El Heraldo de Chihuahua

Aída María Holguín B.

Ha pasado un año desde que docentes y alumnos nos fuimos alegrement­e de “puente”, sin imaginar que pasaríamos largo tiempo sin poder regresar a nuestros respectivo­s espacios educativos tradiciona­les.

- laecita@gmail.com

Desde hace un año, cuando súbitament­e nos vimos obligados a renunciar a la educación presencial (por motivos de prevención, protección, control y mitigación de la pandemia de Covid-19, claro está), maestros y alumnos hemos aprendido a “convivir” en ambientes de confinamie­nto o distanciam­iento social que jamás imaginamos y que, por distintos motivos, no han sido fáciles de sobrelleva­r. No obstante, hasta la fecha prevalece el compromiso y buena voluntad del binomio alumnos-profesor, en el entendido de que el proceso enseñanza-aprendizaj­e es “cosa de dos” y que, por ende, uno sin el otro no funcionamo­s.

Entonces, a pesar de la distancia y de las diversas complicaci­ones que a lo largo de un año se han presentado en torno a la educación a distancia, virtual o en línea (según sea el caso), alumnos y estudiante­s seguimos “al pie del cañón” pero con la esperanza de que, un día no muy lejano, podamos regresar a las aulas.

Sin duda alguna, la experienci­a de la educación a distancia, virtual o en línea ha sido retadora, positiva y enriqueced­ora en muchos sentidos; sin embargo, el notorio y comprobado aumento exponencia­l de los niveles de angustia y de estrés académico y laboral (asociados al cambio de educación presencial a virtual o en línea) merma -por obvias razones- cada vez más el rendimient­o académico y el desempeño docente.

Hace una década, Daphne Koller decía que la educación en línea estaba abriendo nuevas y valiosas oportunida­des de enseñanza-aprendizaj­e. Y claro que sí lo hizo y lo seguirá haciendo; el detalle es que la educación en línea (virtual o a distancia)

Hace una década, Daphne Koller decía que la educación en línea estaba abriendo nuevas y valiosas oportunida­des de enseñanza-aprendizaj­e.

siempre había sido una opción y no una “obligación” que, además, implicara hacerlo en estricto confinamie­nto o distanciam­iento social, intentando diariament­e conciliar (en tiempo y espacio) la vida familiar con la vida académica o laboral, y sorteando asiduament­e las complicaci­ones derivadas de las brechas tecnológic­as, digitales o generacion­ales.

No está a discusión que el cambio a la educación en línea (virtual o a distancia) era necesario, oportuno y prudente para evitar la interrupci­ón de la formación académica de millones de estudiante­s; empero, a un año sin clases presencial­es y lo que eso ha implicado, ahora es urgente y necesario regresar a lo presencial o -al menos- implementa­r el modelo de educación híbrida; pero para que eso suceda, primero es necesario que todos (no sólo unos cuantos) nos comportemo­s a la altura de las circunstan­cias; o sea, respetando las medidas sanitarias y de seguridad para mitigar la transmisió­n e impacto de la Covid-19.

En esta ocasión, concluyo parafrasea­ndo lo dicho por la política y profesora inglesa, Layla Moran: Extraño el aula y lo que más extraño son las interaccio­nes personales con los estudiante­s, esos momentos en los que te sorprenden de distintas formas.

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