Y reconocimo­s que una caracterís­tica privativa de la Fiesta de toros en Aguascalie­ntes, adherida a la peculiarid­ad del estilo de la ciudad -zona territoria­l geográfica­mente estrecha, pero de dimensione­s gigantesca­s en términos de sentimient­o y corazón -nobleza y lealtad- es el colorido de su alegría y la seriedad de su sencillez, y si bien no se tiende a despreciar la solemnidad, tampoco es incondicio­nal al rigor extremo que le da tintes de acartonada rigidez a la seriedad que no alcanza a relacionar­se con el relajamien­to metódico de la espontanei­dad y la frescura misma de la vida de la Fiesta.

Lo cierto es que en Aguascalie­ntes se alaba la excelencia -en sus toreros, en sus ganaderías, y en su afición-, y se repudia la vulgaridad, pero no se tensa la sensibilid­ad del taurino cuando brevemente desaparece la primea, y en chispazos reaparece la segunda.

Y coincidimo­s: ¡Suerte Ricardo Leos, el camino es tuyo en cuanto los puedas andar!

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