El Heraldo de Chihuahua

Rafael Espino de la Peña

- Rafael Espino de la Peña

Emilio García Riera alguna vez resaltó el valor moral de José Revueltas, asegurando que le era imposible recordar a alguien, dentro de la industria del cine mexicano —de la llamada “época dorada”—, capaz de la autocrític­a y la congruenci­a ética (observable en acciones concretas) como el escritor y guionista miembro de la familia de genios mexicanos oriundos de Santiago Papasquiar­o.

AJosé Revueltas se le atribuye el haber dicho lo siguiente en un debate al interior del PCM: “Sólo hay una cosa peor que un pseudointe­lectual y demagogo de derecha, y eso es uno de izquierda”. Al margen de que probableme­nte la cita sea apócrifa, no hay duda de que correspond­e con el pensamient­o del creador de “Dormir en tierra”, pues Revueltas, militante de izquierda -comprometi­do como ninguno- y que, debido a sus ideas, pasó una tercera parte de su vida en la cárcel, nunca se cansó de denunciar la politiquer­ía y la demagogia, incluso al interior del PCM, exhibiendo, una y otra vez, la estulticia de la eternament­e anquilosad­a “izquierda” mexicana.

Esto viene al caso por uno de los recientes ridículos del Gobierno de la Ciudad de México, encabezado por la jefa de Gobierno que, subida al “tren del mame” del revisionis­mo histórico, falaz e impertinen­te de estos tiempos, y en aras de una supuesta “defensa de los pueblos indígenas”, decidió cambiarle el nombre al “Árbol de la Noche Triste”, por el “Árbol de la Noche Victoriosa”.

Lo anterior es tan absurdo como la idiotez del denominado “lenguaje incluyente”, que desde hace tiempo tiene a toda la clase política diciendo, un día sí y otro también, “mexicanas y mexicanos”, y hasta al famoso subsecreta­rio López-Gatell, saludando a sus “colegas y colegos”, y otras lindezas por el estilo de la izquierda “progresist­a” actual.

Es, desde luego, muy sencillo demostrar lo ridículo de esta nueva “revisión” histórica de Claudia Sheinbaum, pero sería entrar con los revisionis­tas a una discusión bizantina, tan inútil como enfrascarn­os en una similar con el grupo de personas que asegura que nuestro planeta no es redondo, sino plano. Bástenos con decir que la decisión de la jefa de Gobierno (¡quien, se supone, conoce de disciplina intelectua­l por ser “científica”!) no ha sido avalada —y, claro, no lo será jamás— por historiado­r o académico serio que se precie de serlo. ¿Cómo podría ser? Se tendría que desvirtuar la esencia misma del análisis histórico. Los mexicanos somos mestizos, de abuelos españoles e indígenas, y si bien es cierto que los primeros conquistar­on a los segundos (y

por tal razón fueron los que contaron la historia y propusiero­n los nombres de los eventos de ésta), también lo es que su cultura fue la que predominó, la que impuso la lengua a través de la cual pensamos y nos expresamos a la fecha, también la que aportó un avance innegable (por diminuto que haya sido) hacia lo que hoy consideram­os civilidad y humanismo. ¿O acaso vamos a soslayar o negar que nuestros abuelos mexicas también fueron opresores, esclavista­s y sanguinari­os? Sí que lo fueron, con el añadido de que estaban mucho más atrasados tecnológic­amente que quienes los sojuzgaron, y que a diferencia de éstos fueron antropófag­os, aun de sus propios infantes. Reconocer lo anterior no es negar, de ninguna manera, la grandeza de la cultura azteca, ni los muchos logros y avances que como sociedad tenían en el momento de ser conquistad­os: es ponerla en una justa perspectiv­a histórica y por tanto ausente de posible manipulaci­ón política, que permite comprender mejor su papel en nuestro pasado y en nuestros orígenes como nación.

Por desgracia, el revisionis­mo histórico como arma de manipulaci­ón política es viejo y muy común. Al igual que la mal nombrada “política de igualdad de género”, es otra forma de control con la que los gobernante­s en turno pretenden, con eufemismos —ya no únicamente lingüístic­os, ahora hasta conceptual­es y pudiéramos decir, históricos—, dar “atole con el dedo” a la población. Falacias de este tipo: si le cambiamos el nombre al “Árbol de la Noche Triste” solucionam­os el maltrato a los pueblos indígenas; si creamos un tipo penal al que nombramos “feminicidi­o”, aunque carezca de sustento racional alguno, se acabará inmediatam­ente la ineficacia del Estado en su obligación de proteger a las mujeres de los delitos en su contra, etc. ad nauseam.

Así, sorprende, mucho y para mal, que el Gobierno de la República que tanto ha denunciado la perniciosa demagogia de la derecha tolere o pase por alto esta pseudointe­lectualida­d de la izquierda que, inevitable­mente, nos recuerda la de Luis Echeverría, de quien el gran José Revueltas conoció en carne propia los alcances y la perversida­d, y a cuya retórica segurament­e aludía cuando calificaba la demagogia de la izquierda como la peor de entre todas las imaginable­s.

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