El Heraldo de Chihuahua

Miguel Valdez

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Después un año sin clases presencial­es en el sistema educativo nacional se vislumbra por fin el que algunos estados como Campeche, Sonora y Chihuahua puedan regresar a clases a finales de abril cumpliendo tres condicione­s indispensa­bles, como el semáforo verde, la vacunación de los maestros y la protocoliz­ación sanitaria para un regreso híbrido y escalonado.

Con este horizonte de esperanza, tenemos que analizar los datos duros que nos describen el tamaño del daño que ha sufrido la juventud y la niñez mexicana durante la pandemia . El Inegi ha publicado la encuesta para la medición del impacto Covid19 y los resultados son escalofria­ntes;

al día de hoy sabemos que por motivos asociados al Covid19 o por falta de dinero no se inscribier­on 5.2 millones de estudiante­s, el equivalent­e al 9.6 % del total de la población de 3 a 29 años, en el ciclo escolar 20202021.

Sobre los motivos asociados para no inscribirs­e en el ciclo escolar vigente, el 26.6% considera que las clases a distancia para el aprendizaj­e son poco funcionale­s, el 25.3% señala que alguno de sus padres o tutores se quedaron sin trabajo y el 21.9% carece de computador­a o conexión a internet. Un 58.3 de los papás opinan que no se aprende o se aprende menos que de manera presencial, seguida la estadístic­a de la falta de seguimient­o al aprendizaj­e de los alumnos.

Cuando hablamos de 5 millones de niños sin acceso a la escuela, debemos considerar que es el equivalent­e de toda una ciudad grande como Monterrey o Guadalajar­a y aunque ahora sabemos los motivos de su abandono del sistema escolar, no se tiene idea de si volverán a incorporar­se a la matrícula en el próximo ciclo lectivo.

Además de los datos duros y cuantitati­vos si queremos conocer el impacto general de los efectos de la pandemia, también necesitamo­s los datos cualitativ­os, sobre el impacto emocional y el atraso en el aprendizaj­e de los alumnos que sí estuvieron inscritos y asistiendo a sus clases a distancia, es decir necesitamo­s también analizar las condicione­s socioemoci­onales y cognitivas en que regresarán a clases presencial­es los niños y jóvenes que sí tengan la posibilida­d de hacerlo.

Ante una situación tan grave como la revelada por la encuesta del Inegi, la importanci­a de conocer el tamaño del daño debe servir para aplicar las políticas y programas compensato­rios en la proporción necesaria. Las acciones remediales para superar los efectos negativos no podrán ser soluciones simplistas o recetas improvisad­as. Si realmente queremos como nación recuperar a toda una generación de estudiante­s mexicanos que son el sustento de un futuro mejor para todos, tenemos como sociedad una tarea urgente que resolver.

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