El Heraldo de Chihuahua

FILOSOFÍA, POESÍA E INFANCIA

- POR: LUIS FERNANDO RANGEL Jefe de Unidad Editorial FFyL

Alguna vez escuché a un maestro decir que los poetas escriben desde la infancia. En mi cabeza esa frase resonó con contundenc­ia. ¿Por qué el poeta escribe desde la infancia? Mi maestro ejemplific­aba la nostalgia del poeta que intenta recrear la primera impresión que tenemos del mundo, es decir, cuando somos niños nos acercamos a los objetos sin prejuicios ni ideas preconcebi­das y eso nos permite un contacto directo para conocerlos verdaderam­ente. Basta, como ejemplo, cómo Carlos Montemayor en su “Arte poética” nos plantea esta sentencia cuando retrata a su hijo comiendo un persimonio y diciendo que sabe como a durazno y ciruela, para luego explicar que esa es la labor del poeta: “No comprende aún que así hablo yo, / que trato de comprender lo que desconozco / y que intento decirlo a pesar de todo, / como si ignorar fuese también una forma de comprender”. A partir de aquí, Montemayor nos dice que el poeta es como un niño jugando con las palabras y con aquello que escapa de su comprensió­n y a pesar de todo trata de apresar. Así, aquella famosa sentencia de Sócrates: yo sólo sé que no sé nada, donde el filósofo griego nos dice que reconocer la ignorancia nos abre las puertas al camino del conocimien­to, se vuelve el punto de partida ante la comprensió­n del mundo.

En esta misma sintonía, el filósofo italiano Giambattis­ta Vico nos dice respecto a la poesía que su tarea es dar sentido a las cosas insensible­s. Para ello ejemplific­a el juego de los niños, donde el infante toma un objeto inanimado y le da vida dentro de la lógica del juego: al tenerlo entre sus manos lo resignific­a, lo rebautiza; aquella piedra ya no es una piedra, sino una pelota, aquel muñeco no es un muñeco, sino un compañero de juego. Con ello nos dice que en la infancia todos fuimos poetas sublimes. Y así es que la definición que Platón nos da de la poesía adquiere mayor fuerza: al remontarno­s a su origen etimológic­o —poiesis— y su significad­o —creación—, nos dice que la poesía se encarga de hacer que aquello que no es, sea. El niño, entonces, hace que la piedra sea una pelota y el muñeco sea un verdadero compañero de juego. La poesía radica en ese contacto con el mundo donde el niño tiene la capacidad de crear con la imaginació­n y dar vida a través de la palabra.

EL TERRITORIO DE LA INFANCIA

¿El filósofo también se sitúa en el territorio de la infancia para condensar su pensamient­o? La infancia también nos lleva a un territorio sumamente interesant­e: el de las preguntas. El niño trata de explicar el mundo con lo que conoce y ante la duda o cualquier inquietud, pregunta. ¿Qué no acaso el filósofo parte de la pregunta para tratar de explicar lo que conoce y, sobre todo, lo que desconoce? En la infancia, la lluvia de preguntas —de porqués, de cómos, de cuántos y cuándos— inunda la mente del niño y lo lleva a inventar nuevos mundos donde todo es posible, donde se responde y se vuelve a cuestionar. Así, los juegos de la infancia nos llevan de la mano por la poesía y la filosofía.

Ahora, cuando salgamos a jugar y saltar en los charcos, pensaremos en el río heraclitea­no que arrastra las ideas, donde todo cambia y nada permanece, pues siempre seremos distintos. Y cuando lancemos piedras, pensaremos en Spinoza y aquella sentencia de que si la piedra tuviera conciencia pensaría que se mueve por su propia voluntad y no por el impulso que le otorgó la mano que la lanzó. De ahora en adelante seremos niños que lanzan piedras como preguntas y en las gotas de agua que salpican al brincar en los charcos encontrare­mos la respuesta. El filósofo es, pues, un niño; y como todo niño, es un poeta.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico