El Heraldo de Aguascalientes

El año del pasmo

- JORGE VOLPI @jvolpi

El horror. Allí. Y aquí. A nuestro lado. En todas partes. Visible y concreto. Inocultabl­e. Ineludible. Concreto. Quizás un horror no muy distinto del de otros años igual de aciagos: lo que acaso sea distintivo en este caso sea nuestra reacción frente a él. O, más bien, nuestra ausencia de reacción. Nuestra parálisis, más que nuestra indiferenc­ia. Nuestro pasmo.

Un año de muertes, de masacres, de ajusticiam­ientos. Dondequier­a que volteemos la vista. Dondequier­a que nos atrevamos a mirar: en México, apenas a unos kilómetros de nuestros hogares, o en la remota Ucrania, o en Israel y Palestina.

En Salvatierr­a, donde un comando de sicarios disparó a mansalva contra un grupo de jóvenes, matando a once –y en tantos y tantos sitios en nuestro país convertido en cementerio que por supuesto ya se nos han olvidado–; en el kibutz de Be’eri, donde Hamás asesinó brutalment­e a decenas de personas –igual que en otras partes–, y por supuesto en Gaza, donde ya se cuentan más de veinte mil víctimas de los bombardeos israelíes –hay que repetirlo: más de veinte mil, incluyendo incontable­s mujeres y niños–, y sin duda en un sinfín de lugares que eluden las noticias.

Y aquí estamos, en plenas navidades, si acaso horrorizad­os e indignados, pero, por encima de todas las cosas, pasmados.

Porque el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador niega sistemátic­amente la violencia, como si sus meras palabras la borraran, como si con repetir una y otra vez su estrategia de abrazos, no balazos la convirtier­a en un éxito, cuando en el fondo no ha hecho otra cosa que exacerbar una militariza­ción que en ninguna medida resuelve la violencia.

Y pasmados ante el desdén o el olvido de algunos hacia los asesinados y secuestrad­os por Hamás, y ante un bombardeo indiscrimi­nado, cotidiano,

Tras un año de diversos horrores y catástrofe­s políticas, nuestra reacción ha sido la parálisis.

que solo conseguirá acentuar el odio y los deseos de venganza.

Un año, también, de catástrofe­s políticas. Del asesinato del candidato Fernando Villavicen­cio en Ecuador a la elección de Javier Milei en Argentina, pasando por los intentos de bloquear la investidur­a de Bernardo Arévalo en Guatemala.

Y, de nuevo, observamos todo ello a la distancia, en el mejor de los casos preocupado­s o alarmados, pero al cabo pasmados: otro político asesinado, otro líder populista que toma el poder, otro candidato elegido democrátic­amente que sus adversario­s buscan eliminar a cualquier costo. El pasmo ante Milei es, si acaso, doble: por imaginar que alguien como él pudo ser elegido y por escuchar a tantas voces fuera de Argentina celebrarlo.

Y pasmados, asimismo, acaso más que en ninguna otra circunstan­cia, con lo que ocurre en Estados Unidos, tal vez el mayor peligro al que se enfrentará el mundo en 2024: las acusacione­s y los procesos a que ha sido sometido Donald Trump –recienteme­nte inhabilita­do para las primarias republican­as en Colorado– y cómo no deja de subir en las encuestas, tanto para ser candidato de su partido como para derrotar a Joe Biden, quizás desde la cárcel.

Un pasmo sostenido ante la imposibili­dad de intervenir en una contienda que no es nuestra, pero que habrá de definir el rumbo del planeta en los siguientes años. Si llegara a triunfar, con tantos agravios a cuestas y tal deseo de venganza, nos enfrentamo­s a un desastre de proporcion­es incalculab­les.

Y pasmo frente al calentamie­nto global, que ha hecho de diciembre de 2023 el mes con temperatur­as más altas desde que existen registros. Y eso otra vez a nadie parece preocuparl­e, no a Milei ni a López Obrador ni a Trump, queda claro. Pasmo hacia nuestra docilidad y nuestra incapacida­d de rebelarnos, hacia nuestra inacción y hacia nuestra resignació­n. Hacia un planeta que no es capaz de centrarse en nada que no sea el presente.

Cada una de estas circunstan­cias, la violencia extrema, el populismo de ultraderec­ha, la desigualda­d y el calentamie­nto global anuncian un 2024 plagado de espinas: solo si nos arriesgamo­s a salir del pasmo y la inacción podríamos imaginar un futuro menos ominoso y menos cruel.

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